Reloj de sol en La Selva (Tarragona). Por Ferran Llorens (Creative Commons)

Los relojes: Metáforas del tiempo

Los relojes han evolucionado con el paso de los siglos, como lo ha hecho el concepto del paso del tiempo.
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A Eduardo Moyano, artesano de relojes de sol.

A Julián Marías, por una artículo esclarecedor de los años ochenta sobre los relojes analógicos y los digitales, del que este mío es en parte deudor.

Los humanos nos hemos servido de varios métodos e instrumentos para medir (y percibir) el paso del tiempo. La alternancia del día y la noche, la salida del sol y su ocaso, el curso del sol y de la luna en el firmamento, así como los ciclos de las fases solares y lunares o la sucesión de las estaciones, asociadas al movimiento del sol (que en realidad era el de la tierra) en torno a la tierra (que en realidad era en torno al sol) o el flujo de las mareas, han servido a los humanos, desde los tiempos prehistóricos, para discriminar el paso del tiempo, para medirlo, para contarlo. Ha servido también para orientarse en el fluir del tiempo, estableciendo un calendario que nos muestra a la vez el pasado y el futuro inmediatos. Percibir el tiempo, ser conscientes del tiempo, de su pasar inexorable, imparable, que se transforma en el devenir de nuestras vidas es un rasgo exclusivo de los humanos.

Además de la observación de la naturaleza para medir el paso del tiempo, los humanos se han servido de diversos ingenios para fragmentar el curso del tiempo, medir momentos o determinar instantes. Para eso se inventaron los relojes.

Ha habido cuatro tipos de relojes: el de arena, el de sol, el reloj mecánico analógico y el reloj mecánico digital. Cada uno de estos tipos de relojes son cuatro formas de medir el paso del tiempo, pero también son cuatro formas de percibir (y vivir) el tiempo y son también cuatro metáforas del tiempo. En realidad, ha habido cinco sistemas, si añadimos las meridianas marcadas en el suelo, hermana mayor y más compleja del reloj de sol, porque mide también estaciones y el “curso” de los astros, pero no es estrictamente un reloj de horas o de instantes, aunque las señale.

El reloj de arena servía para controlar el tiempo en una actividad concreta a través de la caída de la arena desde la cavidad superior a la inferior. Sus diferentes tamaños servían para medir períodos de tiempo más o menos largos, pero siempre breves, inferiores a lo que consideramos una hora. Si se necesitaba seguir midiendo una actividad o proceso, se invertía el reloj de arena y comenzaba de nuevo el lento deslizarse de la arena por el estrechamiento que separaba las dos cavidades. Así se sabía no sólo el tiempo transcurrido sino también el tiempo que faltaba. El reloj de arena controlaba ciclos temporales cortos. Y siempre ha tenido un poder hipnótico, si se le observa detenidamente. Y tal es su atracción, que se convirtió en una metáfora universal de la vida, que es un transcurrir hacia el final del tiempo, la muerte, como se desliza la arena de la cavidad superior a la inferior. La imagen canónica de la muerte se representa por un esqueleto cubierto con una capa y capucha (lo ignoto y el destino ciego), que lleva en un mano un reloj de arena y en la otra una guadaña, para segar la vida de aquel a quien se le ha acabado su tiempo de vida. El tiempo como transcurrir de la vida, entre el nacimiento y la muerte.

El reloj de sol, más o menos sofisticado, también llamado cuadrante solar, mide ciclos diarios, marcando sobre la superficie de un plano (vertical, horizontal o inclinado) las horas señaladas por la sombra proyectada por un estilo o estilete, también llamado gnomon. Describe el recorrido por el cielo del dios Helios conduciendo su carro tirado por corceles, desde el levante al poniente u ocaso. Colocados en fachadas de casas, iglesias y torres, o en mesas o en el suelo, los relojes de sol, cubiertos con la pátina del tiempo, siempre nos han fascinado por su arcano misterio. Esos relojes nos marcan el devenir del día por el deslizamiento de la sombra que produce el sol sobre el gnomon marcándonos las horas con las que regulamos nuestra existencia diaria y nuestros quehaceres. Y entre ellas, la hora meridiana, la que marca el sur, la que divide el día solar, representada y sacralizada por la oración del Ángelus, un alto en el quehacer diario para conectarse con lo eterno, como queriendo escapar del tiempo sometiéndose a él. Un tiempo circular, como la rueda (otra metáfora del tiempo y de la vida), fiel a sí mismo, implacable, que nos mide el tiempo transcurrido y el tiempo por venir, el pasado y el futuro a corto plazo, pero que en su repetición es metáfora del tiempo eterno. El reloj de sol está asociado a las imágenes tradicionales. Y su abandono en cualquier torre de una iglesia o en la parte alta de una fachada, nos sobrecoge, como metáfora de un tiempo (cultura) pasado y derruido. El reloj de sol, se ha dicho, es una sombra que mide el tiempo de nuestro inquebrantable pasado. Entre el nacimiento, el despuntar de la aurora la de rosáceos dedos, la muerte u ocaso.

El reloj mecánico analógico. Como objeto de uso colectivo, era como un ojo que nos escrutaba el tiempo y nos lo marcaba, desde la torre de una iglesia (asociado a los ritos y las campanadas), o desde el edificio público, (referencia colectiva, de la comunidad, con las que “poníamos en hora nuestros propios relojes”), o desde la entrada de la fábrica o en la oficina (controlando nuestros horarios de trabajo). También era un objeto de uso familiar, ocupando un lugar destacado en el salón de casa (como aquellos viejos relojes de péndulo y su tic tac monocorde e implacable que acompasaba los silencios), a los que había que alimentar dándoles cuerda, en una curiosa simbiosis con el humano. Pero, a diferencia de los anteriores, el reloj mecánico analógico se convirtió también en objeto de uso individual, personal (identidad y distinción), como signo de los tiempos. Objeto de uso individual, sea de bolsillo (del chaleco o de la chaqueta, que colgaba de una cadena) o de pulsera, más recientes. El reloj de pulsera se creó para acortar y facilitar los tiempos de consulta de la hora. La eterna lucha por ir más rápido, acortar el tiempo para que haya más tiempo.

Pero en ambos casos, esta clase de reloj es como una transición entre los relojes de los dos tipos anteriores y el reloj mecánico digital. Comparte con aquellos la esfera y las manillas, que permiten la medida cíclica del tiempo, pero independizada del curso del astro rey, siguiendo el curso más abstracto y artificial del ciclo de 24 horas con referencia caprichosa a un meridiano “0”. Su tiempo es a la vez circular y continuo, pues a cada ciclo de 24 horas sigue sin detenerse otro ciclo idéntico. Una forma de captar el tiempo con la metáfora de la rueda que gira y gira, sin parar. Con su grafía captamos un pasado (las horas muertas) y un futuro, las que nos quedan por delante. Tiene el signo de la rapidez de la civilización industrial, de la cual es hijo, pero mantiene perceptible el fluir del tiempo.

El reloj mecánico digital. Con él desaparece la esfera y con ella el carácter cíclico del tiempo, que se reduce a una sucesión de instantes, sin conexión entre ellos, sea el reloj colectivo o el de pulsera y sólo nos presenta los dígitos que representan las horas, los minutos y, a veces, también los segundos. En este reloj sólo hay presente. No hay ni pasado ni futuro. Y un presente fugaz, instantáneo. Por muchos complementos que lleve, el rasgo principal es el de la sucesión de instantes, desconectados de toda otra realidad real o imaginaria. Su trayectoria es discontinua, evanescente. Expresión máxima de lo efímero, realidad fugaz.

Así el reloj digital es una metáfora de nuestra sociedad y cultura eminentemente presentista, de cambio acelerado, vertiginoso, donde no hay tiempo para escudriñar el pasado (y entenderlo) ni para hacer proyectos de futuro, porque no se puede saber cómo será ese futuro por la rapidez de los cambios y porque tampoco se quiere saber, porque se produce y se vive en y para el corto plazo. No hay estabilidad. No hay continuidad. No hay sentido de la historia. El reloj digital no es sólo un instrumento para medir el tiempo, es una metáfora de nuestro mundo presente. Casa sociedad tiene su forma de medir el paso del tiempo, de percibirlo. Y esa percepción la representa, nos representa.

Foto: Reloj de sol en La Selva (Tarragona). Por Ferran Llorens (Creative Commons)

Palabras claverelojestiempo

1 comments

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  2. Eduardo Moyano Estrada 26 julio, 2023 at 18:23

    Gracias por la dedicatoria, Cristóbal, de tu estupendo artículo sobre los relojes como metáfora del tiempo a lo largo de la historia. Mi blog en EDR se llama precisamente «Relojes de sol», y lo inicié hace varios años con el artículo «La sombra del tiempo». Enhorabuena. Un abrazo

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