La Ley de Bienestar Animal maltrata a los perros de trabajo
El penúltimo zarpazo a los cazadores lo ha dado la futura Ley de Bienestar Animal, en lo referente a sus perros. Y, concretamente, son dos postulados los que más han escocido y han hecho levantarse en contra a Federaciones , organizaciones cinegéticas y algún presidente autonómico. Aunque tiene muchos más puntos conflictivos.
La obligación de esterilizar a tu mascota para que no se reproduzca y la de darse de alta en el registro de criadores en el caso de apostar por tener una camada, ha puesto de uñas a los dueños de los perros de caza con escopeta, sin ella y rehaleros.
Las voces apocalípticas de que esta ley va a acabar con la caza siguen tronando por todos los puntos de España. Y uno piensa que son exageradas, a pesar de la tozudez de los que la han diseñado en no rectificar algún punto y no contar con los afectados, despreciándolos.
Miremos con tranquilidad el efecto real que pueden tener los dos puntos anteriores citados: pues muy poco. Si a mí me quieren multar por no esterilizar a mi perro, me registro como criador. Y si una vez cruzo a mi perra con un macho, quién me cuenta los cachorros que ha parido. Si ha alumbrado 8, por ejemplo, y digo que ha parido 3, no hay manera de controlarme, a no ser que quiera colocar todos los cachorros a conocidos y pase por el veterinario para que les inyecte las vacunas obligatorias y los inscriba. Algo que sucede hoy día sin que esté en vigor la Ley de Bienestar Animal.
En cambio, si soy un bestia, declaro las tres crías y las otras cinco o bien las sacrifico de una manera brutal o las dejo en una cuneta de la carretera.
Por tanto, si lo que se pretende con estas obligaciones de la nueva Ley es que no se abandonen los perros de caza —muchos menos en realidad que lo que dicen los animalistas— poco se conseguirá.
De lo que se trata es de mejorar los pasos para que ningún cachorro quede fuera del control veterinario. Y en la actualidad si algún ganadero, al menos en Castilla-La Mancha, quiere vacunar a sus perros, las organizaciones agrarias les facilitan las vacunas sin problemas, aunque otra cosa es el microchip que ha de ser colocado por un veterinario con todas las garantías.
En resumen, hay que cumplir con las normas de bienestar animal ya existentes y tener mayor control, puesto que siempre habrá algún desalmado.
Maltrato animal
En los últimos años, grupos animalistas y ciudadanos de las urbes han colgado el sambenito de maltratadores a todos los cazadores. Y no es verdad, pues la mayoría cuida a sus perros aunque solo sea porque van a ser los mejores auxiliares de la actividad cinegética. Y aunque no lo crean, los quieren y son considerados como de la familia. Pero también existen energúmenos.
Un día hablé con el dueño de una rehala al extrañarme de que dos de los perros que llevaba eran de una raza especializada en levantar y cobrar piezas de caza menor. Me aseguró que le iban muy bien y que se los habían regalado. Pasados dos meses, me crucé de nuevo con este rehalero y le dije que solo había visto uno de los dos perros. Me dijo que se había encontrado uno muerto y cuando le pregunté de qué había fallecido, me contestó que “no se lo había preguntado”, lo que concitó la risa de los allí presentes.
Les aseguro que no me hizo ni pizca de gracia y, desde entonces, ni le dirijo la palabra.
Me pregunto si este rehalero, por llamarle de alguna manera, hubiera rendido cuentas al veterinario sobre la muerte del perro cuando por ley está obligado al control sanitario de su jauría (creo que son dos veces al año) y el mariscal lo hubiese denunciado por no avisarle de las consecuencias de la muerte analizando el cadáver, quizás este individuo no se mostraría tan graciosillo en público.
Pues bien, con la ley actual está obligado a comunicar al veterinario cuando fallece uno de los perros por la causa que sea. Otra cosa es que se haga. Y no creo que la Ley de Bienestar animal añada nada nuevo al respecto, a no ser que hayan aumentado la cuantía de las multas.
¿Quiere decir esta pequeña historia que todos los rehaleros son así? Ni mucho menos. En ocasiones los he visto llorar por la muerte de uno de sus valientes y hacendosos canes que “barren” el monte en busca de jabalíes. Otra vez supe que por aquí cerca tuvieron que frenar al dueño de dos sabuesos, equipados con GPS, porque iba a degüello en el sentido literal de la palabra a por aquellos bestias que habían matado a sus perros que siguiendo una pieza habían entrado en su coto. Desde luego, la denuncia no le bastaba para resarcirse de aquella crueldad ¿Qué culpa tenían aquellos perros de rastro?
Perros de ciudad y de trabajo
Que la futura Ley de Bienestar Animal trate lo mismo a los canes urbanos que a los de caza, pastoreo y otras modalidades es una broma de mal gusto y demuestra que los autores de la Ley no tienen ni idea. Y lo van a entender con un ejemplo. Hace unos días me crucé con una chica paseando un foxterrier hembra vestida con un jersey de lana. Muy mona y gorda se encontraba la perra.
Lo cierto es que se parecía poco a esos foxterrier que son utilizados para sacar a los zorros de las madrigueras —en Extremadura esta modalidad de caza está bastante arraigada—. En ocasiones, los perros salen con los morros ensangrentados tras enfrentarse al raposo, pero mantienen el coraje y el comportamiento para lo que fueron criados desde sus orígenes.
Seguro que para los inventores de Ley esto último es maltrato. Sin embargo, para mí lo que es maltrato es tener un perro rústico, vigoroso y ágil como una foca y encima vestido. Y no digo que esta chica cace zorros con su perra, pero al menos que le quite el ridículo jersey y que la saque mucho más al campo para que se ejercite. ¿Y qué me dicen de los que les pintan las uñas y pasan por la peluquería al menos una vez al mes?
La idea de humanizar a los perros y otras mascotas está consiguiendo que dentro de una misma raza se esté diferenciando los de trabajo y los de “adorno”. Conozco un criador de Springer y Cocker que lo tiene muy claro: “mis perros son capaces de trabajar horas y horas buscando drogas, billetes falsos, personas heridas en catástrofes (…) Por eso son mas pequeños y fuertes de los que se utilizan para los concursos de belleza”.
De lo que no hay duda es de que con los perros de trabajo hay que tener una mano mucho más firme que con los urbanitas. Por supuesto, manteniendo el respeto que se merecen como seres sintientes que son, y que en España se han reconocido recientemente de forma legal modificando algún artículo. Ya era hora.
Me pregunto por qué pretenden prohibir también los collares de adiestramiento. Bien utilizados por profesionales son necesarios en situaciones puntuales con alguna raza determinada para hacerse con ella. Y no es maltrato animal.
Otro ejemplo real. Una mujer adopta un perro de una protectora sabiendo que tenía leishmaniasis y quiere sacarlo al campo para que corra y disfrute. Pues bien, al perro le da por irse corriendo kilómetros y kilómetros sin control. Tanto es así que teme que se pierda y se hace con un collar de adiestramiento para educarlo y evitar esas carreras locas.
Se está gastando un dineral en mantenerlo con cierta calidad de vida y al final ha logrado que el perro no se largue. ¿Qué tienen que decir a esto los que se creen que lo saben todo sobre mascotas?
Lo que más miedo me da ya no es el texto de la futura Ley de Bienestar Animal, sino la atmósfera urbanita que crece como la espuma en contra de los cazadores que hace que sean vistos como maltratadores de perros.
Los animalistas que han logrado con sus protestas que no se mate a lanzadas al Toro de la Vega de Tordesillas, o que no se tire la cabra viva desde el campanario o que no se degüellen ocas tirando de su cuello, ponen en el mismo lugar a los practicantes de la actividad cinegética. Y están muy equivocados.
Este artículo forma parte de un especial sobre caza de Jenaro Iritia. Lee aquí los otros artículos de esta serie:
– Los vaivenes políticos tienen en vilo a los cazadores
– Los motivos por los que muchos cazadores están dejando de hacerlo