Cartas muertas, voces perdidas
Hace unos años, por no sé qué indescifrables designios, me detuve en un puesto de libros de saldo a la puerta de una librería de la calle del Príncipe en Madrid. Nunca puedo resistirme a echar un vistazo a un puesto de libros. Son como un imán para mí. El caso es que, al pasar la vista de una portada a otra, casi inmediatamente me atrajo una de ellas. Parecía como si me hubiera llamado o me estuviera esperando: ¡Eh, tú, fíjate en mí! El título de libro era: “Cartas muertas. La vida rural en la posguerra” de tres autores totalmente desconocidos para mí.
Pensé que sería uno de tantos libros académicos o literarios sobre el mundo rural de la posguerra española, lo que no por frecuente le restaba interés de entrada. Pero al hojearlo su contenido me estremeció y despertó mi mayor curiosidad, pues en el libro se da cuenta de un azaroso, extraordinario y conmovedor hallazgo.
Portada del libro «Cartas muertas. La vida rural en la posguerra»
El descubridor de ese tesoro literario fue Alberto Manrique Romero, uno de los tres autores de la edición. Alberto Manrique, nacido en Caltojar (Soria) en 1956, es escritor y periodista, habitual colaborador de diversos medios sorianos y reconocido divulgador de los paisajes de su tierra. En la introducción da cuenta de su increíble hallazgo.
Por casualidad, su trabajo le llevó a una pequeña aldea soriana, Benamira, en 1983. Allí, en un improvisado consultorio médico, encontró un viejo saco de arpillera con un montón de cartas que, junto a otros arrugados papeles, esperaban alimentar el fuego de la estufa. Guardó la saca varios años sin prestarle atención hasta que un día, por cierto instinto, se le ocurrió comprobar con detenimiento el contenido de aquella saca, procedente sin duda de alguna de las entidades locales, la oficina de Correos, el Ayuntamiento o el Juzgado de Paz, ya desaparecidas. Quedó fascinado.
De ese modo recuperó 65 cartas cerradas, sin matasellar, con sus direcciones y generalizados remites que nativos de Benamira y alguien de paso escribieron entre el 16 de marzo y el 1 de mayo de 1942, cartas que por causas desconocidas nunca salieron del pueblo y que Alberto encontró cuarenta años después. Solo la constatación de este hecho ya merecía la compra del libro (2 euros).
A lo insólito del hallazgo se une el misterio de su circunstancia. Como observa Alberto Manrique, Benamira tenía en esas fechas unos 200 habitantes, por lo que esas 65 cartas son la totalidad de la correspondencia saliente en ese mes y medio. Por el contenido de las cartas se sabe que llegaba correo, pero por alguna razón desconocida el correo de esas fechas no salía de la aldea. Ni salieron ni se devolvieron a sus remitentes. De ahí el título del libro: cartas muertas. Lo que añade intriga al hecho es que nadie las reclamó, ni nadie las violentó. Estaban intactas y nadie en la localidad conocía su existencia.
El libro reproduce las 65 cartas sobre cuyo contenido y significado sociológico hablaré más adelante. La publicación de estas cartas es un valioso testimonio de la cotidianidad de las familias desde las que se escribieron a través de una correspondencia genuina e inédita.
La edición se completa con sendos trabajos de los tres editores. El primero, de Alberto Manrique (autor de la transcripción de las cartas) da cuenta de las vicisitudes del hallazgo y sus indagaciones sobre el lugar y la época. Se enternece por la humanidad de las cartas a las que considera en su conjunto como una obra literaria popular con unidad, escritas por unos protagonistas legos.
Un segundo texto es de Luis García Encabo, catedrático de historia en el Instituto Antonio Machado de Soria. En él se contextualiza históricamente el testimonio de las cartas en la vida rural soriana de la posguerra (años cuarenta), resaltando las condiciones de supervivencia, represión y emigración en las comunidades rurales y utiliza las cartas como testimonios concretos, literales, de ese contexto.
El tercero es un comentario filológico de las cartas a cargo de Reyes Hernández, también soriana como los dos anteriores. Profesora de inglés en el Instituto Castilla de Soria. Reyes analiza el estilo epistolar de las cartas, el contenido y los elementos característicos de la lengua vulgar utilizada. Cierra la edición una selección de noticias coetáneas de las cartas publicadas en el Boletín Oficial de la Provincia de Soria y en el periódico de Soria “El Avisador Numantino”, para dar una idea del ambiente político y social que de alguna manera se refleja en las cartas.
Para no alargar este texto, omito comentar con detalle las aportaciones de los tres editores, para hacer mis propios comentarios sobre las cartas. Ya el misterio inicial de esas “cartas muertas” daría para una buena novela. Pongámonos en la piel de sus identificados autores la mayoría ya fallecidos por edad. Gente sencilla, con pocas letras, de pueblo, que escriben a familiares y amigos sobre temas comunes. Llama la atención la importancia del interés por la salud de sus interlocutores, el trabajo, las noticias de familiares y amigos. La parquedad del estilo no oculta la ternura, el cariño y las preocupaciones por los allegados.
Cartas al hijo en la mili, a la hija sirviendo en una casa de señores en la ciudad; peticiones de recomendación o de ayuda; avisos de envío o recepciones de paquetes, de comida o de dinero. A través de esas cartas vislumbramos retazos de una cultura rural ya desaparecida pero entonces viva. A los que tenemos muchos años, todo ello nos resulta muy familiar. Hemos conocido esas situaciones. En ellas encontramos los nombres de las personas mencionadas aún dependientes del santoral (Crispín Tiburcio, Nemesio, Ismaelito, Isabelino, Raquel, Jeremías, Herminia, Romualda, Cipriana, Marcelina, Román, Liborio, Purificación, Otilia, Genaro, Evarista… y tantos más por el estilo, además de nombres más corrientes (Andrés, Pedro, Juan, Ángel, Clemente, etc.), muchas veces precedidos del artículo cuando se refiere a una tercera persona (el Cirilo, la Remigia, el Doroteo, la Nuria, la Gregoria, ….).
Frases estereotipadas (pero no menos sinceras) de comenzar y terminar una carta (“Me alegraré que al recibo de esta os encontréis bien”; “Me alegraré que al de recibo de estas mis cortas líneas te encuentres bien nosotros quedamos bien gracias a Dios”; “Salud y felicidad; en esta tu casa, bien G. a Dios.”; “Sin más que contarte por ahora, se despide tu hermanita que te quiere y “te olvida” (sic); “Escribe pronto y nos despedimos dando los más cariñosos afectos a tus ‘Señtos. [Señoritos] y nena’. Tú en particular lo que pueda ser de tus padres.”; “Se despide de Vd. y demás familia su pariente y amigo que nunca le olvida.”), las cuales nos muestran modelos de cortesía entre parientes y amigos, así como de la jerarquía familiar y social o la propia composición del grupo familiar al ser citados.
También encontramos una geografía relacional de parientes y amigos, desde entornos próximos, como la capital de la provincia a otros más lejanos, una geografía asociada a la emigración y al trabajo y apenas a los estudios. O el calendario festivo y onomástico; o costumbres asociadas a cumpleaños, bodas, bautizos, entierros o compromisos sociales; o aspectos de la alimentación y el mundo de la precariedad.
Cartas con encargos, recomendaciones, peticiones, hacer diligencias, preocupaciones por la comida y el vestido, para mantener el contacto, conocer estado y rutinas, manifestar emociones y sentimientos; cartas de agradecimientos por favores y ayudas o el simple afecto; cartas con consejos. O, en fin, señales de conflictos, añoranzas, ayuda mutua, soledades, …. supervivencia. Y sobre todo ello encontramos el habla y el lenguaje: palabras y expresiones hoy en desuso, como “echarse la permanente”; formas fonéticas, grafías y ortografías, prácticamente ya desaparecidos.
Las cartas constituyen fogonazos de un microcosmos cultural y social de enorme interés histórico, sociológico y antropológico, pero también y sobre todo, interesan y conmueven por la humanidad que desprenden a pesar de su brevedad y parquedad. Cartas muertas que no llegaron a su destino y voces perdidas de un mundo perdido.
Un libro entrañable que se debe leer. Un libro que todos los que estudiamos estas cosas debemos leer.
Foto destacada: Buzón antiguo. Por Metro Centric (Creative commons)
Conmovedor artículo, Cristóbal. Has convertido la reseña en un texto que estremece y que anima a leer el libro. Enhorabuena. Un abrazo
Gracias, Eduardo, por el comentario. La verdad es que le libro me conmovió a mí. Encuentro en esas cartas perdidas un cuadro real y espontáneo de unas vidas y una época que me llegan más por haber conocido esa época y vidas similares. Pero también por todo su como metáfora la vida y las palabras perdidas.
Un abrazo.