Un paisaje en el Alto Tajo. Autor: Diego Juste.

Así sentimos la naturaleza

Vista, olfato, oído, gusto y tacto pueden llegar a nublar la razón cuando nos movemos en el medio natural.
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Me acerco al mirador de un acantilado de los muchos que hay en el Alto Tajo. El color azul turquesa del agua del río, los preciosos cantiles sobrevolados por el buitre leonado, los diferentes tonos de la vegetación me producen una emoción indescriptible. Tal es así que los estudiosos dicen que con este contacto con la naturaleza se activan sustancias del cerebro como la serotonina o las endorfinas. Desde luego a no ser que tengamos mucho vértigo, todos nos sentimos mucho mejor.

Y es que los expertos opinan que alrededor del 80 por 100 de las impresiones que percibimos nos llegan a través de la vista. De acuerdo, coloquemos a la vista como el sentido hegemónico del ser humano. Pero con la naturaleza no siempre es así: dentro de unos días, pasada ya la última ola de frío intenso y a la espera de que no venga otra, el olfato se impondrá a la vista, pues nada más salir de casa el fuerte olor de los lilos nos abrumará sin remedio. Así que el olfato adquiere en este caso una extraordinaria importancia. Y no digamos cuando por las cercanías del pueblo pasemos cerca de un majuelo en flor al que antes hemos apreciado por su belleza, pero su poderoso olor dulzón nos embriagará.

El penetrante olor del boj nos llevará a los inaccesibles barrancos del Alto Tajo así como el perfume que desprenden tomillos, espliegos y todo tipo de flora asentada en las mesetas.

Empresas de los sentidos

Conociendo la forma de que se puede disfrutar de la naturaleza por medio de los sentidos son ya varias las empresas que se dedican a llevar a la gente de ciudad a lo natural para que experimenten nuevas y reconfortantes sensaciones.

Sin restarle ningún merito a los nuevos emprendedores del conocimiento de la naturaleza a través de los sentidos, ya les aseguro que se puede hacer de forma individual o colectiva sin tener que acudir siempre a las “lecciones” de los maestros.

Para disfrutar y percibir los sonidos algunos aconsejan taparse los ojos. Pues bien, estimo que no es necesario en numerosas ocasiones, siempre y cuando sepamos mantener silencio.

Días antes de la ola de frío comencé a oír y escuchar el clásico “bu-bu” de las abubillas que son las primeras en subir desde climas más cálidos por estas montañas barruntando la primavera. Llegó el frío y enmudecieron. Obviamente si no tienen mucha experiencia en los sonidos de las aves no sabes de cuál se trata, pero oírlo lo oyes, así como los cánticos potentes y melodiosos de los ruiseñores por la noche y madrugadas y también de los mirlos encaramados en algún altillo.

Dentro de poco nos visitará una de las aves más oportunistas, caraduras y vagas, pues se dedica a poner los huevos en los nidos de otros pájaros para que los incuben y críen a sus polluelos. No obstante, el cuco sería un buen espía secreto si no fuese por ese cántico profundo “cu-cu” que lo delata. Digo lo de espía porque no es nada fácil estar vigilando a otros pájaros hasta descubrir su nido y que además este tenga huevos para poner el suyo. Dejémoslo en investigador privado.

En cualquier caso, recomiendo la noche para percibir innumerables sonidos sin que apenas nos distraiga nada, excepto la belleza del cielo si está despejado. En la noche se entremezclan las voces estremecedoras como las del cárabo con las del chotacabras a modo de palmeteos con tablas y las expresiones de todo un ejército de insectos que amenizan la nocturnidad más natural.

Los sonidos por sorpresa también nos llevan a emociones muy intensas. Hace unos días se levantó una perdiz casi de mis pies. El estruendoso ruido de su aleteo me sorprendió a pesar de haberme sucedido este hecho cientos de veces. Lo curioso es que me llevó a reflexionar sobre el comportamiento de esta gallinácea, pues nunca está sola. De manera que pensé de que se trataba de un macho viejo que había sido expulsado del bando por otro más joven y vigoroso. Y si no era sí pues me lo inventé y tan contento.

El gusto es mío

Saborear una mora recién cogida de la zarza a finales de agosto o primeros de septiembre es incomparable. La mezcla de su frescor y sabor en ese instante mismo es inolvidable al paladar y a los recuerdos. Y no es igual que comerla más tarde en casa tras haber recolectado una pequeña cestita de tal manjar.

Y qué se puede decir si nos acercamos a las riberas de los ríos a mediados de septiembre, alcanzamos unas cuantas avellanas, rompemos la cáscara con una piedra. Pues que descubriremos el auténtico sabor de la avellana. Y así con otros frutos como las majuelas, los escaramujos, endrinas curadas…

La abundancia de gustos naturales se mide de manera intensa en otoño. Pues son miles los micólogos de estudiar, encontrar y comer las sabrosas y delicadas setas que tanto abundan en nuestros bosques el año que haya llovido a finales de agosto y algunos días de septiembre.

Abrázame, pero suave

Parece que está de moda abrazar a los árboles para sentirlos y comunicarte con ellos. Confieso que nunca lo he hecho y no puedo hablar de ningún tipo de sensación.

Sin embargo, lo que más recuerdo del tacto es eso de que no me toques que me pongo a 100 que estará pidiendo ese pajarillo de cría que se ha caído prematuramente del nido y que lo rescatas ante el peligro de los predadores y lo colocas en un lugar en principio inaccesible.

Créanme, siempre que he tenido en mis manos un pajarillo lo primero que percibo es que sus pulsaciones van a mucho más de 100 por minuto. Si en condiciones normales su pulso es más alto que el nuestro, qué pensará la avecilla cuando un “gigante” intruso lo coge entre sus manos. Lo que sí he detectado por sus ojos es que está aterrada, por eso intento tenerla el menor tiempo posible entre mis manos, a pesar de que da placer acariciar la suavidad de su plumaje.

Al igual que los mamíferos cuando son pequeños, las aves también inspiran ternura cuando están emplumadas, porque a poco de salir de huevo realmente feas, excepto las nidífugas como por ejemplo, la codorniz y la perdiz.

Para finalizar, me gustaría hacer dos preguntas en una ¿Sentimos nosotros primero a la naturaleza o es ella la que nos percibe antes? No tengo contestación.

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