El vuelo de las grullas
“Mira, Juan, parecen garzas”, le dice su madre señalando la bandada de aves que acaban de posarse en la pequeña laguna que hay a las afueras. Es la semana blanca en los colegios y han ido a pasar unos días al pueblo cacereño donde viven los abuelos. “Garzas, no, mamá. Son grullas”, responde Juan con una seguridad pasmosa apuntando con su pequeño dedo índice. No se esperaba Irene una respuesta así de su hijo, un niño de sólo ocho años acostumbrado a vivir en la ciudad. “Y ¿por qué sabes que son grullas?”, le pregunta curiosa. “Está claro, mami, ¿no ves la mancha roja que tienen en la cabeza, entre los ojos?”, le responde Juan con el mismo aplomo de antes. A la pregunta que dónde ha aprendido eso, su hijo le contesta que en Wapiti, un álbum de cromos de animales. Hoy, treinta años después, le viene a Irene ese recuerdo, mientras ve el video “Vuelos con las grullas” que una amiga le ha pasado por WhatsApp. Piensa si eso que ahora recuerda lo ha vivido ella realmente o es la vida de otra persona. Desde hace algún tiempo, reflexiona sobre el pasado. Cosas de la edad, dice. Se pregunta qué es más real, si lo que se está viviendo o lo que se vivió; si el presente es un sueño, una ilusión, y el pasado el lugar al que de verdad se pertenece como dice Rilke en uno de sus poemas o como intuye Segismundo en “La vida es sueño”.
Suena el timbre del portero automático de la casa, interrumpiendo su reflexión. Es su hijo Juan, que viene a comer con ella. Aún tiene Irene su corazón ocupado por el vuelo de las grullas, y aún le brilla en su interior el pelaje de color rojo que cubre el píleo de estas aves zancudas cual si fuera la felpa de una hermosa princesa oriental. Mientras oye subir el ascensor, Irene se pregunta quién de verdad es realmente su hijo, si aquel niño que distinguía las grullas de las garzas, o éste de barba negra, frente ancha y pelo revuelto, que le visita hoy. Está como aturdida, sin saber qué responder. Se abre la puerta del apartamento y Juan, tan cariñoso como siempre, la besa en la mejilla, diciéndole con una sonrisa luminosa: “¿Cómo estás, mami? Vengo por esa paella que has preparado hoy”. Y entonces los ojos de Irene se llenan de luz como dos grandes ventanas abiertas al cielo, reflejándose en ellos el brillo de un mar de hermosas aguas plateadas.
Foto destacada: Grulla, en Aragón. Autor: Víctor (Creative Commons)
Magnífico relato, Eduardo. Me ha encantado y también reflexionar un poco en el tiempo o espacio-tiempo como dimensión subjetiva. Juan e Irene es tan bien trazados, con naturalidad, sin caer en psicologismos. Yo le diría a Irene que el Juan real es el del pasado y el del presente y también el futurible anhelado por la madre para Juan y Juan para su madre y sí mismo. abrazos
Gracias Rafa por tu comentario, que viniendo de ti valoro muy especialmente. Un abrazo
Un gran breve relato. Siempre busco las grullas cuando pasan en otoño y primavera. Muchas noches las he oído pasar por encima de La Motilla(Dos Hermanas) cuando paseo por el campo para ver las estrellas. Solo las he visto de cera en abundancia al sur de Badajoz lindando con Córdoba y Ciudad Real. A veces se paran algunas en el Brazo del Este pero guardan las distancias.
Gracias Juan María. Me alegro de que el relato te haya traído recuerdos del paso de las grullas por tu casa. Un abrazo.
El vuelo de las grullas o de otra ave migratoria me sueña como el eterno devenir de los seres humanos y de los bichos. Es una especie de síndrome de Sísifo que a pesar de la recorrencia no deja de encantarnos. Cosas magníficas no implican en el carácter aleatorio, sino en la expresión de una belleza que no cabe en las palabras. Enhorabuena, Eduardo. Abrazos desde la pampa
Gracias Flavio por tus hermosas palabras. Un abrazo
El relato mezcla el pasado y el presente: el pasado la juventud y la niñez y el presente la vejez y la juventud, representados por la madre y su hijo Juan en distintas edades. Es como el ciclo de la vida y la emigración de las grullas marca ese repetitivo ciclo de la naturaleza y la vida. Excelente el texto, Eduardo.
Gracias Amalia por tus hermosas palabras. Besos.