Perdiz roja. José Manuel Armengod. Creative commons

La extraordinaria perdiz roja (I)

Es una de las aves más listas, fuertes y adaptables de España. Codiciada como pieza de caza por su bravura, cada día quedan menos ejemplares salvajes.
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Caminaba el mes de junio por la senda de un amplio ribazo escoltada a los dos lados por pastizales y aliagas, cuando me salió volando una perdiz prácticamente de los pies, y a unos 30 metros más o menos cayó al suelo como si tuviera un ala dañada. En ese instante me olvidé de la perdiz, me quedé como una estatua, miré al suelo y allí había una hermosa pollada hecha un ovillo como si estuviera pegada al suelo. Los pequeños de color grisáceo y con unos ojos de espabilados que daba envidia no se movieron hasta que se me ocurrió dar un paso para atrás.

La estrategia de mamá perdiz estaba clara: simuló que estaba herida para que yo la siguiera y me olvidara de sus pollos. Esta argucia de despiste ya la conocía, pero lo bueno es que hacía muchos años que no me ocurría y me emocionó. Sus instintos de supervivencia seguían siendo los mismos que los de hace más de 50 años cuando salía con mi hermano pequeño al monte a coger un pollo de perdiz macho para criarlo en casa, solo por el gusto de tenerlo.

De niño era un logro conseguir atrapar una perdiz de cría, de una semana más o menos. Lo cierto es que casi siempre lo conseguíamos y hasta seleccionábamos el pequeño perdigón. Elegíamos el más grandote y cabezón a sabiendas de que era macho para que ya de adulto nos alegrara con su potente canto y reclamo. Les aseguro que no era nada fácil y había que caminar por el campo muchos días hasta dar con una pollada y más en esta zona de montaña donde desde hace muchos años la presencia de la perdiz roja nunca fue importante.

Los primeros días criábamos al pequeño con insectos como saltamontes, moscas, pequeñas mariposas y también huevos de hormiga roja. No sé quien nos dijo que estos pequeños huevos blancos, algo más pequeños que un grano de arroz, eran un manjar para los perdigones.

El «mal genio» de la hormiga roja

Nos íbamos al pinar donde había más nidos de hormiga roja porque los fabricaban con hojas de pino muy abundantes por la zona. Con un palo fuerte escarbábamos en el hormiguero hasta encontrar una galería con huevos, cogíamos un puñado de éstos con alguna hormiga que se clavaba con su boca en las manos y los metíamos en una bolsa de plástico. Poco después tapábamos de nuevo el hormiguero y hasta el año que viene. Esta operación la realizábamos dos o tres veces a la semana en distintos hormigueros durante un mes y medio mientras el perdigón comenzaba a comer trigo triturado y otras semillas.

¡Ojo! No recomiendo a nadie que realice esta operación; primero porque las hormigas no tienen ninguna culpa de que sus huevos sean un bocado apetitoso y segundo porque sueles salir mal parado por los mordiscos de estas agresivas hormigas y por el olor tan fuerte de ácido fórmico que desprendían como defensa hasta casi dejarnos mareados. Menos mal que estábamos en campo abierto. El potente olor de este ácido se nos quedaba impregnado en las manos y solo se nos quitaba con dos o tres lavados de manos con jabón neutro, el de siempre, el que fabricábamos en casa. Entonces éramos unos chiquillos de 10 y 11 años.

Para conocer el mal genio que gasta la hormiga roja basta con descubrir un nido y tocar con un palo dando pequeños golpes por fuera. En ese instante el ritmo normal de las hormigas se vuelve frenético para todos los lados y sin darte cuenta empiezan a subir por tus pies. Así es que mejor retirarse. De hecho, cerca de donde se instalan las colonias de estas hormigas son pocos los animales de cualquier tipo que se atreven a asentarse.

Lecciones para no olvidar

Cuando el pequeño perdigón tenía mes y medio- crece muy rápido- lo pasábamos a la jaula donde se encontraba el macho adulto de perdiz y para asombro de cualquiera jamás vimos que ninguno lo rechazara. Al contrario, con el calor y al fresco de la noche veraniega de pueblo de sierra de montaña lo tapaba con el ala como si fuera su madre. También lo llamaba cuando consideraba que tenía un bocado para el pequeño intruso. Una vez más los animales nos dan lecciones que no deberíamos olvidar, pues la protección del adulto al perdigón, su compañía y ayuda le servía para crecer a mayor velocidad; de tal manera que en octubre el hijo adoptivo ya era casi del mismo tamaño que su padre.

Por otra parte, la “amistad” del mayor le venía muy bien o, mejor dicho, nos convenía a nosotros, porque el pollo amansaba su carácter arisco y algo desconfiado.

No todos llegan a adultos

La pollada de una semana de edad que casi piso en la vereda era de 10 ó 12 ejemplares. Pero si la mitad de estos llega a la edad adulta ya es un éxito, pues en estas zonas serranas tienen la desventaja de los depredadores en número y variedad que acechan a la perdiz. Aunque gozan de la defensa de las matas y árboles donde refugiarse, muchas más que en las llanuras manchegas.

En las primeras semanas de vida son víctimas de culebras bastardas y de escalera, comadrejas, gatos monteses, garduñas, zorras y hasta jabalíes. Con más edad, el enemigo suele venir de los cielos, desde donde diferentes águilas, halcones y azores hacen estragos cuando se suelen acercar a los bebederos que son siempre los mismos. La perdiz es de costumbres fijas y muy querenciosa al lugar que ha nacido, tanto para comer como para beber mientras no llueva. Y lo peor es que en algunos casos desde el lugar donde habita hasta el bebedero se tiene que desplazar más de un kilómetro.

En otros capítulos intentaremos explicar por qué cada día quedan menos perdices salvajes y su legendaria bravura. Por si acaso, ya saben: si alguna vez les sale una perdiz de los pies y parece herida, antes de correr hacia ella quédese quieto y mire al suelo, porque le puede ocurrir los mismo que a un vecino del pueblo que por querer atrapar la perdiz grande pisó dos polluelos y los aplastó. Desde entonces le apodo “zapatones” y le sienta fatal.

(Continuará).

Foto destacada: Perdiz roja. José Manuel Armengod. Creative commons

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