Ramiro y las cabañuelas | Microrrelato
Ramiro sabe que los augurios sobre el tiempo han formado parte de la vida de los pueblos. Las cosechas, las guerras, las epidemias, los seísmos, las migraciones y tantos otros aconteceres han dependido de las veleidades del clima. Sus padres, sus abuelos y muchos agricultores como ellos, siempre han mirado al cielo angustiados, esperando alguna señal que les indicara cuándo llovería, cuándo habría una amenaza de pedrisco o cuándo un periodo prolongado de sequía. Por eso, desde niño, Ramiro se ha interesado por todo lo que pueda ayudar a predecir el tiempo, escuchando la voz de los mayores en torno a una fogata en el campo o alrededor de los fogones en las cocinas familiares.
Durante la Semana Santa, el abuelo Eufrasio narraba el pasaje bíblico de los sueños de José, donde se refleja bien tal preocupación. Ramiro oía extasiado a su abuelo contar que el ascenso del joven hebreo en la corte de Egipto se debió a su capacidad para interpretar los sueños del faraón, aconsejándole a su ministro Putifar que almacenara una parte del grano en la época de las espigas llenas para tenerlo disponible en los años de las espigas vacías.
El pueblo hebreo ya asentado en la Tierra Prometida siguió con la tradición de predecir el tiempo, y lo hacía durante la fiesta del Tabernáculo. En esa fiesta construían pequeñas cabañas (cabañuelas) para evocar su largo peregrinar por el desierto del Sinaí. Además, en esos días celebraban los hebreos el final de la cosecha y pronosticaban el tiempo que haría en la siguiente campaña agrícola. El cristianismo continuó con esa vieja tradición teniendo su propio calendario de predicciones asociado a los días del santoral.
Es por esto que a Ramiro le apasiona la novela “Las ratas” de Delibes, pues ve en ella el ciclo completo de un año agrícola a través de los santos que aparecen mencionados en el libro y que hacen referencia a las estaciones y a los cambios del tiempo en un pueblo castellano. En algunas zonas, los campesinos han seguido utilizando el método hebreo de las cabañuelas para hacer sus pronósticos construyendo pequeñas chozas en el campo desde donde realizar sus observaciones.
Hay quienes anotan la forma de las nubes, la dirección y fuerza del viento o el rocío que se deposita al amanecer en las hojas de los olivares y viñedos. Otros prefieren observar el zumbido de las abejas en las colmenas, la claridad del sol al asomar por levante o la salida de la gran estrella Sirio en la constelación Can Mayor. Los hay que anotan el vuelo de los pájaros, incluso el canto de los gallos y el cacareo de las gallinas, y hasta el modo como gruñen los cerdos en la cochiquera o mugen las vacas en el establo.
Pocos agricultores siguen hoy las indicaciones del santoral, y menos aún los que se toman en serio las predicciones de las cabañuelas, sustituyéndolas por los pronósticos de la Aemet u otras agencias meteorológicas. Ramiro es uno de esos agricultores modernos y tecnificados que suelen consultar su smartphone para conocer las previsiones del tiempo. Pero es de los pocos que todavía practican las cabañuelas.
En el mes de agosto dedica las mañanas a observar los cielos al amanecer desde la pequeña choza de caña que tiene instalada debajo de la gran encina, justo en el mismo lugar donde veía hacer las mediciones al abuelo Eufrasio. En su cuaderno de campo anota Ramiro las mismas cosas que su abuelo observaba con la atención de un explorador. Son anotaciones similares a las que leyó hace años en un viejo manuscrito encontrado en un arcón de madera ya apolillada del antiguo cobertizo, cuando decidió sustituirlo por el moderno almacén donde ahora guarda el tractor y demás aperos de labranza. Era un manuscrito con fecha de 24 de agosto de 1874, firmado por su tatarabuelo Jacobo Castañeda, y donde se puede leer el nombre de “cabañuelista” debajo de su firma.
Justo al lado hay un dibujo a lápiz de la menorá, el candelabro hebreo de siete brazos, y otro de una pequeña cabaña, similar a la que él recuerda haber visto al pie de la gran encina. En el manuscrito había diversas anotaciones diarias, una por cada uno de los veinticuatro primeros días del mes de agosto, y junto a ellas los pronósticos del tiempo para el año siguiente.
Ramiro sigue practicando las cabañuelas, que en otras zonas de España se llaman “témporas” o “canículas” (por lo de la estrella Sirio y el Can Mayor). Lo hace más por tradición familiar que porque confíe en esos métodos ancestrales de predicción del tiempo. También lo hace porque le gusta contemplar la naturaleza en esas mañanas de agosto sin las urgencias de las labores de labranza o la recolección de las cosechas.
Sabe que las cabañuelas tienen poca base científica, por no decir ninguna, “la misma que tenían los pronósticos de los viejos augures, que si acertaban lo hacían por la fuerza de la costumbre y la repetición de los ciclos naturales”, le dice su amigo Julio. Confía más en los dolores que a veces siente en algunas partes de su cuerpo, para predecir el tiempo que hará en los próximos días. Sus observaciones de las cabañuelas las guarda para sí mismo, y sólo las comparte con algunos amigos agricultores, mientras toman café en la terraza del bar La Esquina.
En esos momentos, Ramiro recuerda los consejos que siempre le daba su abuelo Eufrasio cuando le llevaba a observar los cielos en las cabañuelas de agosto resguardados en la cabaña de la gran encina. “Elige sólo unas pocas observaciones”, le decía, “las que sean más fáciles de medir. No por anotar más cosas vas a saber más del tiempo”. Y añadía, “no olvides además que esto de las cabañuelas sólo ayuda a predecir el tiempo aquí, en el lugar donde hacemos las observaciones, como mucho en un radio de unos pocos kilómetros, pero no más allá. Mientras más extendamos el radio de las predicciones, más cerca estaremos de equivocarnos”.
En estos tiempos de cambio climático, en los que hasta los de la Aemet se equivocan a pesar de todos sus modelos de predicción, Ramiro se acuerda de las sabias palabras de su abuelo Eufrasio y piensa que los cabañuelistas tienen que ser aún más cautos para no caer en el descrédito.
Ramiro sabe que la práctica de las cabañuelas, al igual que la construcción de relojes de sol, son tradiciones de poca utilidad en estos tiempos de internet, de robótica y de alta tecnología. Pero sabe también que, para los que las practican, son una forma de detener, al menos durante unas horas, el ritmo tan acelerado de la vida, y de pararse a escuchar los latidos de la naturaleza.
Al fin me he enterado bien de lo que son las cabañuelas. Eduardo en pocas líneas has definido el esquema antropológico, de lo que han sido y son los sistemas de predicción meteorológica. El final de tu relato llama a la integración de los sistemas predictivos antiguos con los actuales, cuya actualización al cambio climático es perentoria diría yo para la Agricultura actual.
Muy detallista y curiosa la descripción que haces, Eduardo , de las cabañuelas o forma de predecir el tiempo entre los agricultores , observándolo y anotando minuciosamente todos los cambios en el cielo y en el entorno. Hoy casi olvidado.