Ramiro y el lobo | Microrrelato
Ramiro tuvo ganadería extensiva, pero la dejó hace algunos años, y ahora sólo cultiva sus tierras. “Ser ganadero de extensivo es muy agotador, exige mucho sacrificio”, dice, “y ya no estoy para esos trotes”. Fernando, uno de sus sobrinos, es quien lleva un rebaño de 300 ovejas, que pasta en terrenos comunales y en fincas privadas desde marzo a noviembre.
Por tradición familiar, Ramiro siempre se ha interesado por el tema del lobo, un tema este con el que los ganaderos de su comarca han convivido durante tiempos inmemoriales. Por su sobrino Fernando sabe que las cosas se están enconando y que los ganaderos están bastante cabreados con la propuesta del gobierno de incluir al lobo en la lista de animales silvestres de especial protección, ya que eso significaría dejar de ser calificado como especie cinegética en las zonas donde ahora sí lo es.
Hay mucha confusión, lo que no ayuda a introducir sensatez en un debate tan emotivo como éste del lobo, cargado siempre de sentimientos de agravio y desprecio por parte de los ganaderos y de acusaciones hacia ellos de los ecologistas. Ambas posiciones se basan en firmes creencias y son defendidas como si de un fortín se tratara. “Más razones y menos emociones”, suele decir Ramiro cuando oye hablar de este asunto.
Teme que todo este enconamiento eche por tierra los esfuerzos que vienen haciendo desde hace años los agricultores y ganaderos para entenderse con los ecologistas, y también los de éstos con los productores agrarios. “Siempre he sido partidario de la protección del lobo, al igual que de otras especies silvestres”, dice, “pero dentro de un plan integral que cuente con los ganaderos y no que se les imponga”. Reconoce Ramiro que está hecho un lío, que lee cosas en un sentido y en el contrario, y ya no sabe si el lobo es realmente una especie amenazada o todo es un invento del sector más radical de los conservacionistas. Según él, “la tienen tomada con la caza y los cazadores, y parece que sólo les interesa esto, más que la gestión integral del lobo”.
Ramiro ha quedado a tomar café con su amigo Carlos, profesor de biología en el instituto de bachillerato del pueblo y socio de Greenpeace, y con su sobrino Fernando. Quiere enterarse bien de los planteamientos que hacen unos y otros.
“Reconozco que hay bastante confusión”, comenta Carlos, y a ello contribuye, dice, la disparidad de criterios dentro del propio movimiento conservacionista sobre la situación del lobo. “No es lo mismo”, señala, “lo que piensa la asociación ASCEL de defensa del lobo, que la sociedad más científica SECEM. Ambas coinciden en que hay que proteger al lobo, pero discrepan en la forma de hacerlo. Pero lo mismo ocurre el sector agrario, Ramiro, ya que no piensan igual las organizaciones profesionales que algunas plataformas de ganaderos que se han mostrado favorables a la coexistencia con el lobo”.
En todo caso, Carlos tiene claro que España firmó en 1987 el convenio de Berna sobre conservación de especies silvestres, y que “eso obliga a nuestro gobierno”. Además, “como bien sabéis, existe la directiva europea Hábitats, donde se establece que, al sur del Duero, el lobo es especie estrictamente protegida y no se puede cazar, y que al norte de ese río su grado de protección es menor y puede, bajo condiciones, ser especie cinegética”. “Esa directiva”, recuerda Carlos, “fue trasladada en 2007 a nuestra legislación a través de la Ley del Patrimonio Natural y la Biodiversidad e incluye a las poblaciones de lobo al sur del Duero en el listado de especies protegidas”.
“Es cierto lo que dices, Carlos”, interviene Fernando, “pero la verdad es que hay mucho desbarajuste, y los gobiernos autonómicos al norte del Duero gestionan el tema del lobo como quieren según cómo evolucionan las poblaciones en sus territorios”. “Además, cuando se dice que en estas regiones del Norte el lobo es especie cinegética”, añade Fernando, “hay muchos malos entendidos. Aquí no se matan lobos como quien mata perdices. Todo está muy controlado. Los guardas forestales o como se llamen ahora son los que comprueban que se aplica la normativa autonómica y te dicen en una cacería si se puede o no cazar lobos y cuántos, al igual que ocurre con otras especies cuya gestión está regulada. Ser especie cinegética es en muchas ocasiones el mejor modo de estar protegida, ya que su caza está sometida a controles muy estrictos”.
Carlos interviene de nuevo para decir que, “si bien la divisoria del Duero tenía el sentido de proteger al lobo en los territorios del sur, que era donde realmente estaba en peligro de extinción, no podéis negarme que ahora, treinta años después, esa divisoria no refleja la realidad, pues las poblaciones de lobo han variado mucho desde entonces”. Por eso valora como positiva la intención del gobierno a través del Ministerio para la Transición Ecológica de afrontar el asunto de la protección del lobo a escala nacional, y como un asunto de estado. “Es la única forma de aclararnos, de actualizar los datos y de gestionar este asunto de forma integral. Si hay que cambiar esa línea divisoria, pues se cambia y se adopta otro criterio”, concluye Carlos.
“Sí, Carlos, pero según me han dicho en el sindicato, el acuerdo que se adoptó en la Comisión interregional del ministerio de incluir al lobo en la lista de especies protegidas y extender su protección a toda España, sólo salió adelante por un voto y con la oposición de las Comunidades Autónomas donde el lobo tiene más presencia”, comenta Fernando. “Así no se pueden hacer las cosas, imponiéndolo como un trágala. Hay que hacerlo con los ganaderos y no contra ellos”.
Ramiro interviene en la conversación, y dirigiéndose a su sobrino le dice que un ganadero joven y moderno como él no puede oponerse a que se proteja una especie tan emblemática para la biodiversidad como es el lobo. “Los agricultores, y en tu caso los ganaderos”, continúa Ramiro, “tenemos que estar con el signo de los tiempos, y no podemos ir en contra de las nuevas demandas sociales. Además, somos los primeros interesados en que no se pierda biodiversidad, ya que estamos sufriendo las consecuencias de tanta especialización. En eso comparto los principios del Pacto Verde Europeo”.
Carlos se muestra de acuerdo y apunta que “la pérdida de biodiversidad está en el origen de muchas de las nuevas enfermedades, ya que se rompe la cadena trófica y, con ello, dejan de funcionar las barreras que la naturaleza pone para el equilibrio de los ecosistemas”. Dice Carlos que enfermedades, como las vacas locas, la gripe aviar o ahora el coronavirus, tienen su origen en la ruptura de ese equilibrio, y dirigiéndose a Fernando señala que “todas las especies desempeñan una función, y que la extinción de alguna de ellas por el afán desaforado de alcanzar los máximos rendimientos productivos sin límite alguno, tiene efectos negativos”. “Como ganadero no tengo nada contra el lobo”, responde Fernando, “y en mi región hemos convivido con este animal durante muchos años, pero quiero que me faciliten los medios para defenderme de los posibles ataques a mis ovejas”.
Ramiro sabe que su sobrino participó hace un par de años, junto con Carlos, en una experiencia interesante con otros ganaderos y con gente del movimiento conservacionista para reflexionar sobre el modo más adecuado de gestionar el tema del lobo. “Aún recuerdo bien vuestra experiencia en el proyecto Tierra de Lobos, que según me dijisteis fue muy satisfactoria”, comenta Ramiro. “La verdad es que lo fue”, le responde Fernando, “ya que por primera vez no me sentí despreciado por ser ganadero». Dice que le trataron con respeto los conservacionistas y que se sintió valorado al prestarles atención a sus opiniones sobre este tema. “Aprendí cosas interesantes”, comenta, “algunas de ellas muy innovadoras, como las que plantearon los conservacionistas Rafa y Miguel, que me abrieron los ojos y me enseñaron cosas que desconocía”. “También me acuerdo”, añadió Fernando, “de una bióloga extranjera que tenía un apellido muy raro y que contó algunas experiencias interesantes con grandes carnívoros como el leopardo en otras partes del mundo”.
Carlos interviene diciendo que “una de las conclusiones fue que los ataques al rebaño no siempre son protagonizados por lobos, sino por otros depredadores, y que por eso es bueno conocer bien las causas y los causantes de los daños”. Comentó, además, que algunos de los expertos que participaron en el proyecto Tierra de Lobos demostraron cómo con los actuales avances tecnológicos “es posible anticiparse a los ataques del lobo y adoptar medidas preventivas, como la electrificación de los cercados, o dotarse de buenos mastines”.
“Sí, pero eso cuesta dinero” interviene Fernando, “y muchos ganaderos no podemos asumirlo”, añadiendo que ese tipo de medidas de prevención “deberían formar parte de un plan integral de gestión del lobo”. En ese sentido comentó que “todos necesitamos estar mejor informados para ser más eficientes en la gestión de los rebaños”, e hizo referencia al documental “¿Convivencia? Ganadería y lobos”, promocionado por el sindicato UPA.
“La principal conclusión de todo esto”, dice Carlos, “es que los ganaderos no podéis ser excluidos de los programas de protección del lobo, ni tampoco autoexcluiros con actitudes defensivas que suenan cada vez más a la caverna y la carcundia. Vosotros tenéis que ser tan ecologistas como los ecologistas urbanos, y tenéis más razones que ellos para serlo”.
Ramiro, que estaba escuchando con atención, añade que no entiende cómo este asunto se deja en manos sólo del ministerio de Transición Ecológica, y señala que “el ministerio de Agricultura debe participar también, ya que es el que representa los intereses de los agricultores y ganaderos”.
Carlos añade que quizá sea más fácil alcanzar algún tipo de consenso si se ponen antes de acuerdo los dos ministerios. “Sería conveniente retrasar la aprobación de la orden ministerial y fijar un plazo de un año para que las organizaciones ganaderas y las asociaciones ecologistas se sienten, dialoguen y busquen puntos de convergencia, que seguro los hay”, dice Carlos. “El objetivo tendría que ser aprobar una buena estrategia nacional de conservación y gestión del lobo”, interviene Fernando.
“Por mi experiencia en el ecologismo”, añade Carlos, “sé que las políticas de medio ambiente son políticas globales, pero que se aplican a escala local, por lo que no tienen eficacia si se hacen en contra de las poblaciones locales por muy bien diseñadas que estén”. Ramiro asiente, señalando que, por eso, en las políticas ambientales es donde el consenso se necesita más que en otras.
“Si no se hace así, sino mediante la imposición”, afirma Ramiro, “el campo se enconará aún más de lo que está”. “Sabes Carlos que estamos todos muy cabreados con los bajos precios y los efectos de la pandemia, como para que vengan ahora tus amigos los ecologistas metiéndonos el dedo en el ojo con esto del lobo”. “La verdad es que este tema podría esperar, pues no es tan urgente”, le responde Carlos.
“Estamos sobre un polvorín”, señala Ramiro sin disimular su inquietud, “basta que alguien encienda la mecha para que estalle”. Termina con una sentencia de las que le gustan, diciendo que “a río revuelto ganancia de pescadores, que los hay y ya vienen con la caña política preparada”.
Cae la tarde. Fernando se marcha a darle una vuelta a las ovejas que ha dejado pastando en el monte comunal, y Carlos a su casa a preparar las clases de mañana en el instituto, que le toca hablar a sus alumnos de la transición ecológica y la eficiencia energética. Ramiro se da una vuelta por su parcela de frutales, viendo cómo han florecido ya los cerezos. Hace frío y ha bajado mucho la temperatura. “Menuda faena como hiele mañana”, dice preocupado.
Estupenda iniciativa la de ofrecer narrativa gratuita.
Un saludo.