Los despertadores más naturales que nos ha “robado” la ciudad
Mirlo común
Su adaptación a la ciudad es asombrosa. Cualquier zona con setos ha sido conquistada por uno de los pájaros con un cántico más potente y melodioso. El macho, de color más negro que la hembra y con el pico más naranja, se coloca en su atalaya y a eso de la salida del sol, incluso antes, lanza al viento unas variadas melodías para demostrar a sus congéneres que el jefe y dueño de esa zona es él.
Es también uno de los primeros en marcar territorio y en anidar. Por tanto, desde primeros de marzo es capaz de despertar al más pintado con sus fuertes cánticos que también sirven para enamorar a las hembras. Muy frecuente entre los jardines, se ha convertido en un auténtico urbanita capaz de aguantar la contaminación acústica y del óxido de nitrógeno (NOx) y el dióxido de carbono (CO2).
Y como suelen realizar al menos dos polladas, al año siguiente la familia aumenta y entre unos y otros montan en los jardines su peculiar festín, pues también cantan por la noche.
Tórtola turca
Poco a poco, también se ha ido haciendo con un hueco en cualquier tipo de ciudad que tenga árboles de cierto porte, aunque para anidar no los necesita muy altos. De todos los “despertadores”, su voz se hace muy pesada y como te concentres en ella puede llegar a ser una pesadilla. Su “cu-uuuu” o “bu-uuuu” insistente no deja impasible a nadie. Es algo menos madrugadora que el mirlo.
Más pequeña que la paloma común y que la torcaz, pero un poco más grande que la tórtola común a la que se ve más en zonas camperas y rurales, la turca va a más y ya se está convirtiendo en algunos lugares en una plaga.
Su caza en España está prohibida, pero no así en otros países de Europa.
Paloma torcaz
Es con diferencia la más grande de las que anidan en España. Suele escoger árboles muy tupidos y bastante altos. Aunque parece más bien sosa, su inteligencia le ha permitido avanzar en las zonas arboladas de los parques.
Su arrullo más bien grave y potente emite algo así como “gu-guuu” que entra por lo oídos de forma clara. No es tan pesada como su prima pequeña la turca.
Su comportamiento en ciudad es mucho más manso en pleno campo, donde se muestra esquiva y huidiza. Su vuelo es muy potente y su cuerpo musculoso y fornido. Su presencia en España es mucho más antigua que la de la turca. Casi imposible confundirla con la paloma común.
Estornino común
Muy dado a imitar a otras aves y a entonar unos “chiflidos” que se pueden oír a larga distancia. Combina sus melodías con variados tonos, aunque su cántico es menos agradable al oído que el del mirlo.
De color negro, no deberíamos confundirlo con el mirlo, pues en general pocas veces está posado en el suelo de los jardines. Anida en huecos de paredes y cuando llega el otoño se junta en grandes bandadas arrasando frutales y otros cultivos.
En algunas ciudades donde vienen a dormir al calor de calefacciones y resguardo han tenido que utilizar “Cañones”, aves de presa y otros artilugios para espantarlos, pues son tan numerosos que llenan las plazas arboladas con excrementos hasta el punto que no se puede ni pasear. Su vuelo también es potente y muy rápido. Y cuando se levantan y, sobre todo al acostarse forman un jolgorio formidable.
Petirrojo
Este simpático y manso insectívoro de cuerpo más rechoncho y algo más pequeño que un gorrión, le hace competencia al mirlo común, pues ocupa el mismo espacio. Para su tamaño, su voz es potente y la sinfonía de su canto bastante variada.
No es tan insistente en sus notas como el mirlo, pero en ocasiones se anima y convierte la salida del sol en una fiesta.
Menos frecuente que el mirlo, parece que mantiene su población y no hace ascos a insectos y lombrices al igual que a los frutos maduros.
Jilguero
Frecuenta menos las ciudades que cualquiera de los pájaros antes citados y le encantan las acacias para anidar. Además de su precioso colorido, su cántico cuando se encarama al altillo de un árbol resulta también muy bonito.
Escucharlo cuando uno se está espabilando es algo impagable, pues si no se espanta de nadie ni de nada puede permanecer un buen rato manifestando sus diversos tonos.
Al igual que el estornino se junta en otoño en bandadas, pero mucho menos numerosas que van buscando las semillas de los cardos. De ahí que también se le llame cardelina.
Su captura está prohibida. Y no hace tantos años eran muchas las familias que tenían en su jaula a un jilguero por su fácil adaptación y cántico melodioso.
En las ciudades también tiene compañeros de la familia de los fringílidos como el verdecillo y verderón común.
Ruiseñor común
A las afueras de las ciudades y pueblos donde todavía hay zarzamoras frondosas y ortigas se escuchan las potentísimas notas de nuestro protagonista que viene a España a principios de primavera.
Su tamaño es parecido al del petirrojo, aunque su cola es más larga y su comportamiento bastante más arisco.
Canta tanto por la noche como por el día en una especie de competición con otros machos, y su población ha descendido en los últimos años. No obstante, yo lo sigo escuchando en el pueblo exactamente en los mismos sitios desde hace mucho tiempo.
Su pugna con otros machos por ser el mejor cantante es colosal en esas noches serenas de primavera.
Además de los citados despertadores hay alguno más pero lo hace de forma testimonial. Algunas personas no aguantan ni al mirlo ni a la tórtola turca. Y es que no hay quien les corte sus voces… quizás demasiado madrugadoras.