Una garza, descansando en su tránsito migratorio, en el Alto Tajo.

Buenas compañías animales

Los animales más dispares, mamíferos y aves, siempre te aportan enseñanzas y ratos muy entretenidos.
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Mientras una gata tricolor: marrón, blanca y gris, se relame las patas delanteras encima de un poyo; sus dos pequeños, atigrados, de unos tres meses de edad se pelean por un ratón que les ha cazado su madre. Riñen más como si fuera un juego que por hambre. Sí, su instinto les dice que se lo tienen que comer, pero es que están saciados por el pienso y las sobras que les da todos los días la vecina.

La gata primeriza los parió en un pajar de al lado y una vez que los pequeños se fueron asomando por la gatera, la vecina les fue dando leche, y más tarde leche mezclada con pienso. Así que la madre los ha ido acercando poco a poco a la casa para que los pequeños sean alimentados. Eso sí, todos los días les trae un ratón por la mañana y otro por la tarde.

Le comento a la vecina que no les eche mucho de comer y que es mejor que los deje con hambre para que no pierdan sus instintos, porque cuando se vaya del pueblo a la ciudad los pequeños no van a saber cazar. Su madre al tener comida casera sobrante no les ha enseñado a cazar ni a defenderse de otros animales como los perros sueltos del cabrero que andan por el pueblo.

Sin embargo, ella, erre que erre, no me hace ni caso y coge los cachorros con las manos, los acaricia como si fueran caseros y cada día los mima más. Es como hablar con un frontón. Mientras que a mí me gustaría ver unos gatos avispados y ariscos, ella prefiere amansarlos. Y que quede claro que a la ciudad no se los va a llevar. Y lo peor es que como mi vecina hay algunos veraneantes más del pueblo que por complacer a los nietos han tratado a los gatos pequeños de forma parecida.

Me extraña que la gata se relama tanto tiempo y me doy cuenta de que tiene una herida enorme entre la mandíbula izquierda y el cuello. Se relame las manos y luego se las pasa por la herida. Casi con toda seguridad le ha mordido una víbora; se ha reventado la bolsa de líquido que siempre se produce cuando muerde este reptil y poco a poco con su saliva se cura. He visto muchos gatos con heridas parecidas.

Una curiosidad: desde que vengo observando a estos gatos semisalvajes adultos comiéndose un ratón cerca de mí, compruebo que siempre se dejan sin tragarse los riñones del roedor.

Los piquituertos y el salitre

Antaño cuando andaba por el monte y pasaba cerca de una choza donde se cerraban ovejas solían espantarse piquituertos comunes haciendo su clásico y estridente pitido. Los pastores habían colocado al lado de las chozas losas de piedra caliza para echarle sal al ganado. Las ovejas, cabras vacas y otros animales salvajes como los ciervos, corzos, muflones y cabras montesas, entre otros, se pirran por la sal. Los piquituertos también.

Ahora, ni ovejas ni piquituertos rondando los losares. Pero no deja de ser motivo de estudio que estos fornidos pájaros, algo más grandes que un gorrión, con el pico en forma de tijera y que se alimentan de piñones, abriendo las piñas con una destreza increíble, necesiten más sodio que otras aves.

A finales de los años sesenta del siglo pasado, un bando de piquituertos machos y hembras se acercaba al centro del pueblo, Peñalén, donde había una pequeña terrera salitrosa a picotear. Mi hermano pequeño decía que venían a comer sal y yo que a afilarse el pico. Al final, como casi siempre que se trataba de pájaros, tenía razón él, aunque imagino que el pico, de paso, también se lo afilarían.

Ahora cuentan los ornitólogos que mueren muchos por los atropellos de los coches en las carreteras de montaña muy concurridas, porque en invierno se esparce sal y allí acuden a comer. Y tan entusiasmados están con su sal que no se espantan de los coches. Además, si uno muere vienen varios cerca de éste y también caen víctimas de su compañerismo. El piquituerto común -los machos son de un color rojizo anaranjado y las hembras verdoso amarillo- no están en peligro de extinción, pero les aseguro que ahora observo muchos menos que antaño. Por otra parte, nunca fueron muy virtuosos en el canto.

El águila y la perdiz

Ando por la orilla de un rastrojo de trigo encajonado en medio del monte, y a unos 50 metros vuela un bando de perdices. Las jóvenes son casi igualonas y todas se pierden volando entre las sabinas, estepas y melojos. Es una zona para pasear muy bonita, resguardada de los vientos por grandes piedras de arenisca roja, porque ya he visto varios cernícalos, cuatro águilas calzadas- dos adultos y dos crías-, bastantes mirlos, dos pitos reales en una pequeña chopera abandonada, algún escribano, media docena de tarabillas, entre otros, y una codorniz que me ha salido de los pies.

Vuelvo unos días más tarde casi por los mismos pasos y observo en el rastrojo un montón de plumas de perdiz joven. Sin duda ha sido un ave de presa como el águila calzada o quizás un azor que ande por la zona la que le ha dado caza. Apuesto por la calzada porque la he visto varías días en el posadero relativamente cerca del “chorro” de plumas.

Desde que nacen las pequeñas y avispadas perdicillas hasta alcanzar la edad adulta, los bandos suelen quedar muy diezmados por los numerosos predadores que no dejan de acosarlos.

La garza visitante

Me envía mi amigo Arturo un “guasap” con una foto de una garza real descansando en una pared de un pajar antiguo (ver foto destacada), muy cerca de una pequeña laguna que hay a unos 500 metros del pueblo y que antaño servía de abrevadero a mulos y rebaños del pueblo. Me pregunta que “qué ave es esta” y le contesto al instante.

No se puede imaginar Arturo la alegría que me da: los últimos años, menos el pasado, la había visto posada en la laguna o los alrededores. Se espantaba y al poco volvía a la charca grande. El descanso de la garza siempre ha debido de ser muy reponedor, porque abundan las ranas y las culebras de agua. Lo que no sé es si es la misma de siempre u otra. De lo que estoy seguro es que ha llenado el buche a tope ante tanta comida.

La vez que más estuvo por las orillas del pueblo fue una semana, hasta tomar rumbo al sur. Y no lo tiene fácil, pues por más de 50 kilómetros a la redonda no existe ningún humedal. Resulta curioso, además, observar esta ave en pleno vuelo, pues encoge el cuello- no como otras migratorias, como por ejemplo las grullas- y parece mucho más pequeña. Mide un metro y volando alcanza una envergadura de alas de dos. Jamás la oí emitir un solo sonido gutural.

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