Pasarlas más putas que en vendimias
Jueves 17 de septiembre. Me despierto a las 7:12. Todavía no ha amanecido. Me extraña no oír ruido de tractores. Es el primer día de vendimia de uvas tintas. Las blancas se cortaron la semana pasada. Me asomo a la ventana y está nublado y la calle mojada. Pienso en cómo estará la parra. Mejor que seque. No hay prisa. Llovió.
A las 8:10 ando por el camino del barranco de los abejares y veo varios tractores con remolques, sacauvas y palas que ruedan por el camino de Calahorra hacia la matanza, el hornillo, los justales… Desde la cumbre veo las viñas que bajan hasta la pasada y suben hasta valdarrete y en ellas media docena de tajos. De fondo el sonido de los tractores que sacan a los remolques las uvas que se cortan a mano. Por el camino de la fuente del perro avanza hacía una viña de “los zapateros” una cosechadora.
Dos cosas me llaman la atención cuando comparo la vendimia de hoy con las mías de ayer: el cambio tecnológico y el color de la parra.
Mis primeras vendimias, de chaval, fueron con un macho tordo que arrastraba un carro de rueda de madera con llanta de hierro (todavía está en casa aquel carro) cargado de comportillos en los que iban las uvas. Los cestos eran de caña y la herramienta de corte un corquete. Desde entonces he vendimiado adaptándome año a año a la evolución tecnológica hasta el punto de llegar a no vendimiar, a no hacer lo que realmente es vendimiar, cortar uvas. Porque en la vendimia moderna es más importante organizar que cortar uvas.
En mi casa los días previos a la vendimia, en los que se sacaban los comportillos y las comportas a la calle, se mojaban y se apretaban los cellos (era esta labor de los chavales), se notaba que, al mismo tiempo que iba hinchando la madera y cerrándose las grietas para que no se escapara mañana el mosto, crecía también la mala hostia de mi padre, consecuencia de una situación nerviosa incontrolable. Luego me di cuenta de que esto no era exclusivo de mi padre. Era lo que ahora llaman el estrés de la vendimia.
Era entonces todo tan difícil, tan duro el trabajo, tan pocas las facilidades y tan escasas las herramientas, que en vendimias la gente las pasaba putas, muy putas y saber que llegaban los ponía nerviosos, muy nerviosos. Hoy no hay riesgo de que dé la vuelta el carro en un pequeño regato que dejó la última tormenta en el camino o al bajar cargado por el callejón de la matanza, ahora encementado; ni que te dé un clujido que te parta los riñones al cargar los comportillos en el carro, que para eso están los modernos sacauvas. En fin, qué les voy a contar que ustedes no sepan de las maravillas que trajo el avance tecnológico a la vendimia. Agricultores hay que ni se bajan del tractor en todas las vendimias y los hay que podrían ir al tajo mudados como el día de la procesión de San Roque y no se mancharían.
Y, sin embargo, cuando los veo sacar el remolque a la puerta de la cochera y extender el toldo, enganchar el sacauvas o la pala, llamar por teléfono al de la máquina cosechadora… y hablo con ellos, están igual que mi padre en vísperas de las vendimias de 1974, pongamos para el caso. ¿Por qué? Porque manejan la última tecnología que les ha resuelto los viejos problemas que agobiaron a sus padres pero tienen nuevos problemas que ninguna tecnología les ha resuelto, por ahora.
Basta hablar estos días un par de horas con los agricultores que hoy han empezado su vendimia para entender lo que les pone nerviosos: el tiempo, los temporeros y la inspección de trabajo y del lugar para su alojamiento, los cupos de entrega que restringen la libertad para ir a vendimiar, el precio de las uvas, los parámetros que determinan su calidad en la báscula y, en consecuencia, su precio, los kilos amparados cuando son uvas de una denominación de origen, lo que aquí se llama el papel… preocupaciones nuevas en la vendimia moderna.
Le decía que la otra cosa que me llama la atención es el color de la parra. Ahora la parra esta verde, tan verde como en julio, si no fuera por algunas hojas secadas por el mildiu que este año ha sido un problema. Antes la parra en vendimia estaba ya empezando a otoñarse. Cierto es que antes, aquí, vendimiábamos para la Virgen del Pilar y ahora para San Mateo. Supongo que este cambio estético en el escenario de la vendimia tendrá su explicación científica y que, sin duda, conocerán muy bien mis amigos investigadores del Instituto de las Ciencias de la Vid y del Vino que, por cierto, acaban de descubrir en Montenegro el eslabón perdido entre la vid silvestre y la cultivada, leo en la prensa local.
Al margen de esta explicación, lo que me preocupa no es la estética sino la ética. Me explico y de paso lío estas dos cosas aparentemente dispares que han llamado mi atención en esta comparativa de vendimias de ahora y de antaño y en la que pienso mientras camino por la cumbre. ¿Y si resulta que la parra está hoy tan verde porque desde que terminó de llorar la viña, allá por marzo y brotaron las yemas hinchadas, le han echado seis u ocho manos de todo tipo de químicos para evitar el mínimo ataque de bicho alguno? Vamos, que este color no es de por sí natural, que esta conservado a base de tratamientos químicos para que las uvas no se las lleve ni la ceniza, ni la araña, ni la polilla, ni el mildiu, ni la bortritys, ni…
No tengo duda de que en la química el cambio ha sido tan tremendo como en la tecnología. Lo que ya no tengo tan claro es que el balance que en la comparativa entre el corquete y la tijera, el comportillo y el toldo y el macho tordo y el tractor es favorable a la modernidad, lo sea también cuando comparo el azufre y el sulfato de cobre de entonces con la variedad de fitosanitarios de hoy, sobre todo cuando lo pienso como consumidor entusiasta que soy, del vino de la cooperativa de mi pueblo, pero también cuando pienso en la salud de quienes tratan las viñas, aunque vayan dentro de una cabina que parece la de un F18 con base en Torrejón.
Cuando vuelvo para casa por el camino que baja desde el monte de la botella al callejón de la matanza, me paro en el ribazo de la viña de viura de Honorio a fotografiar una piedra que bien pudiera ser la Tierra que se cayó a la tierra anoche. O quizás solo es una piedra manchada de sulfato, que puso Honorio para que no entraran las ovejas a comerse la parra después de vendimiarla, como era costumbre.
Yo creo que es la tierra que se cayó anoche a eso de las cuatro y media que llovió, para estresar más, si cabe, a los que hoy empiezan a vendimiar.
Emilio Barco
En Alcanadre, oliendo a mosto