SEO/Birdlife achaca el declive de las aves a la intensificación de la agricultura
Especies comunes en nuestros campos de cultivo hace 20 años como la alondra, la calandria, la collalba rubia, la codorniz, el sisón común o la perdiz común, entre otras, ostentan declives poblacionales significativos, según se desprende del III Atlas de las Aves en Época de Reproducción en España, que elabora SEO/BirdLife.
La intensificación de la agricultura, enfocada sobre todo en la productividad, con uso generalizado de plaguicidas y herbicidas; la expansión de monocultivos y la simplificación del paisaje; la reducción de espacios silvestres y barbechos; la transformación de grandes áreas de secano en regadío y la utilización de semillas con productos altamente tóxicos, han contribuido a este declive generalizado de las aves agrarias, según la Sociedad Española de Ornitología.
Esta concatenación de causas genera un empeoramiento y reducción de sus hábitats, la disminución de insectos (-76% en Europa desde 1990) y plantas con semillas como fuente de alimentación, menos lugares donde criar y, en definitiva, menos territorio disponible y de peor calidad.
A esta evolución de los sistemas agrarios se suma la construcción de infraestructuras industriales, de transporte y, recientemente, proyectos de energía renovables (en especial fotovoltaica) que, en gran medida, ocupan los hábitats preferentes de estas especies.
Esta tercera edición del Atlas se suma al reciente Libro Rojo de las Aves de España, y ofrece nueva información sobre la pérdida de área de ocupación de aves ligadas a ambientes agrarios como las perdices, codornices o sisones, al que los expertos califican como “el grupo de aves terrestres más amenazado de la península ibérica” y cuyo descenso se estima en un 27% en menos de tres décadas según los resultados del programa de seguimiento de aves comunes de la organización (programa Sacre).
Aves agrarias: el grupo más amenazado
Entre las aves ligadas a medios agrarios, las que se encuentran en una situación más sensible están las vinculadas a ambientes agroesteparios. Por ejemplo, el alcaraván, en comparación con el II Atlas de Aves Reproductoras, ha reducido su ocupación en el territorio. Ahora cuenta con un 15% menos de cuadrículas ocupadas, con disminuciones más acusadas en el norte que en el sur o que en los litorales oriental y meridional.
Para el sisón común, los resultados del programa de seguimiento de aves comunes reproductoras, Sacre, y los censos nacionales realizados para la especie tampoco son positivos, ya que acusa un declive del 68,5% para el periodo 1998-2018 (-5,5% anual), más acusado en la región mediterránea norte.
También la ganga ortega y la ganga ibérica, que comparten hábitat con el sisón, sufren importantes descensos poblacionales. La ortega ha disminuido un 34% entre los años 2005 y 2019 en el conjunto de la población española; mientras que la ibérica ha menguado su población un 19% pasando de 9.477 a 7.656 individuos en el mismo periodo, particularmente con una situación muy desfavorable en el valle del Ebro, donde las poblaciones han disminuido un 63%.
La avutarda euroasiática tiene una población estimada en 22.000-24.000 individuos, cifra inferior a las estimaciones de las dos últimas décadas. Aunque su tendencia varía por regiones, en el conjunto de la población española su declive en la última década ronda el 15%.
La tendencia poblacional de la collalba rubia es claramente negativa desde 1998 en el conjunto y en cada una de las grandes áreas geográficas analizadas, según también datos del Sacre, con una regresión general del 27%.
A la alondra común no le va mucho mejor. La evolución de su población es muy preocupante, con un descenso del 35% a escala estatal y una tendencia especialmente negativa en la mitad sur peninsular, próxima al 80%. Igualmente, su pariente, la alondra ricotí, muestra una tendencia muy negativa. Presenta una tasa de disminución anual del 3,9% y una caída general del 41,4% durante el periodo 2004-2015. En los últimos años muestra signos de empeoramiento.
Como curiosidad, resultados preliminares de censos realizados en zonas importantes para la especie sugieren tasas de descenso entre los años 2020 y 2021 de entre -30% y -60% atribuidas a eventos meteorológicos extremos durante el invierno de 2020 (tormenta Filomena), que habrían afectado a poblaciones residentes ya muy mermadas.
Para la perdiz roja, asociada a casi todo tipo de ambientes agrícolas (cereal, olivar, viñedo y otras leñosas), los datos del programa Sacre recopilados en el Atlas indican un declive importante, del 40% desde 1998, particularmente marcado en la zona mediterránea sur y norte.