Otoño en La Ribera
“El latín otium, literalmente ocio, se contrapone al término negotium, no ocio, entendido como actividad laboral”
Lamberto Maffei. Alabanza de la lentitud, página 80
“Ha de observarse aquí otro efecto ulterior de nuestra más estrecha coordinación del tiempo y de nuestra comunicación instantánea: la ruptura del tiempo y la ruptura de la atención. Las dificultades de transporte y de comunicación antes de 1850 actuaban automáticamente como pantalla selectiva que no permitía que alcanzaran a una persona más estímulos que aquellos a los que ella podía responder: una cierta urgencia era necesaria antes de que uno recibiera una llamada lejana o se viera uno mismo obligado a emprender un viaje. Esta condición de lenta locomoción física mantenía el trato a escala humana, y perfectamente controlado. Hoy día esta pantalla ha desaparecido: lo lejano está tan próximo como lo cercano, lo efímero es tan importante como lo duradero”.
Lewis Mumford. Técnica y civilización (1934), capítulo 6, apartado 2
Leí el domingo 27 un artículo de Rosa Montero titulado Sin tiempo. Comienza el texto contando lo que hace unos días le dijo la diseñadora Lupi Asensio: “¡Las nuevas generaciones carecen por completo de paciencia! Yo voy a apuntar a mis hijos (dos, de 16 y 13 años) a un curso de carpintería o algo así, algo en lo que tengan que invertir esfuerzo durante cierto tiempo para poder ver los resultados”.
En el texto la propia autora demuestra, con ejemplos de su vida y con el discurrir de la narración, que la carencia de paciencia no afecta solo a los jóvenes.
Disfruto estos días de la lectura del libro El último día de Terranova, de Manuel Rivas. Entre sus páginas está esa paciencia que se echa en falta en el artículo de Rosa Montero.
“Antes de marcharse fue a ver a Comba. Era ella quien lo tenía para todos. Tiempo. Regalaba tiempo de atención. Sin escatimar”. Comba, Amaro, Eliseo, Vicenzo, Dombodán y Expectación, tienen tiempo para velar por quienes llegan a la librería Terranova, huyendo de los demonios que matan la libertad y miden el tiempo.
Pero si alguien tenía tiempo para todos esa era “…Expectación, de Chor. Podía ir con una pila de ropa pesada como un quintal o con una montaña de hierba encima de la cabeza, pero ella se paraba y se ponía de palique sin preocuparse por el tiempo, y uno trataba de seguir el hilo, su boca emitiendo tonemas ascendentes y descendentes información esencial y con voluntad de estilo, las manos interpretando y dibujando subtítulos, qué angustia aquel peso, qué sufrimiento. Y era ella, Expectación la que se preocupaba: ¿Qué tienes, andas atascado? No, qué va. ¿Has comido? Sí, sí. Pues entonces estás cosido. Comes y no engordas. Y se iba murmurando: En esta casona, por no tener no tienen ni hambre”.
Cuando Expectación deja la casa grande en Chor y va a vivir a la librería, allí, en la terraza de la buhardilla, planta pimientos y tomates y el “tejado de Terranova, en verano, era un campo celeste sembrado de dedalera”.
Me alegraría que la señora diseñadora tuviera éxito con el curso de carpintería, pero si fracasa en ese intento de buscar la calma para sus hijos, le recomiendo que haga con ellos una huerta. Una huerta en la que puedan vivir los caracoles, que les enseñarán, cuando los vean avanzar, dejando atrás su camino de plata, la importancia de la lentitud.
Descubrirán, como Expectación, que cada planta requiere sus cuidados y su tiempo. Las tomateras que plantaron por san Marcos, darán tomates por Santiago, cuando plantarán los cardos que comerán o regalarán para la Navidad; los calabacines y los pepinos les vendrán en la mitad de tiempo; los pimientos en un par de meses desde que los plantaron; las manzanas del árbol que ahora en otoño está tan bonito y que podarán cuando termine de tirar las hojas, tardarán en estar en gusto nueve meses, como un embarazo y esa esparraguera ahora otoñada dará espárragos en primavera.
Una huerta como la que hay en la terraza y en el tejado de Terranova, la librería amenazada de desahucio porque alguien compró el edificio para hacer apartamentos. Como la tienda de lámparas Boreal. Como la confitería Ambrosía. Old Nick, llama Amaro, al enviado del rico propietario, para meter prisa al desalojo. Lucifer, Satán.
Vicenzo, el hijo de Amaro y de Comba, cuando oye las amenazas de Old Nick y las de su hijo, se pregunta, “qué nueva sustancia química se habría sintetizado en el trasmundo, sin que yo me hubiese enterado. Una pregunta retórica. Esa poderosa anfeta estaba inventada. La mezcla de velocidad y codicia”.
Una noche, el Boca y el Bate, matones al servicio de el Master, el rico especulador, prenden fuego a la librería, pero no consiguen quemarla porque Zas, Viana, Sibelius… los refugiados al amor de los libros, los sorprenden. “Su respuesta fue tratar de huir. Corrían hacia la puerta, pero frenaron en seco con el estruendo del disparo de Sibelius. Estaban asombrados, y nosotros también. Pero el más asombrado era el propio Sibelius. Había acertado justo en el reloj de pared. ¡Acabo de matar el tiempo!, exclamó. Ya estaba parado, dije”.
Emilio Barco Royo
En Alcanadre 28 de noviembre de 2022
Postdata
Si les incomoda lo de hacer una huerta, pueden acercarse a cualquier Terranova y comprar unos libros.
Elogio de la lentitud, Emilio. Buena reflexión. Hay un proverbio árabe que dice «a mi amada no le regalo joyas, sino tiempo».
Gracias Eduardo
Salud
Emilio
Buenos días:
¡Ah, Lewis Mumford! Qué libros tan gordos y cuantas cosas dentro…
Saludos.
Jesús
Hola Jesús
Así es. Tengo la suerte de que mis amigos de Pepitas de Calabaza son enamorados de Mumford y publican todo lo que pueden de su obra y a mí me encanta perderme entre las páginas de estos libros.
Salud
Emilio