Un hombre mayor trabaja en una huerta en Aranjuez (Madrid). Foto: EDR.

Los perjuicios de la cuarentena en los jubilados que se pasan a hortelanos

Tienen en el huerto una forma de hacer ejercicio y mantenerse en un envidiable estado físico que ahora se ha visto mermado.
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Por su forma de moverse, siempre me pareció que tenía menos asiento que el culo de una silla rota. Juan, un vecino de Selas (Guadalajara), dejó el huerto hace dos años a la edad de 96 y créanme que no paraba con el azadón de arriba abajo y de derecha a izquierda, hasta que no dejaba un yerbajo en su hortal. Además, le daba tiempo para darme unos cuantos consejos, pues yo era su vecino del huerto de abajo que lindaba con el suyo. Dos años llevo sin verlo y se le echa de menos.

Cultivar unas patatas, judías, calabazas… no era la única tarea de Juan. También cuidaba de su mujer, de edad avanzada como él. Nunca lo vi de mal humor, aunque lo que le enfadaba era la prisa que siempre tenía el vendedor del pan. Comentaba que el panadero entraba en el pueblo dando pitidos con el coche y el que no espabilaba se quedaba sin su correspondiente barra. Y eso de comprar para toda la semana y congelarlo no iba con él.

Con la edad de Juan son ya muy pocos los que quedan cultivando su huerto. Sin embargo, muchos otros más jóvenes, que van de los 65 a los más de 80 años, cultivan sus huertos en numerosos pueblos de Guadalajara; en las comarcas de la Alcarria, la Campiña y la Sierra, que son los que conozco. Imagino que en muchas otras provincias españolas pasará lo mismo

A todos estos, la cuarentena los ha partido por la mitad, porque la prohibición de salir al campo, al huerto, a no ser a recoger alguna verdura que ya se tuviera sembrada, ha frenado su sana rutina anual y lo que es peor: su ritmo biológico. Como muy bien dice Emilio Barco en este periódico, ni siquiera les dejan airear la tierra.

En general, la mayoría de estos activos jubilados tienen una edad biológica mejor que la cronológica. Para que nos entendamos: la cronológica es la que pone en el carnet de identidad y la biológica es la de tu organismo.

Sin basarme en ningún estudio, basta con verlos trabajar los huertos y su movilidad para afirmar lo anterior. Sí, ya sabemos que la herencia genética tiene que ver, pero el ejercicio, la dieta, la falta de estrés y el dormir como un lirón ayudan y mucho a tener un organismo que funciona como un reloj suizo a edades avanzadas.

Quizás dieta, dieta, no hagan mucha, pero como lo que comen lo queman, pues vaya lo uno por lo otro.

El confinamiento de los jubilados rurales y en especial los hortelanos es un tema serio a estudiar. Primero, porque les ha tocado el encierro en primavera que es cuando se siembran la mayoría de los productos hortícolas, y segundo, porque se les ha privado de una libertad que han disfrutado siempre.

Y es precisamente esa libertad de hacer ejercicio sin proponérselo como tal, con el fin de conseguir un huerto primoroso, lo que ha conseguido que se mantengan en una forma física envidiable para su edad, evitando enfermedades y teniendo un organismo a prueba de bombas.

Autoestima

Pero no solo se han visto perjudicados en su continuidad de tener un cuerpo como un roble. Su trabajo y el mantener un huerto con unos productos estupendos es un ejercicio de autoestima. Con una parte de los productos cultivados tienen para todo el año y les quedan suficientes para dar a la familia, en especial a hijos, nietos y regalar a amigos cercanos.

Es también un ejercicio de autoestima, cuando comparan su huerto con el del vecino, porque todos los años perdura una competición sorda entre unos y otros por ver quien es el que recoge mejores y más sabrosos tomates; patatas o cebollas más gordas y ajos más sanos. Y no es que vayan a provocar al vecino, pero cuando recolectan siempre colocan las verduras y hortalizas más hermosas las últimas de la cesta por si en el camino al pueblo se encuentran con otro hortelano. O bien se cuelgan al hombro la ristra de ajos recién cogidos y enlazados con maestría.

Aventura

El confinamiento les ha privado también de su espíritu aventurero. Ese que llevan en la sangre desde que eran unos chavales. En esta primavera lluviosa, más de uno estará soñando con las senderuelas, perrichicos y setas de cardo. O con esos manojos de manzanilla cogidos en las cunetas de las pistas forestales y bordes de las praderas. Seguro que irían hasta ellas con los ojos vendados. Otros suspiran por esos días que después del chaparrón sale el sol y cuentan por docenas esos caracoles blancos que viven entre tomillos y que saben a tomillo, dando a los guisos un sabor exquisito.

Por supuesto, no todos aprovechan lo que te da el campo. A algunos les basta con coger un bastón y andar por pequeños senderos y caminos para disfrutar de la naturaleza, recordando cuando siendo chavales salían al campo a trabajar. Así que cuando llegan al pueblo ya tienen para contar que en tal sitio les ha saltado una liebre de los pies; o que debajo de tal fuente que el año pasado no manaba agua han estado hozando los jabalíes; o que los arrendajos, esos ruidosos pajarracos, lo han vuelto “loco” durante un tramo del camino con sus estruendosas voces; o que…

Foto destacada: Un hombre mayor trabaja en una huerta en Aranjuez (Madrid). Foto: EDR.

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