Raven. La Pulgarcita Cuervo. Creative commons

Los cuervos sí son inteligentes

No es un cuento. Es una historia real. Hace más de 60 años, un chaval de nueve años cazó dos urracas vivas de cría en un sitio conocido como las Cárcavas, situado a las afueras de la localidad de Ruguilla, en plena Alcarria de Guadalajara.
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Curioso y muy pajarero por aquellos años, este chico se enteró de que el sacristán del pueblo tenía un cuervo que era motivo de pelea entre sus dos hijas porque cada una lo quería hacer suyo. Así que, sin pereza se presentó ante el ayudante del cura y le propuso cambiarle las dos urracas por el cuervo. Dicho y hecho.

El chaval entusiasmado con el cambio se lo llevó a casa para enseñárselo a sus hermanos y padres. Estaba muy contento con aquel pajarraco negro y brillante como el azabache y con un plumaje lustroso. Al principio, sus nervios lo atenazaban porque no sabía lo que hacer con el cuervo. Pero, poco a poco, le fue dando de comer de todo lo que encontraba por casa: pan, tocino, fruta, lombrices que cogía en el campo…

Día tras día nuestros dos protagonistas fueron tomando confianza hasta que se hicieron tan amigos que el chaval decidió soltarlo una mañana, darle libertad, en el corral con las gallinas. El cuervo, tras dar unos saltos, alzó el vuelo y se fue hacia una zona plagada de huertos. El niño salió corriendo como una flecha para intentar encontrarlo, pero todo su esfuerzo fue inútil. Aquel día apenas comió del disgusto.

Sin embargo, ese mismo día por la tarde casi al anochecer todo cambió. Le pareció escuchar unos graznidos por el gallinero y allí estaba su cuervo posado en un palo. Más listo que el demonio, el cuervo se hizo amigo de las gallinas, se revolcaba en la tierra como ellas para acondicionar sus plumas e incluso hacía su propio pozo. Copiaba exactamente todos los gestos y costumbres de las gallinas.

Bautizó al córvido como Manolo y este así lo entendió. Cuando el chaval o alguno de sus hermanos le preguntaban: “¿Manolo, quieres pan?” Contestaba con unos “crua, crua, crua”, como asintiendo que tenía hambre.

Así vivieron durante dos años hasta que una señora del pueblo pasó por casa, lo embuchó de ciruelas y Manolo murió del atracón.

Lo curioso de esta historia es que aquel chaval, con más de 70 años ahora, sigue contando lo de Manolo con una normalidad y naturalidad que lo único que consigue es que le preguntes y repreguntes por el comportamiento de aquel animal tan inteligente. Estoy seguro de que si todo hubiese sucedido hoy, unos cuantos ornitólogos ya le habrían pedido que les dejaran poner al cuervo un localizador para estudiar sus movimientos cuando se iba de casa. A su dueño nunca le importó lo que hacía fuera del corral. Lo que es seguro es que nunca llegó a casa con una novia y tampoco se le conocieron amoríos. Que se sepa.

Aquel chaval se hizo adulto y un día de verano trabajando en el monte, contando pinos con sus hermanos en el término municipal de Peñalén, localidad del noreste de Guadalajara, observó cómo una pareja de cuervos se comían los restos que quedaban de la merienda.

El lugar era perfecto como observatorio para los pajarracos. En medio del monte conquistado por pinos silvestres, conocidos también como albares, se abría un calar y en una de las orillas se erguía un pino recto como una vela y de una altura considerable, lugar escogido por los cuervos como posadero de vigilancia.

Los tres hermanos decidieron experimentar con la pareja de córvidos de una manera poco científica, pero con resultados asombrosos: si enterraban dos trozos de pan en el lugar donde comían a una profundidad de unos cuatro centímetros, los cuervos los encontraban con gran rapidez. Pero lo más curioso es que si enterraban trozos de tocino curado de jamón y trozos de pan, primero encontraban la carne ¿Es que acaso tenían olfato? ¿O su vista era tan aguda como para ver dónde se escondían los diferentes bocados?

Sesudos científicos han demostrado que el cuervo es uno de los animales más inteligentes que existen. Es de sobra conocida la prueba del agua con la probeta y con pequeñas piedras. Básicamente, el experimento consiste en colocar a un cuervo sediento frente a una probeta con agua. De tal manera que éste no puede llegar a beberla porque el nivel del agua de la probeta está bajo y no llega con el pico. Qué hace el cuervo: pues como tiene unas piedras al lado, comienza a introducirlas en la probeta hasta que el nivel del agua sube y así puede beber.

Oportunista y capaz de sobrevivir tanto en climas árticos como en los más calurosos, el cuervo no merece ser ese pájaro de mal agüero que suele aparecer en las películas sórdidas de terror. De sus doce a quince años de vida se mantiene siempre fiel a su pareja. Es una familia matriarcal y para afirmar esto último solo hace falta ser un buen observador de la naturaleza. Me explico: cuando por alguna circunstancia los cuervos se separan a cierta distancia, siempre es el macho el que acude a las llamadas de la hembra. Para el novato no es fácil distinguirlos. En cambio, para los amantes de estas aves la diferencia de los graznidos de macho y hembra es evidente.

Por favor, no confundir con la corneja, negra también pero mucho más pequeña que el cuervo, más abundante que éste y frecuente a los lados de muchas carreteras.

Foto destacada: Raven. La Pulgarcita Cuervo. Creative commons

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