Los animales que mejor juegan al escondite
Al girar una esquina de una cuadra del pueblo utilizada ahora como gallinero sale volando un picapinos cerca de mi. Se posa detrás del tronco de un castaño de indias a unos veinte metros y comienza a jugar al ratón y al gato. Asoma la cabeza y el cuello pero cuando lo miro se esconde por la otra cara detrás y como tiene una capacidad increíble para gatear dado como están formados los dedos y las uñas de las patas aparece y desaparece a distinta altura según le apetece.
Me extraña al principio que estuviese parado en el asfalto a las orillas del pueblo, pero descubro que su comportamiento no tiene ningún misterio pues hay un nogal dentro del corral y este hábil carpintero está alimentándose de las frutos que caen al suelo con los vientos y fuertes lluvias de los últimos días. Para su potente pico, hacer un agujero en la nuez es cosa fácil.
Me da igual que se esconda porque sé dónde duerme todos los días, y es ni más ni menos que en un agujero de un enorme álamo blanco. Lo he visto entrar y salir con frecuencia, aunque este año no ha criado en este árbol. También lo he localizado buscando larvas en árboles viejos, pues no olvidemos que este extraordinario superviviente de los bosques es, sobre todo, insectívoro. Por otra parte, es fácil localizarlo, aunque es más bien esquivo, pues sus picotazos a la corteza y madera más dura de los árboles resuenan en el bosque en su ya clásico constante y rápido tamborileo “toc, toc, toc…” Su color rojo, negro y blanco lo hacen inconfundible, así como su forma de volar, como dando empujones bajando y subiendo. Una preciosidad de la naturaleza.
El más manso trepador azul
Como por estas sierras, barrancos y parameras del Alto Tajo ha llovido tarde y apenas han salido setas, níscalos y los apreciados “boletus edulis” y tengo ganas de buscar al menos níscalos, voy a un pinar joven cercano por si acaso encuentro alguno. Al poco tiempo de comenzar a andar veo de reojo que un pájaro se para en el tronco de un pino casi sin hacer ruido. Visto y no visto, pues se esconde también detrás del tallo. Sé que es mucho más manso que el picapinos, pero no por eso le gusta mucho que lo observen; asoma pocas veces subiendo y bajando por el tronco con una destreza increíble picoteando y deja que me acerque a dos metros de él andando de forma sigilosa. Sé que me oye, pero no le importa y seguro que sigue a lo suyo aunque no lo veo. Al llegar casi a ponerme encima del robusto trepador sale volando y se posa en otro pino cercano, pero pronto se esconde detrás como si le diera vergüenza y quisiera jugar.
Cuando era chaval me encontraba con algún nido en los huecos de los árboles pues tenía la costumbre además de añadir barro en su construcción. Este pájaro forestal debe su nombre a que su espalda es azulada, mientras que su vientre, marrón-anaranjado.
Agateador común
Mucho más pequeño y menos vistoso que los anteriores, este pequeño insectívoro de largo y curvo pico en proporción a su tamaño se muestra menos arisco que sus anteriores vecinos. Además, no le gusta andar hacia abajo por los troncos como el trepador.
No es fácil verlo, pues los colores marrones de su plumaje mimetizan con los maderos y apenas hace ruido cuando vuela de árbol en árbol. Solo lo delata un pitido que conocen los expertos en pájaros. Si no fuese por su largo pico, la verdad es que no destaca de forma especial por nada. Es más bien soso. He observado varios ejemplares este otoño y no he sido capaz de distinguir los adultos de los jóvenes.
El burlón empedernido
Si he citado al picapinos, trepador y agateador en primer lugar es porque los he visto recientemente y porque además son pájaros que residen todo el año en la Península, pero no por ello me olvido del emigrante más parásito y que juega con nosotros y con muchas más aves al escondite: el cuco.
A las personas este zángano, vago, caradura y aprovechado las despista con su “cu-cu”, pues si se escucha en un punto del bosque, al momento se oye a más de 500 metros. Esta forma de moverse entre los árboles sí que es jugar al escondite, pues nunca lo encontraremos en un paradero concreto.
Con otros pájaros “juega” todavía con más “morro”, aunque no lo tiene. Utilizando la táctica del despiste, el cuco aprovecha cualquier descuido de las aves que hayan puesto los huevos en su nido para poner el suyo y desentenderse de la incubación y de la cría del polluelo, que si es más grande que los que con más derecho deben estar en el nido los expulsa y se queda solo zampando vorazmente todo lo que le traen sus padres adoptivos por la fuerza.
Su capacidad para engañar a otras aves es increíble, así como su astucia para localizar los nidos ajenos. La verdad es que nunca entenderé a este veraneante parecido al cernícalo pero muy poco visto por la mayoría de los mortales si no eres un aficionado a las aves y tienes paciencia y tiempo en seguir sus andanzas. Nos chulea a todos.
Entre todas las aves se puede considerar como el gran profesor del engaño.
Maestra del camuflaje
Son muchos los mamíferos que bien para cazar o para esconderse utilizan la táctica de camuflarse con el medio donde habitan. En España es nuestra despierta liebre la que mejor juega al escondite con el hombre y también con los perros rastreadores. En numerosas ocasiones sale detrás de ti después de haber pasado a centímetros de su encame y otras veces sigue pegada al suelo como una lapa.
Pero donde demuestra su sabiduría para jugar al escondite es cuando los sabuesos la persiguen. Para despistarlos del rastro vuelve por sus propios pasos, e incluso da un salto muy largo para cortar los efluvios que deja y así despistar definitivamente a sus perseguidores. Todo depende de su experiencia y de la suerte que haya tenido en diferentes terrenos donde se haya movido. Si no fuese porque en cualquiera de sus escapes se puede encontrar al cazador con su escopeta, siempre saldría victoriosa del juego. En este caso a vida o muerte.
A la solana
La inquietud del arrendajo
En mis paseos por el monte observo que este año hay muchas menos bellotas que el pasado por estas serranías. Ahora me explico que pocas veces lo he visto tan bullanguero y vocinglero por el monte. Se desplaza mucho más que otros otoños y su comportamiento se debe a que al haber menos comida para almacenar en su despensa y pasar con cierta solvencia los rigores del invierno tiene que ampliar su territorio de búsqueda de bellotas y otras bayas.
Este córvido gregario de preciosas plumas azules en las alas también se alimenta de insectos y pequeños vertebrados, pero en otoño no le queda otra que habituarse de frutos. Los expertos en su forma de vida lo consideran una de las aves que más “siembra” por el campo, pues suele enterrar algunas bayas que recoge y se olvida donde las escondió.
Si no fuese por su desagradable voz, el arrendajo sería más divertido. Lo curioso es que es uno de los mejores aliados de los animalistas pues cuando andas por el bosque avisa a otros animales de la presencia del hombre cazador o no con su voz potente y áspero “craak”.
Foto destacada: Cuco. De Trebol-a – Trabajo propio, CC BY-SA 3.0