La codorniz no tiene quien la cuide
A simple vista, el paisaje del Alto Tajo no puede ser más favorable para esta avecilla de unos 100 gramos de peso, mucho más robusta de lo que siempre hemos pensado. De pasada, observamos acequias más o menos profundas cubiertas de un espeso pasto, pequeñas zarzas, juncos, lo que significa que en lo más profundo hay humedad, y mimbreras por doquier.
El terreno a unos 1.300 metros de altitud, fresco en verano, parece el ideal para que la codorniz común se reproduzca como antaño y se asiente en esta zona sin tener que emigrar a otros lugares de la Península- en algunas acequias hay charcas de agua-. Pero si pateamos los rastrojos con algo más de detalle, descubriremos que apenas quedan esas codornices que 15 ó 20 días antes nos dijo el segador de la cosechadora había visto salir delante de su máquina. Nos fijamos también en que la cosechadora ha molido la paja en lugar de dejar las clásicas hileras para que más tarde se empaque. Pero hace unos años los agricultores dejaron la paja y no vinieron a recogerla. Así que ahora no se lo piensan y la machacan a la vez que cosechan el grano. Este sistema de siega consigue que las codornices se queden con menos protección ante los depredadores naturales.
Los escasos cazadores del pueblo- dos o tres- que han salido al campo ya me han dicho que se pueden contar con los dedos de una mano las que han abatido. De manera que la pregunta que nos deberíamos hacer es muy sencilla ¿Dónde están esas codornices que ha visto el cosechador hace unos días? Se me ocurren solo dos respuestas: o se han escondido en el monte de estepas y robles que rodea muchas de las siembras; o se han ido hacia el norte donde se siega más tarde y, además tienen garantizado el fresco. No cito de momento a los depredadores naturales, alados y no alados porque pienso que no han tenido tiempo suficiente para diezmar la población codornicera.
Un ave poco estudiada
Dejo estas preguntas en el aire, porque a pesar de que la codorniz forma parte del paisaje rural de nuestros campos cerealistas- son pocas las personas que no la hayan oído cantar en los atardeceres y mañanas primaverales- y también pieza de caza clave de la media veda, son escasos los trabajos serios que se han realizado sobre su comportamiento. Y eso que en 2020 fue declarada “ave del año” por la organización ecologista española SEO Birdlife, la que curiosamente nunca ha publicado ningún trabajo de rigor sobre esta especie. Eso sí, ha procurado propagar acertados consejos para que la codorniz recupere la población de antaño, así como también viene hurgando para que la declare como especie protegida en peligro de extinción y se prohíba su caza. De hecho, estoy convencido que más de un ornitólogo no la ha visto en su habitat natural, a no ser mediante alguna captura con redes.
Tampoco me parece justo que se eché la culpa a los cazadores de una más baja densidad de población que antaño. Lo he visto este verano en el pueblo. Antes salían a cazarla alrededor de veinte o treinta cazadores y esta temporada no la han buscado más de tres y en jornadas más cortas.
La RFEC (Real Federación Española de Caza) y los organismos responsables de la Comunidades Autónomas de la gestión de la codorniz tampoco se han empleado a fondo en examinar el declive de esta ave nidífuga. Menos mal que entre este “totum revolutum” existen unos pocos estudiosos que aportan algo de luz sobre el tema. Precisamente en una entrevista reciente de la SEO a José Domingo Rodríguez Teijeiro, catedrático de zoología de la Universidad de Barcelona, que lleva más de 40 años tras los pasos de nuestra protagonista, este científico aseguraba que los insecticidas y herbicidas hacen que los campos de cereal sean unos desiertos para la codorniz. Decía, además, que la caza no es el principal problema pues se puede controlar mejor que la agricultura. Y añadía que en algunas zonas de Cataluña se ha cambiado la siembra de cereal por almendros y viñedos consiguiendo así que desaparezca el hábitat clásico de la codorniz.
Por otra parte, confirma lo que ya habíamos comentado al principio y es la homogeneización de las siembras, dejando a la codorniz indefensa ante los depredadores. De hecho, unos pocos años después de que se realizara la Concentración Parcelaria recuerdo que comenzaron a bajar las capturas de codornices porque se quedaron sin muchos ribazos donde esconderse y criar sus polladas. Una etapa que poco después coincidió con que nuestra ave emigrante se fuese quedando poco a poco en Marruecos ante el aumento de regadíos en este país. También, por ese tiempo, la codorniz llegó a no emigrar en su totalidad a África y se refugiaba en invierno entre los algodonales y arrozales andaluces y extremeños, como así lo sigue haciendo en la actualidad.
La Fundación Artemisan en colaboración con el doctor Jesús Nadal, experto también en la codorniz, ha iniciado un ambicioso estudio con el nombre de “coturnix”, denominación en latín de esta ave. En Artemisan, que siempre han defendido la caza sostenible, están empeñados en demostrar que el declive de la codorniz no es como lo pintan las asociaciones ecologistas, y, por supuesto, en su día publicaran los resultados de los trabajos de campo.
Polígama
Lo que ya conocemos de esta especie cinegética es que tanto machos como hembras son polígamos y que si el tiempo le es favorable puede realizar en la Península dos o tres polladas. Sus puestas son de entre 8 y 12 huevos y cuando los pequeños de color amarillo rompen el cascarón ya son capaces de acompañar a la madre en busca de pequeños insectos. Frente a otras aves es la madre la única que se encarga de cuidar a la prole que crece muy rápido. Curiosamente, lo que más sorprende en los últimos años al agricultor de la cosechadora es que antes en la siega salían grandes y pequeñas mezcladas y ahora en su mayoría son ejemplares adultos. Lo que significa que apenas ha criado o que si lo ha hecho no ha sido capaz de sacar adelante a su prole por falta de comida para los pequeños, pues en su primera etapa se alimentan exclusivamente a base de pequeños insectos. Parece ser que herbicidas e insecticidas están detrás de la escasez de insectos, que también afectan a otras aves esteparias.
Cuando se la espanta o persigue sus vuelos son cortos -si está con los pequeños, su escape es de solo unos metros- y canta a cualquier hora del día, preferentemente por la mañana pronto y por la tarde a última hora, aunque también lo hace por la noche. Cruza el Estrecho de Gibraltar aprovechando las corrientes de aire y la población europea más importante se encuentra en la Península Ibérica.
Sus enemigos
Tanto la codorniz como la perdiz -esta última tiene mejores recursos para esconderse- tiene numerosos enemigos naturales.
Cuando los barbechos se convierten en auténticas eras con ningún matojo cercano para esconderse, las urracas, sí las urracas son unas de sus peores enemigas. En muchas ocasiones las he visto cómo mataban y se comían a los pequeños sin ningún escrúpulo. A estas hay que añadirles un buen número de rapaces diurnas, así como reptiles-culebra bastarda y de escalera- y mamíferos como el zorro, gato montés, tejón y garduña.
Sin embargo, uno de los más dañinos es el jabalí, que debido a su extraordinario olfato, no duda ni un minuto en encontrar el nido y zamparse los huevos en segundos. Parece claro que donde la población de jabalí es numerosa hay cada vez menos codornices, porque también se come a las pequeñas cuando no pueden volar. Tal devorador sin escrúpulo tampoco hace ascos a los nidos de perdiz, disminuyendo también la población donde habita este cochino salvaje omnívoro por excelencia.
Oportunistas y radicales
La todopoderosa ministra Teresa Ribera ya dijo en su día que estaba en contra de la caza sin argumentar por qué. Una proclama que ha venido muy bien a grupos ecologistas, animalistas y demás para armarse de razón y radicalizarse. Quizás deberían saber que, en principio, las competencias en temas de caza las tiene el ministro de Agricultura, Luis Planas. Los cazadores, que suelen tener la piel muy fina, arremeten contra los grupos citados tachándolos casi siempre de ignorantes. Pero nadie es capaz de sentarse a dialogar de verdad y ponerse de una vez de acuerdo.
Sinceramente, de algunos cazadores me molesta el desprecio con el que tratan a algún animalista noble que no es nada radical, pero que confunde a una especie por otra debido a su desconocimiento del campo. Como también me resulta injusto que se tache a los cazadores de criminales por parte de los animalistas poco dados a la reflexión. No está mal que lean el artículo publicado en este periódico, “Lo que no se cuenta de los cazadores”.
Una vez más yo me quedo con esa fotografía de antaño: los cazadores salían desde su casa con su perro, morral, canana y escopeta paralela vieja y se juntaban en cuadrilla a las afueras del pueblo. A su manera, pateaban rastrojos, lindazos, acequias y como no eran muy duchos en la caza de la codorniz fallaban muchos tiros y se les iban muchas. Con los bajos de los pantalones todavía mojados del rocío de la mañana descansaban para echar un bocado bajo una sombra; cazaban una hora más y a eso de la una ya estaban en casa. Con unas perchas de 12 ó 14 ejemplares. Pero como había que trabajar en el campo no salían con la escopeta todos los días. Incluso a algunos les parecía mucho gastarse un cartucho en una pieza tan pequeña.
Creo que ya lo he comentado en este periódico. Los cazadores han perdido ya la batalla de la comunicación y algunas otras: en los noventa este colectivo contaba con el doble de aficionados que en la actualidad.
Foto destacada: Codorniz. Sassoferrato TV (Creative commons)