Urraca. Ferran Pestaña. Creative commons

Urracas: las ladronas robapiensos más astutas

En estos días en que todavía andan criando algunas parejas o tienen pollos casi emancipados, y también en época invernal, cuando la comida escasea, rondan los pueblos y las urbanizaciones saqueando todo lo que pillan a su paso.
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Algunas tienen un control preciso de los horarios de aquellos que echan de comer a sus perros y gatos en las terrazas. De tal manera que, una vez han terminado de comer chuchos y felinos y como casi siempre quedan restos, en cuestión de minutos dejan los cuencos limpios como la patena. Tanto es así que los dueños de los animales de compañía no tienen que limpiar nada, pues ya se encargan ellas.

Nuestras ladronzuelas son las urracas, auténticas maestras en adaptarse al medio sin la menor vergüenza y con el mayor descaro. Aquí, en el pueblo, son ya dos vecinos los que me han comentado cómo les desaparece el pienso de los gatos; otros conocidos que viven en urbanizaciones de pueblos cercanos a Madrid también me dicen que tienen a las urracas encima día tras día, convirtiéndose casi en una pesadilla.

A uno de estos amantes de los animales se le ocurrió ponerles un cuenco de agua para que se bañaran y bebieran en los días pasados de tanto calor. Su gesto fue tan bien aceptado por nuestras rateras que a poco celebran “asamblea constituyente” en su terraza por el número de ejemplares que acudían a diario. Así que tuvo que retirarles el baño matinal.

No me extraña, pues son tan impertinentes que cuando se acercan al comedero y no hay bocado, lo reclaman con insistencia hasta que llegan a colmar la paciencia a cualquiera con sus cánticos vocingleros pedigüeños.

Unas aves crueles

Las urracas, además de ladronas y listas, son crueles. En época de cría de gorriones y estorninos, dos pájaros con crías muy tontorronas, pues casi siempre se cae algún pollo al suelo, sufren el ataque de estos córvidos. Muchísimas veces cuando he visto a las urracas perseguir un pajarillo por la calle que todavía no podía volar he intentado evitar que se lo zamparan, pero ha sido en vano. El polluelo estaba prácticamente muerto y sin ojos, que es lo más blando y por donde comienzan su pitanza.

Con las codornices en pleno campo, aprovechando que los rastrojos ya están segados, hacen lo propio con los pequeños y también con las perdicillas si cogen alguna. En cualquier caso, nada tan fácil como los piensos del vecino para criar a sus polladas lustrosas y en más corto espacio de tiempo.

Sin embargo, no todo el viento viene a favor de tan oportunistas espías. Cuando aparece el cuco en primavera andan bastante inquietas y vigilantes para que la hembra de tan caradura ave no les ponga un huevo en su nido de barro y ramas. Las he visto como se avisan unas a otras hasta crear un sistema de alarmas conectado por sus avisos guturales.

Pero cuando más alborotadas andan es cuando alguno de sus congéneres ha caído en las garras del azor, una de las aves de presa más eficaces en sus cacerías en el bosque. Este espectáculo es para grabarlo: un buen número de urracas intentan que el azor suelte a su compañera o compañero por medio de acoso verbal y hasta físico, aunque saben que poco tienen que hacer. No obstante, el azor se tiene que esconder en el bosque más profundo si quiere despedazar y comer tranquilo a su pieza.

Lo que no me explico es que con semejante carácter protector hayan permitido, por ejemplo, que las invasoras cotorras grises argentinas las expulsen de la Casa de Campo de Madrid.

Cómo capturar una urraca

Comentaba al principio que son muy listas, y es así. Un conocido del pueblo que tiene perros en el campo en un vallado intentó capturar algún ejemplar adulto con una jaula trampa. Para tal fin basta con cazar una urraca, colocarla en la jaula y esperar a que lleguen las otras. Pues bien, así lo hizo y no fue capaz de apresar ninguna. Alguien con más experiencia en estas lides le recomendó que trajera las urracas de otro lado lejos del pueblo si quería coger alguna.

En esto, unos conocidos de Castellón le proporcionaron dos ejemplares, los colocó en la jaula y comenzó a capturarlas. ¿Dónde estaba entonces la clave? Pues muy sencillo: todas las urracas del pueblo se conocen entre ellas y por eso ninguna intentó expulsar a la primera. Sin embargo, las castellonenses eran intrusas y había que echarlas lo antes posible.

Otro ejemplo de mayor actividad de lo normal de nuestras protagonistas es cuando en los días de invierno barruntan que va a nevar. Se ven muchas más por el pueblo y comen con más avidez cualquier cosa que encuentran. No falla, nevada al canto.

Por cierto, si alguien tiene la oportunidad de ver una urraca muy, muy cerca o tenerla entre las manos le aconsejo que se fije en su increíble colorido azulado y verde metalizado de su plumaje. Blanca y negra solo cuando se ve de lejos.

Foto destacada: Urraca. Ferran Pestaña. Creative commons

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