Nieva la vida en unos sitios más que en otros
Los animales son bastante sabios para ejercer de meteorólogos. Antes de llegar una ola de frío o nevadas importantes nos avisan. A los pueblos pequeños se acercan las lavanderas, los pinzones vulgares y las urracas; los gorriones comen con mucha más avidez por la calles y las zorras se pasean por el pueblo olisqueando por los cubos de basura y si pueden cazan algún gato joven despistado.
Este es el comportamiento en el pueblo, porque en el monte se muestran menos activos que en un día de invierno soleado. Quizás esta actitud se deba a que prefieren guardar calorías ante el frío que se avecina. Tardan más de salir de los matojos y árboles donde están resguardados y sus vuelos son más cortos. Se observan menos bandadas de estorninos negros y zorzales, así como de fringílidos del estilo del jilguero.
Este barrunto antaño era mucho más previsible porque las oscilaciones de las temperaturas eran menores que las actuales y el tiempo de las estaciones era mucho más parecido año tras año. El cambio climático propiciado por el hombre está despistando a la fauna con consecuencias terribles en algunos casos. En los pueblos uno se tropieza alguna vez con algún gorrión muerto por el frío, aunque los hay tan listos que duermen dentro al calor de las farolas para aguantar esas temperaturas siberianas que casi vienen de sopetón. También sorprende en el gorrión común que ocupe las zarzas de escaramujos sin bayas en época de frío cuando apenas les proporciona abrigo. Nunca entendí tales movimientos en pequeñas bandadas.
Me contaba Juan Ramón Alonso, gran amigo alavés, que en la fuerte nevada de hace dos o tres años que cayó por la zona murieron numerosos jabalíes, corzos, ciervos y varios animales más. Bastó con darse una vuelta por el monte un par de meses más tarde para encontrar los cadáveres de los ungulados citados. Y nadie hizo nada para ayudarlos a salir del atolladero de los grandes ventisqueros y alimentarlos.
Dónde están los animalistas y ecologistas oficiales
Me sorprende que en esta nevada por el centro peninsular no haya escuchado a ninguna asociación ecologista o animalista atarse las botas, arremangarse e intentar ayudar a los animales más vulnerables. Me han comentado que en las fincas de caza cerradas con alambradas les han reforzado el alimento a los animales, algo normal e interesado porque no deja de ser un negocio con la celebración de las monterías y ojeos de perdices “sembradas”. Sin embargo, queda mucho más terreno de serranías, parameras y mesetas que afortunadamente no está confinado por cercones, pero que ante las grandes nevadas los animales que los ocupan lo pasan muy mal por falta de alimento.
Al respecto, recuerdo una vez siendo un chaval que salí a no más de 500 metros del pueblo a ver el cadáver de una mula con una nevada de las de antaño por si veía alguna zorra y mi sorpresa fue que al acercarme hasta ella salía una liebre de la tripa del animal. Así que es la primera vez que me enteré de que con hambre la liebre es carnívora y carroñera. No así el conejo que es un roedor herbívoro cien por cien y que a falta de pastos se tiene que alimentar de raíces, cortezas de árbol y lo que encuentra cuando las nevadas lo cubren todo.
En las zonas de montaña son mucho más vulnerables los mamíferos que las aves, excepto la perdiz roja que se ve obligada a refugiarse en la base de árboles tupidos como pueden ser la sabina o el enebro y no moverse hasta que se derrita la nieve porque lo tiene muy difícil para encontrar alimento. No obstante, su resistencia es prodigiosa, casi mágica para aguantar el temporal.
Precisamente los sabinares y enebrales son un excelente refugio y despensa para numerosas aves, entre ellas los zorzales que se alimentan de sus bayas. Son árboles muy resistentes a los fríos y a las sequías largas. El peso de la nieve puede romper alguna de sus ramas, pero no es fácil que tumbe el árbol porque sus raíces son muy profundas, no así como numerosas especies de pinos. Sabinas y enebros protegen también a la larga familia pajarera de los páridos como el herrerillo y el carbonero, entre otros. Así como el manso reyezuelo. Otros encuentran refugio en agujeros de los árboles o en huecos profundos de paredes construidas con piedra en seco y también en zarzales casi impenetrables, como lo hace el mirlo común.
El tamaño sí importa
En las nevadas grandes el tamaño si que importa, pues los más pequeños suelen salir menos perjudicados. Son los herbívoros grandes son los que por su peso se atascan en la nieve, sus andares se vuelven mucho más fatigosos y al no poder ramonear mueren por hipotermia e inanición. Incluso el fornido jabalí, cuyas hembras están ya con pequeños rayones o pariendo en estos días procuran encamarse en los sitios más protegidos, pero si el temporal dura mucho y la nevada continúa son también bastante torpes para moverse en busca de comida. Además, las hembras necesitan salir de su paridera a beber agua para así tener leche y amamantar a sus espabilados pequeños.
De manera que los pueblerinos de montaña esto lo saben y en ocasiones les echan maíz, pan duro y otros cereales para que aguanten el temporal.
Pero de entre todos los animales, aves y mamíferos es digno de admirar el buitre leonado. Seguro que alguna pareja ya se ha adelantado y está incubando un huevo en los huecos de los cantiles del Alto Tajo y de otras montañas peninsulares a temperaturas de más de 20 grados bajo cero. Nunca he conocido un animal tan duro aguantando estoicamente ventiscas sin moverse de su atalaya esperando que su pareja le proporcione un trozo de carroña si es que la consigue.
Agricultores y ganaderos, olvidados
Me sorprende y mucho también que en el atracón que me he dado de tele sobre la gran nevada no se haya hecho referencia, al menos en los primeros momentos, a los ganaderos y agricultores, que al fin y al cabo son los que nos dan de comer.
Todo un ejército de jóvenes reporteras(os), armadas con micrófono y metro se esfuerzan por ser los que mayor profundidad de nieve están pisando. Cuentan el número de carreteras con problemas; que si en Toledo han llamado a la Unidad Militar de Emergencias para limpiar las calles; que si un autobús se ha quedado atascado en el Barrio del Pilar de Madrid; que si hace más o menos grados bajo cero en tal o cual sitio.
Todo tratado con cierto sensacionalismo. Pues claro que si nieva mucho se producen atascos, coches atrapados y numerosas caídas de la gente de ciudad poco acostumbrada a pisar nieve. No estamos acostumbrados ante nevadas tan importantes. Ni a los políticos hacen las previsiones correctas y los ciudadanos al volante apenas saben conducir con el suelo nevado.
Antaño el peligro de las nevadas se medía por la cantidad que caía, ahora se mide en colores amarillos, naranjas y rojos, pero de los perjuicios o beneficios que puede dar a los agricultores y los perjuicios a los ganaderos no se habla. Me pregunto qué hace ese cabrero o pastor de ovejas de extensivo o vaquero que tiene el ganado encerrado en una nave o suelto en el campo para dar de comer a sus animales. Si es capaz de llegar a ellos o tiene un acceso difícil hasta el establo o choza en el pleno monte.
Una vez más la sensibilidad por lo rural, por las faenas del campo, por los abnegados agricultores y sufridos ganaderos ha sido nula. Parece que vende más que un vehículo quede atascado en una calle de Madrid que un pastor no pueda llegar a darles de comer o de beber a sus animales. Eso sí, les llega una información de que en España se abandonan 30.000 galgos todos los años y sin contrastar la información la sueltan tal cual con una cara lastimera.
Lo siento jóvenes y no tan jóvenes acomodados en las redacciones y enviados a la ventisca pertrechados con ropa de abrigo a la última. Nieva la vida pero en unos sitios más que en otros.