Los monarcas de los cielos
Veo en una cadena de televisión una abeja polinizando un girasol, creo que por el sur de Extremadura o Andalucía. La imagen es de este año y contrasta con mi pueblo, donde los agricultores han terminado de sembrar las pipas el fin de semana pasado.
Y es que la zona del noreste de Guadalajara poco tiene que ver con la España templada, sino más bien con el clima continental extremo. El año pasado, los recolectores a poco se comen el turrón segando los girasoles porque el otoño había sido muy lluvioso y los terrenos estaban blandos para que entraran las máquinas.
Estamos hablando de una altitud sobre el nivel del mar de unos 1.300 metros. De manera que todo sucede con mayor retraso que en la mayoría de las zonas de España. Sin ir más lejos, los vencejos, esos pájaros que sobrevuelan en grupos los tejados de los pueblos a toda velocidad , con los clásicos y ruidosos “chirri, chirri, chirri”, llegaron al pueblo hace un mes, cuando en otras latitudes lo hacen mucho más temprano.
Y me quedo un rato con estas aves extraordinarias, porque si no fuera por ellas los mosquitos nos comerían vivos.
Siempre me llamaron la atención al no poder entender algunos de sus comportamientos. Por ejemplo: lo mismo que aparecen, desaparecen de repente sin saber por qué. Otros primos suyos como los aviones o las golondrinas, antes de marchar a sus cuarteles de invierno se juntan en bandos en los cables de la luz como aviso de su largo viaje.
Cuando se acerca al pueblo una tormenta de esas negras, negras de verano y no ves ni un vencejo en el cielo ya puedes meterte en casa o coger un buen paraguas, porque la lluvia está asegurada. Y como tienen tanta facilidad y extrema resistencia para volar la esquivan y a otra cosa, pues cuando pasa la tormenta vuelven al instante.
Los ornitólogos estudiosos de estos pájaros dicen que duermen mientras vuelan y no me extraña por su gran superficie alar en relación a su cuerpo. De hecho, se dice que si se caen al suelo no pueden levantar vuelo. Esto último no es del todo cierto, y así lo he comprobado: si el vencejo no está herido y el suelo donde cae es llano como una superficie asfaltada, puede elevarse, pero si tropiezan con un terreno lleno de hierbas no lo harán nunca porque sus alas rozan con el pasto.
Otra cualidad sorprendente de estos monarcas del cielo es su forma de beber agua. Se acercan a las charcas (ver fotografía) a una velocidad endiablada con la boca abierta, levantan las alas para no mojarlas y se dan un buen trago dejando una preciosa estela en el agua. Y más que boca es bocaza, en relación al tamaño de su cabeza. Algo que también utilizan para capturar mosquitos, base de su dieta alimentaria.
Y no me digan a mi que el hombre no ha copiado a los vencejos la forma de coger el agua con esos aviones especializados en apagar incendios, porque lo hacen de la misma manera, o parecida. Así que la aportación de estos pájaros para salvar los bosques ha sido fundamental. Lo digo completamente convencido, por si a alguno no se le había ocurrido antes.
Es muy raro que en verano no nos encontremos con un vencejo en el suelo, quizás agotado, quizás aturdido por algún golpe. Lo que se suele hacer es darle agua en un recipiente poco profundo y lanzarlo al aire. Pero cuidado a la hora de cogerlo, siempre hay que agarrarlo por atrás, por la espalda, recogiendo las alas con firmeza y suavidad a la vez. De otra forma, corremos el peligro de que tan fornido pájaro nos clave las uñas en nuestras manos y suframos la fuerza con que se agarra con sus poderosas uñas y patas cortas. Además, es la mejor fórmula para no dañarlo.
Llegará un día del mes de agosto, nos levantaremos con ganas de verlos y los vencejos ya no volarán nuestro cielo. Pues feliz viaje y hasta el año que viene, amigos.