La loba parda
Una calurosa noche de agosto en las afueras de Nuñomoral, observaban Gerardo y sus dos amigos de acampada el cielo estrellado de Las Hurdes. El silencio sólo era roto por el crepitar de las ramas en la fogata y por el rumor de las aguas del río Hurdano, que daba nombre a la comarca.
Arriba, justo en el cénit del firmamento, Vega, Deneb y Altair formaban el triángulo del verano, y más al oeste, como dejándose caer, Casiopea iluminaba el horizonte con su quebrada mágica de estrellas. Bajo la inmensidad de la bóveda celeste, Gerardo narraba una leyenda medieval que decía que los judíos de esa zona cacereña cruzaron, hace muchos años, ese mismo río huyendo de uno de los muchos pogromos que en aquella época había contra ellos, refugiándose en su ribera norte.
Les dijo que, una vez a salvo, bautizaron las aguas con el nombre de Jordán en recuerdo de ese otro río de Palestina tan sagrado para el pueblo hebreo. Añadió Gerardo que, con el paso del tiempo, y deformando el nombre originario, los lugareños acabaron por referirse a él como río Hurdán o Hurdano, convirtiéndose en la raya que separaba del resto de la provincia la comarca llamada desde entonces de Las Hurdes.
Justo chapoteando las aguas bajas del río por la sequía estival, los tres jóvenes vieron llegar a eso de la medianoche a Julio, el viejo guarda forestal de la zona, que los alertó de la existencia de una manada de lobos en los alrededores. Se fijó en la extraña herida aún fresca y sangrante que tenía Gerardo en una pierna, adivinando, por su forma, que había sido provocada por el mordisco de algún perro. Julio sabía que los lobos tenían buen olfato para seguir el rastro de la sangre, y les dio por eso algunos consejos antes de marcharse.
A Gerardo le costó coger el sueño, no sólo por el dolor de la herida, que corría el riesgo de infectarse, sino porque sentía que afuera algún animal daba vueltas sigiloso alrededor de la tienda de campaña. La sombra reflejada en la lona agigantaba aún más su silueta, que se movía en la madrugada como si fuera un gran lobo olfateando el rastro de la herida y buscando un hueco para entrar.
Venciendo el miedo, Gerardo cogió una cantimplora y lavó con agua la sangre seca que como un reclamo siniestro marcaba su pierna izquierda. Logró dormir hasta el amanecer, justo cuando Julio, el guarda, comenzaba su ronda con Alba, una joven en prácticas recién incorporada al cuerpo de agentes del medio natural. Iban con dos pequeños ganaderos que habían sufrido graves daños esa noche por ataque de lobos en sus majadas y que llevaban puestos unos extraños chalecos amarillos. “Y lo peor no son los corderos que se han llevado” decían resignados, “sino el pánico que han provocado en el rebaño, y los abortos que eso va a suponer entre las ovejas», añadían sin ocultar su indignación por estar prohibido cazarlos. Gerardo y sus amigos sabían que los lobos no atacan a las personas, pero sintieron miedo y levantaron la acampada, dirigiéndose hacia la zona de las Batuecas en la sierra de Francia.
Al día siguiente, visitando una tienda de libros viejos en el pueblo de La Alberca, encontró Gerardo el romance de “La loba parda» en un cuaderno de poemas medievales. Le estremeció aquel romance que narraba con todo detalle el ataque de una manada de lobos a un rebaño de ovejas, echándose a suertes cuál de ellos entraría en la majada. “Le tocó a una loba vieja/ patituerta, cana y parda/ que tenía los colmillos/ como puntas de navaja/…” decía el romance en sus primeros versos. Desde entonces, siempre que Gerardo lo lee, se queda sobrecogido al recordar aquella noche de lobos en los montes hurdanos.
Bonita la leyenda de las Hurdes y el río Hurdano. Curioso el origen del nombre Hurdano dado por los judíos que lo nombraron río Jordán recordando el río de su lugar de origen , Israel. Con el tiempo Jordán evolucionó a Hurdano. Es muy de resaltar la referencia que haces al romance medieval de » la loba parda» recopilado por el romancista Joaquín Díaz, cuyo tema está tan de boga hoy en día» la enemistad entre el lobo y el pastor.
Gracias Amalia por leer el texto y por tu comentario. Hay una versión de Joaquín Díaz sobre el romance de la loba parda. Yo también le puse música y la cantaba en mi época de cantautor. Besos
llegué aqui buscando algún dato sobre la época en que nsurgió este bonito romance, en algún punto de esta web he leido algo de «medieval» ¿Podría ser tan antiguo?.
Por favor si alguien tiene algun dato al respecto, agradecería su aportación.
Por cierto, hace un ratito me apareció, buscando, la versión de Joaquín Díaz, Que destrozo ¡Dios mío! , pues dice, o al menos he leido «las estrellas iban altas»…
Con seguridad desconoce el autor de la «versión» que `las cabrillas´ es una constelación, Las Pléyades, siete pequeñas estrellas muy próximas, a las que persigue Orión una de las mas bellas Constelaciones del Invierno.
Gracias Arturo por leer mi relato de «La loba parda». El romance al que me refiero y que mencionas forma parte del romancero medieval, de autor desconocido como tantos otros. Yo se lo escuché recitar a un viejo pastor en el viaje en que se basa el relato, y me fascinó por su plasticidad y su musicalidad. Más tarde, escuché la versión de Joaquín Díaz, buen estudioso de la música popular. No sé si la música es suya o la había oído cantar por esos campos del interior rural. En todo caso, no veo tan grave que diga «las estrellas altas iban/ y la luna rebajada», en vez de las «cabrillas», que es como se conocen las Pléyades. Tal vez esa sustitución se deba a facilitar la comprensión del romance o por razones de sonoridad. Saludos.
Eduardo nos va acostumbrando a estos microrelatos en los que aúna eficacia narrativa e interés temático. En pocas palabras es capaz de contar una historia que tiene todos los elementos de una situación típicamente rural: el problema, los paisajes, los personajes, las valoraciones, las situaciones y el contraste entre el ayer y el hoy. Como en el caso de una ostra perlífera, estos microrelatos encierran una joya: en este caso una joya sociológica envuelta en buena literatura. Enhorabuena, Eduardo y sigue regalándonos estos relatos.
Gracias Cristóbal por leer el relato y por tus cariñosas palabras. Ya sabes, ficción y memoria son los ingredientes para la literatura. Un abrazo