Donde viven los caracoles
Este es el título del libro que en enero de 2019 publicó la editorial Pepitas de Calabaza. Una recopilación de 29 artículos seleccionados entre 115 escritos por mí en los últimos treinta años y publicados en diversos medios.
No son textos escritos hoy aunque muchos de ellos pueden ayudar a entender lo que esta pasando en el mundo agrario y rural. Con esta información quiero hacer dos cosas:
Primera, subrayar que algunas de las cosas que hoy se dicen y escriben sobre los pueblos llevamos diciéndolas y oyéndolas muchos años y que este discurso no es nuevo y que es importante decirlo, no porque queramos, algunos, arrogarnos el protagonismo de haberlo dicho ya antes, no, no es por eso, es sencillamente que hay que decirlo para demostrar que en treinta años se ha hecho poco o nada para parar la pérdida de cultura campesina y frenar el abandono rural y que algunos que llevamos muchos años trabajando en ello ya no comulgamos con ruedas de molino en estas cosas.
Por eso Julio Llamazares, para mí desentendiéndose de la pregunta que el periodista le hacía sobre este fenómeno de la neonarrativa rural, decía hace poco en Logroño “ya pasó el tiempo de hablar del mundo rural, ahora estamos en el tiempo de hacer”, y hacer es, por ejemplo, presentar este libro como estoy haciendo ahora, no con el objetivo de vender sino con el objetivo de invitarle a Usted a reflexionar sobre estas cuestiones.
Y segunda, desmarcarme de esta moda de “la narrativa rural” que últimamente nos invade (en este mismo diario virtual pueden ver la recomendación de los cinco libros rurales de imprescindible lectura entre los que, por supuesto no está los caracoles).
¿Por qué este título? Es el de uno de los artículos incluidos en el libro y que se publicó el año 2010 en la revista Piedra de rayo. La idea del título llegó leyendo “Los libros arden mal” de Manuel Rivas, cuando Ó dice:
“El escarabajo de la patata también es moderno. Y bonito. Pero como es moderno, no hay manera de matarlo a mano. Hay que utilizar armamento moderno. Y Polca dice que acabarán matándolo todo, que es peor el remedio que la enfermedad. Que con el veneno también mueren los caracoles y las babosas. Polca no quiere pasar por donde mueren los caracoles”.
Yo quise hacer una huerta por la que Polca sí quisiera pasar. Pero, además de tener un espacio real en el que viven los caracoles, poco a poco voy consiguiendo también crear otro mundo, este virtual, en el que no hay prisa, en el que no todo es instantáneo, en el que cada cosa requiere su tiempo…
Un espacio en el que se aprende que además del tiempo de reloj con el que solemos guiarnos hay otro tiempo, el de los acontecimientos, el tiempo circular de los campesinos de Berger que encontrará entre estos caracoles.
A principios de diciembre pasado, cuando andaba cogiendo la oliva, mi amigo Fernando Martínez Bujanda me regaló un libro que acababa de publicar, “El olivo de Rioja Alavesa. Un compañero centenario” y ahí, en la página 53, habla Eugenio Ceballos García, de 92 años:
“La oliva se solía recoger a partir de la Inmaculada. La recogida duraba según las manos disponibles: se empezaba cuando se podía y hasta que se acababa”.
Un maravilloso ejemplo del concepto de tiempo de los campesinos, el tiempo de los acontecimientos y no el tiempo de reloj.
Cuenta Luis Sepúlveda:
“Hace algunos años y mientras estábamos en el jardín de nuestra casa, mi nieto Daniel observaba atentamente un caracol. De pronto, dirigió su mirada hacia mí y me hizo una pregunta muy difícil de responder ¿por qué es tan lento el caracol?”
Y Luis Sepúlveda le escribió a su nieto un cuento: Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud. Como yo.