Lloro. Por Emilio Barco

Del lloro al envero

"Hay dos momentos en el ciclo de las cepas en los que me gusta andar entre ellas y mirarlas. Uno es ahora, con el lloro y el otro cuando las uvas empiezan a madurar y cambian de color los granos, el envero".
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En las tierras bajas, donde vivo, las viñas comenzaron a llorar en los primeros días de marzo. Se anuncia tempranero el año. Hay dos momentos en el ciclo vegetativo de las cepas en los que me gusta andar entre ellas y mirarlas. Uno es ahora, con el lloro y el otro cuando las uvas empiezan a madurar y cambian de color los granos, el envero. Más o menos cuatro meses separan a ambos. De San José a San Fermín o a Santiago. Depende de cómo venga el año.

Desde mi más profunda ignorancia vitícola, (que Fernando Martínez de Toda y Enrique García Escudero me perdonen) divido el ciclo de la vid en tres cuatrimestres: el descanso, de Todos los Santos al lloro, el desarrollo, del lloro al envero, y la maduración. Culmina el ciclo en el lago cuando la fruta se convierte en vino. A mí me gusta el segundo con toda su jerga: lloro, desborre, floración, cuajado (o corrimiento), engorde, esparrar, desnietar y envero. Qué bonitas me parecen estas palabras. Más bonito es, “verlas” en las cepas.

Lloro. Por Emilio Barco
Lloro. Por Emilio Barco

Ya sé que, seguramente, le han dicho que a “esta tierra con nombre de vino” hay que venir en otoño cuando “los colores se desparraman entre las vides” (yo diría entre los renques) y habrá oído y leído cosas así. Supongo. Y habrá venido. O vendrá. Es lo que consigue el trabajo de La Rioja Turismo (no sé si se llama así ahora). Pues a mí, ya se lo he dicho, las cepas me gustan más en primavera. Están más bonitas, más alegres, con más vida.

Cuando mis amigos y yo éramos jóvenes y venían aquellos con sus hijos pequeños a pasar un día con nosotros en el pueblo había tres juegos que, dependiendo del momento de la visita, siempre les proponía: buscar nidos entre las ramas de los árboles en invierno, encontrar cepas llorando en primavera y buscar espárragos blancos bajo la tierra en el verano. Y jugábamos. Y nos divertíamos. Y a la chavalería le encantaba encontrar una lágrima, un nido o un espárrago. Y aprendíamos. Por ejemplo, Violeta, como buena maestra, cuando buscábamos nidos, preguntaba ¿alguien no ha visto nunca un nido? Y seguido añadía: solo se ve lo que se conoce. Una premisa fundamental para jugar aquel juego.

Claro que no había ni móviles, ni tablet, ni… Ahora con los modernos buscadores se encuentra enseguida todo eso en la pantalla, aunque en la vida nunca hayas visto un nido. Qué cosas, ¿eh, Violeta?

Soy consciente de que ahora no tendría éxito alguno ninguna de estas propuestas. Por eso hago solitarios. Recorro estos días las viñas de la subida a La Mesa o las de El Hornillo y me entretengo probando esa lágrima que se escurre por el pulgar ya empapado. ¿A qué sabe la lágrima de una cepa?

En unos días veré cómo se van hinchando las yemas que parecen de algodón y se desborran alumbrando unas hojas pequeñas, arrugadas, grises, feas… como nosotros cuando nos parió nuestra madre.

En pocas semanas esas hojas se tornarán verdes. Un verde que solo se ve en esos días. Color verde joven de hoja tierna. No sé si está en la carta de colores Pantone. Lo que sé es que lo veré en unos días en las cepas, cuando me entretenga por el camino de La Matanza o subiendo a Valdarrete. Cambiará a verde maduro allá por semana santa y para el primero de mayo apuntarán las futuras uvas en los pámpanos. ¿Hay muestra? Preguntan esos días los agricultores. Con la respuesta abren o cierran la puerta a la esperanza en la cosecha. Al albur de lo que pase en la noche rasa o en la tormenta veraniega.

Brote de una viña. Emilio Barco
Brote de una viña. Emilio Barco

Durante esos días de primavera se tocarán las cepas con las manos, algo cada vez menos frecuente. Consecuencia de la mecanización. Hay que esparrar, esforriginar, escardar… que de todas estas maneras y muchas más se llama la labor de quitar brotes y dejar solo los productivos con la carga que interesa. Crecerán los pámpanos y en ellos las uvas hasta que, por San Isidro, las raspas se llenen de flores. Habrá pasado el mayor riesgo de heladas y si todo va bien, no llueve demasiado, no hay golpes de calor en junio que hagan que la flor se corra, cuajarán los granos.

Volverán las manos a tocar las cepas, una vez más, para quitar los nietos que estorban al crecimiento de las uvas y esa mañana en la que estas desnietando la viña vieja de Los Hoyos, lo ves, allí está: un racimo con granos verdes, los más, anaranjados, rojos, amarillos, morados… y cuando al medio día llegas al bar pides un blanco y casi al mismo tiempo anuncias: ya hay vero. Llegó el envero.

Envero de las uvas. Emilio Barco
Envero de las uvas. Emilio Barco

A partir de ahí ya frecuento menos las viñas, porque por esas fechas, donde vivo, hace mucho calor en el secano y me gusta más la huerta y el regadío. Y, además, para mí, ya ha terminado la parte que más me gusta del ciclo de la vida de las cepas, la que va del lloro al envero. ¡Ah! Y me gusta también pensar que esto es un ciclo, y que después de que las uvas se hagan vino y el vino dinero, allá por San José volverán otra vez a llorar las viñas. Y, con salud, otra vez veré el vero. A esto aspiro, a ver la vida. A todo.

Emilio Barco
En Alcanadre viendo llorar las viñas, 3 de marzo de 2021.

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