Abubilla. José Luis Jara Orozco. Creative commons.

Los “amigos” de antaño que se fueron

En paralelo a la despoblación rural, un buen número de aves y pequeños pajarillos han desaparecido prácticamente de los pueblos y sus cercanías. Los echo mucho de menos.
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Durante los pasados meses de junio y julio -antes de que llegaran los veraneantes- me he dedicado a recorrer todas las zonas del pueblo y sus aledaños para comprobar haciendo memoria qué ha sido de aquellos pájaros tan abundantes que te alegraban las mañanas y que criaban sus polladas sanas y divertidas.

Pero no he reparado en todos; más bien he escogido mis preferidos por su forma de ser. Unos por su osadía como el gorrión común; otros por ser tan esquivos como el gorrión chillón y el ruiseñor; algunos por su gracia y agilidad para moverse entre las paredes y tejados, como el colirrojo tizón y la collalba gris.

Y no me olvido del petirrojo que tan pronto lo ves con una lombriz en el pico como comiendo moras en un zarzal a menos de un metro de ti. También me hace mucha ilusión haber localizado un nido de abubilla entre unas piedras y a un pequeño bando de gorriones molineros.

Echo de menos aquellas tardes de verano a punto de anochecer la algarabía que preparaban los gorriones en los olmos y acacias de la plaza en busca del mejor sitio para dormir. Seguro que había más de 10.000 pájaros. Y como hacía eco el frontón, pues parecían 100.000. Ahora ya no ha quedado ningún olmo de gran porte por la dichosa grafiosis, esa enfermedad que casi los ha mermado todos por España, aunque en algunas zonas empiezan a recuperarse.

Pero sí quedan acacias y aquella algarabía ha pasado a unas cuantas peleas entre ellos por escoger el mejor sitio, aunque apenas se les oye. Aquí, en el pueblo, no ha pasado como en la gran ciudad que casi no tienen huecos para anidar. Al haber más casuchos hundidos tienen mas agujeros para anidar que antes y todavía hay muchas casas con cientos de huecos en los aleros. La única causa de su alarmante descenso en el pueblo se me ocurre que es porque ya no hay ningún gallinero donde pueden entrar a comer el grano de las gallinas en los meses fríos de escasez o quizás también que los potingues que se echan al campo hayan mermado los insectos que también son una base importante de su alimentación.

Y si la situación del gorrión común es preocupante -según la SEO, (Sociedad Española de Ornitología) se han perdido 8 millones de ejemplares en los últimos 20 años- no digamos del chillón. Antaño anidaban varias parejas por las afueras del pueblo. Pues bien, este verano solo he podido localizar un nido en unas pedrizas a unos 300 metros del casco urbano. Dar con el chillón es muy fácil; como su propio nombre indica emite un “chiiii” potente, profundo y hasta lastimero que se oye a bastantes metros de distancia. Frente a su primo, el gorrión común, nuestro amigo es algo más grande y los dos sexos son prácticamente iguales, de color marrón-grisáceo claro y con una pequeña corbata amarilla. Además, su vuelo es más rápido. Nunca lo he visto en invierno por las localidades de montaña. Me sorprendió que en el nido solo hubiera tres pollos, pues suelen ser más prolíficos.

El ruiseñor, ese pájaro marronzusco que vuela bajo entre las zarzas y que canta por la noche y a todas horas menos cuando hace mucho calor como los soles no me ha defraudado, pero no por su número sino porque me hizo lo mismo que cuando era un chaval y me acercaba mucho donde tenía los pollos o el nido. Emitió una especie de “fuiiit” de alarma, seguido de un “orrrg”, un ronquido para que vayas hacia él y te alejes de sus pollos. La verdad es que me imaginaba que tenía que haber algún ruiseñor en aquellas zarzamoras mezcladas con ortigas, el sitio que más les gusta tejer sus nidos y tuve suerte. Lo que no me esperaba es escuchar sus notas de alarma tan cerca. Se me puso la piel de gallina. No obstante, su presencia casi se ha convertido en testimonial en estos parajes.

Del colirrojo tizón localicé varias parejas, al menos seis, y un nido a escasos treinta metros de casa. Estaba ubicado a un metro y medio de altura en el hueco de la pared de un viejo corral. Y día tras día seguí las veces que cebaban los padres a su prole y en quince días los pequeños más osados asomaban la cabeza por el hueco. En veinte días más o menos ya no quedaba ninguno en el nido, aunque la tarea de sus padres era mayor pues cada uno se había desperdigado reclamando la comida. Se diría que este pajarillo no se sigue adaptando tan mal al cambio climático como otros.

En cambio, la collalba gris que poblaba las paredes de las eras altas con un buen número de ejemplares, apenas he logrado ver dos o tres. Y a pesar de estar vigilando sus movimientos bien escondido, no he sido capaz de localizar ningún nido. Se me escabullían con facilidad. Además, las he visto más huidizas que hace tiempo.

Del petirrojo he visto unos cuantos, lo que indica que este insectívoro y frugívoro también ha sabido adaptarse a los tristes nuevos tiempos para la naturaleza. No sabría precisar si su número ha decrecido mucho o de forma acelerada, pero sin elaborar un estudio concienzudo me hace pensar que su salud y descendencia no está en grave peligro.

Encontrar el nido de la preciosa abubilla con su cresta multicolor y su pico curvo para cazar lombrices no me fue difícil. En primavera ya la había oído por la zona con su clásico “bubu”, “bubu”. Dos días acechándola y dar con el nido fue fácil. Lo tenía en un majano de piedras grandes y cuando me acerque a los cuatro pequeños, estos se aplastaron y encogieron temerosos. Creo que pusieron cara de miedo. Frente a lo que se dice de esta preciosa avecilla que huele mal no es verdad y el nido tampoco. Quizás si los pollos hubieran sido más grandes me hubieran recibido con un chorro de excrementos. En este caso, sí son malolientes para defenderse de los depredadores.

Algunos de estos pájaros marcharán hacia el sur en busca de sus cuarteles para pasar el invierno. El año que viene los espero de nuevo, pero con mis nietos, para que comiencen a valorar los tesoros que no saben que los tienen tan cerca.

Mientras esto llega, un bando de gorriones molineros cae sobre un rastrojo de trigo recién segado y se espantan poco después volando hacia los cables de la luz donde se posan. Y como los sexos son iguales no hay quien distinga a machos y hembras.

Foto destacada: Abubilla. José Luis Jara Orozco. Creative commons.

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