Las voces de la noche que nos asustan
Hace ya muchos años, los hermanos y unos amigos cogíamos una semana de vacaciones a finales de abril para disfrutar del río Tajo, de la pesca de la trucha común y de la variada fauna y flora que poblaba sus pendientes cuestas, barrancos y cantiles del enorme cañón que forma el río más largo de la Península, cerca de su nacimiento. Nos gustaba permanecer en el campo de lunes a viernes, que es cuando menos personas nos íbamos a encontrar. El paraje en el termino municipal de Peñalén era perfecto.
Acampábamos en un “prao” al lado de una fuente cerca de la orilla de una corriente de agua que terminaba en un vado hasta convertirse en una poza metros más abajo. Así que siempre estábamos acompañados por el suave sonido de la corriente del río y por muchos otros ruidos más que eran capaces de mantenernos en vela por la noche para gozar de las variadas voces de aves, mamíferos e insectos.
¡Bueno! nos alegrábamos algunos, porque los que desconocían la voz de algunas rapaces nocturnas no terminaban de acostumbrarse por mucho que les dijésemos que era tal o cual especie. Y sí, les costaba dormirse a dos amigos, sobre todo, mientras el cárabo común hacia un enorme eco en un barranco con su profundo “vozarrón” huuuu-huuuu-huuuu. Solo el cansancio los derrotaba, porque cuando la rapaz nocturna se cambiaba de posadero algo más cerca de nosotros el pánico se apoderaba de los dos urbanitas encantadores y siempre dispuestos a todo, incluso a intentar encender la lumbre con ramas verdes de mimbre y de pino que cortaban con un pequeño hachuelo.
Lo cierto es que mientras los asustadizos colegas de pesca se metían más y más en el saco de dormir hasta la cabeza, nosotros nos alegrábamos de verdad de que otro año más, “nuestro” cárabo diera muestras de su presencia, en especial en esas noches serenas. Recuerdo un año que tardó dos días en marcar su territorio porque hizo un frío que pelaba. Por la noche cayó un chubasco y de madrugada heló de tal manera que nos costó bastante abrir la puerta de los coches a eso de las 9 de la mañana.
Nosotros conocíamos también que arriba, en una especie de meseta, anidaba en un nido de cornejas una pareja de búho chico, y que por los chaparrales y roquedos de encima de la casa forestal, a unos dos kilómetros de nuestra acampada, reinaba el gran búho real con su sonoro uhuu, aunque bastante mas corto que el del cárabo. Así es que solo tres rapaces nocturnas son capaces de asustar al novato en sus incursiones nocturnas por el monte. Por cierto, el búho chico es más discreto que sus parientes con sonidos más suaves y menos frecuentes.
Mochuelo lastimero
La más diurna de nuestras rapaces nocturnas y también más pequeña que las anteriores utiliza un canto para comunicarse con sus semejantes como si fueran maullidos de un gato pequeño en apuros, capaz de poner en guardia a algunas personas. A veces una especie de miau-miau-miau insistente pone en alerta a sus congéneres de que puede haber comida o bien para alertarlos de que ese territorio es suyo.
Recuerdo aquel año que hubo invasión de topillos, sobre todo en Castilla y León, que segaron un parque a las afueras del pueblo y estaba plagado de agujeros. No sé de qué forma se enteraron, pero la primera noche tras la siega al menos 20 mochuelos estaban apostados en los cables de la luz a pocos metros del parque para no dejar ni un topillo vivo.
La algarabía de voces gatunas alarmó a algún vecino que se acercaba curioso pensando que varios gatos pequeños estaban perdidos o sufriendo. Yo me aposté en una esquina de la ermita pegada al parque y disfrutaba con la llegada de nuevos ejemplares invitados por sus parientes al festín. A eso de las cuatro de la mañana me fui a casa.
Enigmático chotacabras
Es una de las aves de hábitos nocturnos menos conocidas. Cuando era pequeño siempre me pareció que era un pájaro bastante tonto porque muchas veces casi lo pisabas cuando caminabas por una senda por la noche. Levantaba vuelo de forma bastante silenciosa y un tiempo después te volvía a salir de los pies. No sé si sería una táctica para alejarte del nido. El caso es que nuestro protagonista que emigra a terrenos más calidos cuando llega el otoño, produce un ruido como si uno quisiera arrancar una motosierra y está “ahogada”. A finales de junio y principios de julio sus sonidos se oyen a bastante distancia y no deja de hacerlos durante la noche.
A veces te pasa volando cerca de la cabeza y se pierde en la oscuridad. También suele emitir sonidos como si estuviese golpeando una pequeña tabla con otra. Se alimenta de insectos y anida en el suelo en sitios frescos y secos. Y por mucho que lo he intentado nunca he logrado descubrir un nido de esta ave tan curiosa.
El guarrear de la zorra
Cuando se ve sorprendida o bien le da el olfato de la presencia humana en la noche más oscura, así como cuando quiere comunicarse con sus semejantes, este astuto carnívoro emite una especie de chillido mezclado con el canto del cuervo, lo que en los pueblos se ha llamado de toda la vida el “guarreo” de la zorra. Esta especie de aullido no llega a ser ni mucho menos tan estremecedor como el del lobo, pero si resulta desconcertante a los oídos de los que nunca lo han escuchado, llegando a crear confusión por su insistencia y duración. Parece como si quisiera expulsarte de la zona.
A los que lo conocen bien, puede llegar a ser desagradable porque rompe la paz de la noche y no deja escuchar otras voces más agradables. La zorra también es muy dada a enzarzarse en peleas con los ejemplares de su especie, llegando a formar un escándalo considerable. Y no digamos si pelean por un trozo de comida.
El corzo “ladra”
De todos los ungulados que pueblan España, el grácil y precioso corzo es, sin duda, el primero de la lista en emitir un fuerte sonido parecido al ladrido de un perro ronco. Lo hace a cualquier hora del día cuando detecta a una persona, pero por la noche se escucha con más fuerza. Los cazadores de esperas al jabalí que destruye las cosechas temen tropezarse con algún ejemplar de corzo porque éste pondrá al suido en guardia y no entrará al menos en unas horas a su querencia. Y si ya está hozando o comiendo se irá a toda prisa al primer aviso.
Si el zorro es escandaloso, el corzo no le va a la zaga. En ocasiones su potente “ladra” dura más de 10 minutos, mientras anda o corre a esconderse. Por la noche se puede oír a mas de un kilómetro. Lo curioso es que no siempre lo hace y prefiere huir a toda velocidad con su veloz zancada.
Todos estas exclamaciones animales son solo unos ejemplos de los sonidos que en ocasiones ponen los pelos de punta al ser humano que desconoce el monte, donde las sorpresas se producen con apariciones por el día y con increíbles manifestaciones sonoras por la noche. Por lo general, excepto en época de celo de las rapaces nocturnas, es en primavera y verano cuando más de prodigan en hacerse oír. Quizás lo que vienen a decir es que son ellos los dueños de esos territorios y prefieren no encontrarse con intrusos.
Recomiendo excursiones nocturnas hasta adentrarse en el monte acompañados de conocedores del medio; parar de vez en cuando y mantenerse unos minutos en silencio para vivir la noche en toda su pureza, incluido, por supuesto, la observación de las estrellas.