Las carencias en los pueblos no importan
Llevo una semana más o menos en el pueblo y todo sigue casi igual que un mes de julio de los últimos años. Solo algunos vecinos llevan mascarilla cuando caminan por la calle o se sientan en el poyo a pegar la hebra con el del barrio; el vendedor ambulante, que viene un par de veces este mes todos los años con unas cerezas riquísimas de Aragón y un vino tinto a granel de denominación desconocida, no lleva mascarilla y cuando le comento que siento no comprarle porque está por encima de las cerezas, sin mascarilla y puede contaminar, me contesta que la tiene en el coche y que sí la lleva. Pues vaya plan, aunque me da pena porque el hombre se gana sus perras, pueblo a pueblo, hasta vender la mercancía.
Y sí, algunos huertos de los vecinos que les cogió el confinamiento en la capital se han quedado sin cultivar, pero son minoría. Los pueblerinos se las han arreglado para dar esquinazo a la Guardia Civil y sembrar patatas, cebollas, judías, zanahorias, lechugas y otras verduras y hortalizas. Imagino también que los guardias se habrán hecho el sueco algún día, puesto que el estado de alarma y el confinamiento estaba diseñado para las personas de las ciudades y no para la gente de los pueblos y menos los que cuentan como mucho con 30 habitantes. La prohibición de ir a cultivar el huerto nunca dejó de ser una idiotez de tamaño considerable.
Privación y escasez
Confieso que siempre fui y soy más bien pesimista con la tan sobada “repoblación” de la España vacía o vaciada, como se diga. Y es que las carencias de los pueblos siguen siendo las mismas, sin que nadie les ponga solución.
Cuando escucho que algunas personas se van a ir a vivir a los pueblos y teletrabajar desde éstos los envidio, porque en Aragoncillo tal cosa sería casi imposible. Me explico: todos los años por el verano contrato ADSL con Movistar y cuando llamo me dicen que voy a tener una señal de 10 megas. Este, me aseguraron que iban a ser 20. Pero cuando viene el técnico me comenta que no entiende cómo me pueden decir tal cosa porque en el mejor de los casos llegarían tres. Y así es. Casi siempre 2,5 y gracias.
Y si el técnico instalador me dice que quizás por radio pudiera tener mejor señal, pues me anima a llamar de nuevo al citado operador y tras minutos y minutos de espera, alguien te comenta que es posible que por radio tuviese más señal, pero que tengo que anular lo que ya tengo y esperar 15 días por lo menos a la nueva instalación. Lo curioso es que la persona que me atiende es muy amable, pero no se viene a razones y siento que estoy hablando con un robot con acento latinoamericano.
Mientras tanto, lo que hago es observar a tres golondrinas que han cogido de dormidero un cable debajo de un techado de mi patio. Son dos jóvenes y un adulto y tienen un plumaje lustroso. En un mes o menos comenzarán su viaje hacia el sur. A eso de las 5:30 de la mañana el adulto comienza con sus cánticos y me despierta. Y en esos 15 días de espera para la nueva instalación (obviamente no la he pedido) también puedo observar un cielo limpio, sin apenas contaminación lumínica; ayudo a un agricultor amigo a poner los cañones para que se espanten los ciervos porque ya le han comido bastantes girasoles; o bien aviso al vecino de que llega el del pan porque anda un poco sordo y no oye los pitidos del coche. Y todo eso.
¡Que nadie se asuste! El cañón consiste en una bombona de propano y otro artilugio con un tubo que emite una potente detonación por la noche en el campo. Parece ser la mejor forma de espantar a los comilones venados, encantados de saborear el tierno girasol.
El abandono no importa
Desde que comenzó la pandemia hasta el día de hoy ningún médico ha llamado a los ancianos del pueblo, cuatro o cinco de más de 80 años y con problemas de salud. Viven en una pedanía y no es importante. En el centro médico han colocado un cartel para que los vecinos se enteren muy bien que entre los meses de julio y agosto y septiembre la enfermera se va a pasar tres días por el pueblo, uno por mes. Menudo lujo. El año pasado subía una vez por semana. Y que quede claro que la enfermera seguro que está de trabajo a reventar, pero si no contratan más sanitarios así nos va.
Ya comentaba en otro artículo en este periódico que era tal la falta de respeto a las personas mayores por los gestores de la comunidad manchega, que lo mínimo sería pedirles perdón.
Todo sigue igual. Los políticos a inaugurar o a aprovechar cualquier acontecimiento para salir en la foto. El señor Emiliano García Page, presidente de Castilla-La Mancha, se ha paseado hace poco por estos lugares con motivo de 20 aniversario de la creación del Parque Natural del Alto Tajo. Con riguroso traje, incluidos algunos de su comitiva, se retrataron en el bello y sorprendente Barranco de la Hoz ¡Vamos! que la foto era algo así como si a un Santo Cristo le colocas dos pistolas. Dañaba la vista y el paisaje. Todavía no entiendo cómo toda la fauna del soto del río Gallo y de los farallones de arenisca roja no desaparecieron del lugar para siempre… Del susto, claro.
La carretera que une el pueblo con la nacional 211, no más de un kilómetro, está invadida de yerbajos a los dos lados. Si paseas y viene un vehículo apenas queda espacio para apartarte. Creo que depende de la Diputación de Guadalajara. Pero , acaso es importante que los jubilados caminen por la mañana con la fresca.
Y ya no digo si andas por las pistas, deshechas por las riadas y “comidas” por la maleza. El andar varios días por ellas es visita segura al dentista, porque seguro que se te ha caído algún empaste ante tanto bache y tropezón.
Y el “coche de línea”: Madrid-Teruel solo pasa una vez al día hacia la Capital. El peor servicio que yo recuerde.
Casas que se abren y periodistas modorros
Más o menos, han acudido los mismos de siempre por estas fechas. Las puertas abiertas dan cierta sensación de ánimo, aunque todavía no se oiga la algarabía de los niños en la plaza. Pronto llegarán.
Casas abiertas y vecinos y vecinas peleones que me ponen, nos ponen en solfa a los periodistas. Como han visto mucha más tele de lo habitual durante el confinamiento se dan por enterados de todo y, en especial, critican a los tertulianos.
No les gusta que los periodistas hayan criticado al doctor Simón, «aunque se haya equivocado algún día». “Vaya unos modorros” , dice una mujer que asegura “le ponen la cabeza como un cencerro”. Otro que suele ser bastante leído, asevera que “no dejan de interrumpirse entre ellos y lo que hace feo es que después de soltar lo que les apetece se ponen a mirar su móvil y no atienden lo que dice el otro tertuliano. “Unos maleducados a los que se les nota de qué pie cojean. Que no se crean que los de los pueblos somos tontos”.
La verdad es que no dejan de preguntarme sobre uno u otro periodista o presentador de informativos, de magacines de la mañana, de estrellas de la radio o de las de TV de la noche. Aquí no se salva nadie. Y, créanme, la mayoría de las opiniones sobre nosotros son negativas. De manera que ya sabemos lo que piensan los del pueblo de la profesión. Todo esto no importa. Lo que de verdad tiene valor son los números de audiencia.
Para no hacer crecer más la llama no contesto a la pregunta de ¿cuánto ganan? estas figuras de la pequeña pantalla y de la radio, porque aunque no lo sé, tengo una idea y seguro que entonces crearía un incendio.
Así que quedamos en que todo sigue igual. Aragoncillo es una pedanía de Corduente y el alcalde de esta última localidad todavía no se ha pasado por aquí desde las elecciones municipales del año pasado. Y eso que es nuevo. ¿Acaso importa?