Un cazador de caza menor recorre el campo. Autor: Diego Juste.

La sabiduría de los jabalíes desbarata una noche de espera

Destrozan todo lo que pillan en su camino; son agresivos y tienen malas pulgas si se les acosa. Se están convirtiendo en plaga y representan una amenaza real para los agricultores
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La noche prometía. El día de antes, “mi explorador”, un colega que ya no cumple los 80, pero que tiene una afición increíble y que le gustan las esperas nocturnas, me había avisado que en un paraje del pueblo donde los jabalíes habían preparado un estropicio monumental en un sembrado de pipas.

A eso de las 11:30 nos dirigimos al lugar. Dejamos el coche a cierta distancia para que los bichos no se alarmen en el caso de que ya haya alguno comiendo o cenando, según se quiera ver. Cerramos las puertas con cuidado y nos dirigimos al sitio preciso donde sabemos que los cochinos tienen una de sus entradas a la finca. Antes, por supuesto, hemos estudiado de dónde viene el viento, pues es sabido que los jabalíes vista no tienen mucha, pero el olfato y oído lo tienen verdaderamente desarrollado.

En esta ocasión sopla del noroeste, de manera que nos colocamos unos metros antes de la entrada de los animales a las pipas. Nos sentamos en unas piedras calizas alosadas y a esperar. A eso de las 12 más o menos oigo cómo se espanta un mirlo común por el escándalo que emite por sus voces de alarma. Está claro que viene algún bicho. Tres o cuatro minutos después lo escucho bajar por una cuesta poblada de sabinas, tomillos, aliagas y algún roble. Le toco a mi colega en el hombro y le señalo que no hable y que no se mueva. Le quito el seguro al rifle y con cierta tensión lo espero a que entre por una pequeña vereda muy transitada. Sin embargo, el jabalí decide dar la vuelta por una fila de sabinas que escolta el sembrado y, claro, pasada nuestra altura comienza a dar unos bufidos enormes. Nos ha captado y tan fuerte bufa que mi colega que sin audífonos- no se los pone en el campo por si los pierde- oye menos el pobre que una sardina frita dentro de una fiambrera, llega a escuchar a este macho que debía ser de los grandes por la ruidera que lleva en la huída.

Acaso alguien piensa que el rodeo del macho fue de forma casual. Nada de eso, su astucia le llevó a tantear el terreno antes de entrar a bocajarro a las pipas. Y aun así como era una noche de luna llena, seguro que se hubiera colocado a comer a la sombra de una sabina para ocultarse mejor.

Ya sé que cuando lean esto algunos defensores de los animales y ecologistas radicales se pondrán de uñas con lo escrito hasta el momento. Pero me gustaría saber qué harían ellos si fueran los dueños del sembrado y que en este caso una extensión el doble de grande que un campo de fútbol los animales, primero los ciervos y luego los jabalíes, se lo dejaran trillado. Y claro que los agricultores llamarán al perito del seguro, pero lo que reciben es una limosna en comparación con lo que pierden por los daños de los bichos. Solo recordar que además de comprar la simiente de las pipas a un precio bastante caro, la finca hay que prepararla con varias pasadas de tractor hasta sembrarlas y ya sabemos de qué manera ha subido de precio el gasóleo.

Sigue la espera

Mi colega me agarra del brazo y gesticula con la cabeza como afirmando la mala suerte que hemos tenido y lo avispado que ha sido el machazo que nos ha dado esquinazo y también una lección de supervivencia.

Al poco tiempo, noto cómo el viento que antes me daba de frente, ahora me enfría el lado derecho de la cara y unos minutos más tarde el cuello. Poco tenemos que hacer como siga venteando de una forma tan caprichosa. Aún así a unos 80 metros, por la zona baja del sembrado oigo perfectamente cómo chasca una caña, señal inequívoca de que los jabalíes están haciendo de las suyas. Aunque en ocasiones es el omnívoro tejón el que las parte. Pero al chascar más de una ya no hay duda: se trata de una piara, pues se oye a alguno de los saqueadores pelearse con sus semejantes.

Nos movemos sigilosamente unos 40 metros y nos colocamos donde pensamos que el aire no les va a dar y casi acertamos pues los llegamos a tener a unos treinta metros, pero como las pipas tenían mucha hoja todavía no hay forma de verlos ni tan siquiera encendiendo el foco, algo permitido en Castilla-La Mancha para evitar confundir un animal con una persona.

Se multiplican los gruñidos entre ellos y solo dejan de zurrarse cuando le digo a mi colega que encienda el foco hacia ellos. Parece que entre la piara, calculo que van doce o trece, se encuentra uno que levanta más el lomo, pero no estoy seguro si es una hembra vieja o un macho que acompaña a toda la tropa porque una cochina vaya en celo. Cuando se desplazan en grupo los jabalíes más jóvenes son conducidos por una hembra vieja que, en ocasiones puede ser bastante grande. Por eso hay que asegurarse de no disparar porque está prohibido y porque no me gustaría nada equivocarme y dejar a las crías sin su madre, a pesar de que los jabatos ya son grandotes y pronto se aferran a otra hembra sin problema y salen adelante.

No fue necesario seleccionar. Un ronquido seco, seguro que de la matriarca del clan, los dejó clavados y en silencio, para que al instante otro ronquido combinado con bufidos conseguían que la piara saliera a toda pastilla hacia el monte sin darme oportunidad a disparar al que casi seguro era un machete ya hecho de unos 70 u 80 kilos. Menuda algarabía llevaban.

En esta ocasión, mi colega parece enfadarse conmigo. Como si tuviera la culpa por no haber disparado. Y es que el viento nos había traicionado otra vez.

Así que con estas le señalo al colega con el brazo que si nos vamos y asiente. Descargo las balas de la recámara y del cargador del rifle; lo meto en la funda y nos dirigimos al coche. Son ya más de la una de la noche y tal como está el viento poco tenemos que hacer.

Poca épica

Casi siempre en el mundo de la caza cuando alguien caza un jabalí grande con buenos colmillos se suele contar el lance con cierto tinte épico. Puede ser que en alguna ocasión se haya dado, pero les aseguro que la mayoría de las veces el cazador se enfrenta con ventaja ante los instintos del animal. Si la noche que describo nos hubiera entrado el jabalí grande y le hubiera disparado, toda la ventaja hubiera sido mía, pues la punta de una bala del calibre que yo utilizo para las esperas sale del cañón del arma a más de 900 metros por segundo y tiene un peso de 180 grains, algo más de 11 gramos y medio. De forma que ya me dirán que si además le coloco el disparo en un sitio vital las oportunidades que le quedan al jabalí de defenderse. Ninguna. Otra cosa es que lo deje mal herido y me atreva a rematarlo con un cuchillo. Una acción que nunca he hecho por mi incapacidad de clavar el cuchillo a nada a no ser un jamón curado de bellota, y menos siendo por la noche. Un macareno viejo herido puede resultar muy peligroso siempre y cuando se le acose, pues si se deja tranquilo el animal nunca te atacará. Además si se me ocurriera acercarme pondría en serio peligro a mi colega sordo, ante el tremendo arranque y fuerza de estos animales con colmillos como navajas. De hecho en el argot de la caza, el jabalí que tiene grandes y afilados colmillos se le denomina navajero.

Sonidos y animales

En estas páginas he comentado varias veces lo que me apasionan los sonidos de una noche serena. Los hay muchos extraordinarios y hasta fantásticos. En esta espera nos sorprendió una pelea de zorras no sé si machos o hembras a unos 40 metros de donde estábamos puestos. No duró mucho, pero sí resultó intensa. A un kilómetro más o menos en el fondo de un barranco poco profundo el cárabo común ululaba delimitando su terreno con su voz profunda que siempre me ha relajado, aunque a una persona novata le dé hasta miedo.

Poco antes de llegar al sembrado de pipas, un lebrato un poco tontorrón nos hacia zig-zag delante del coche hasta que se salió del camino. Buena señal porque este año estoy viendo por las noches bastantes más que el año pasado cuando murieron bastantes por diferentes enfermedades como las del conejo. Y llegando al pueblo un tejón de pelaje bien poblado arranca a correr delante del coche. Acelero un poco para verlo más de cerca y pronto se sale de la pista. Y para no extenderme más dejo para otro momento a los insectos que son los que ponen diferentes músicas a la noche.

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