Huertas abiertas para enseñar a vivir
Me gusta vivir en mi pueblo en otoño, invierno y primavera. En verano no. En verano se asa en los pueblos el chorizo más largo del mundo, se abren las puertas de las bodegas y se llenan de ansias. Se bebe y se come y se come y se bebe en un bucle casi infinito que apenas deja hueco para otra cosa, (se hace de las tradiciones folklore). En verano se veranea en los pueblos, se consumen los pueblos y puede ser que hasta los disfruten algunos… yo no.
Me aburren y cansan los que llegan al pueblo eventualmente, que son muchos en verano, y tienen la solución para casi todo. Luego en septiembre, cuando llevan a la Virgen a la ermita se marchan. “Y allí seguirán el viejo pero y la abandonada viña, la ladera lleca y la huerta yerma. Allí seguirán los que no marcharon”, (“Donde viven los caracoles”, página 24). Soy raro, incluso muy raro. Ya lo sé.
En mi tierra, La Rioja, se cuentan por miles los que llenan los barrios de bodegas de los pueblos (la mayoría de ellos muy deteriorados y sin uso) cuando al aire de la moda veraniega del enoturismo se abren las puertas de las bodegas y copa en mano se recorren los barrios.
Jornada de Huertas Abiertas 2019 en Alcanadre
En Alcanadre decidimos hace tres años hacer otra cosa: abrir las huertas. Y hacerlo casi clandestinamente. Sin publicidad. Con pocos que vengan es suficiente. ¿Suficiente para qué? Para enseñar que la huerta es una escuela para aprender a vivir. Para contarles que hay un tiempo de los acontecimientos muy distinto del que marca el reloj y que cuando haces una huerta sin darte cuenta lo descubres. Para mostrarles que hay un paisaje campesino y una cultura que desaparece y que las instituciones y las organizaciones hacen poco o nada para evitarlo. Para decirles lo que se disfruta cuando uno se produce parte de sus alimentos. Para darles a probar unas sandías, unos tomates, unos pimientos que saben a eso, a sandía, a tomate, a pimiento. Solo eso.
Este año la cita fue a las nueve de la mañana en el huerto escolar. Allí estábamos a esa hora unas cien personas, un tercio niños y el resto adultos. Por procedencias la mitad del pueblo y la otra mitad forasteros, más o menos. El número ideal para lo que queremos hacer. Agradecimientos a quienes nos apoyan regalándonos tomates, pimientos y vino que luego disfrutaremos. Presentación del recorrido y del proyecto cultural que estamos sacando adelante en el pueblo a base del trabajo de muchas personas que colaboran voluntariamente y sin subvenciones. La jornada tiene tres objetivos: aprender (¿Cuándo está madura una sandía?), reivindicar (que no achicharren los lindes de los caminos con herbicida) y disfrutar (paseando, hablando, comiendo, bebiendo…).
Nos ponemos en marcha
Antes de bajar a las huertas las vemos desde arriba y explicamos la historia del regadío y lo que nos cuenta la toponimia sobre lo que había antiguamente en los parajes que configuran este espacio: el tambarigal, las viñas de abajo, el plantío, la adobería, entre madres, el raso, el molino, el navazo… Lo que sugiere la vista “a vuelo de pájaro” de este maravilloso paisaje humanizado (que hay que conservar y proteger) es muy diferente de lo que se siente cuando se baja desde lo alto y se entra en las huertas. Eso hacemos.
Nos recibe Jon que este año además ha puesto gallinas con el gallo Gregorio y nos explica cómo hace el compost. Los más pequeños se entretienen dándole comida a Gregorio y los mayores andan por la huerta fijándose en cómo se sostienen las matas de tomates o las de los calabacines. De la huerta de Jon a la de David, que nos cuenta lo que le está costando sacarla adelante porque algunas plagas lo traen a mal vivir.
En el camino del Ebro nos espera Práxedes en su huerta jardín que deja a quienes no la conocen boquiabiertos. Hortalizas, frutales y flores se mezclan, aparentemente sin orden, creando un espacio único de forma y de color tan particular y especial como ella que lo crea y lo cuida.
Siguiendo el camino hacia el río el sol que calienta “de lo lindo” nos hace avivar el paso hasta mi huerta en la que explico lo que hago lo largo del año; y mientras los chavales cogen flores, algunos mayores aprenden a injertar con José Carlos que está metiendo navaja a unos renuevos que dejé de invierno para este menester y después, todos, mayores y pequeños nos comemos un par de sandías que nos refrescan el medio día.
En la Huerta de José Carlos unas niñas juegan con la rueda de bicicleta que gira subiendo el agua a más de dos metros desde el río hasta un deposito. Es uno de los inventos de Ángel, que con un trozo de manguera, unos tapones de botellas de refresco, una cuerda y una rueda monta una bomba de agua. Esto sí es sostenible. Como lo es el sistema de riego que aquí tenemos y que explicamos a quienes han venido a pasar este día con nosotros en la casa del molino a la orilla del río que nos regala el agua.
Un sistema en el que la fuerza del agua hace todo y nos permite regar 600 fanegas (125 hectáreas más o menos) sin más coste que el que engrasar la maquinaria y el jornal de Teodoro que mantiene a punto todo el sistema de hélice, ruedas dentadas, correas, poleas, compuertas, acequias y ríos de cemento por los que llega el agua a las huertas.
Bien avanzada la mañana y cansados por el calor, vamos a refugiarnos bajo los chopos y moreras que hay en la orilla del Ebro en el paraje que llamamos La Barca, porque ahí estaba la barca de sirga con la que se cruzaba el río desde el siglo XVII (antes no tenemos constancia documental) hasta que se la llevó una crecida en los años setenta y no hemos sido capaces de recuperarla (no es tarde).
Allí nos espera Alex con su magia. Está destilando plantas aromáticas y prepara unos tarros de ungüento de caléndula con el que obsequiaremos a quienes nos acompañan. Repartimos 124 tarros. Se oye el sonido del descorche de las botellas de vino y nos están esperando los pimientos con aceite, sal y ajo y los tomates con aceite y sal. Son las dos de la tarde. Algunos se van y sesenta adultos más un puñado de niños comemos en la barca una paella. Se hilvanan las conversaciones y se aprende. Se disfruta. Se come, se bebe, se vive. A las seis, cansados, recogemos, limpiamos y nos vamos.
El año que viene más y mejor. ¿Cómo así? Porque para el año próximo vamos a liar a un grupo de amigos pintores de la naturaleza para que hagan su trabajo en las huertas, igual vamos a hacer con la agrupación de fotógrafos y a nuestros amigos Eusebio y Aurora padres de la escuela de música Pícolo y Saxo les vamos a pedir que en cada una de las huertas que visitemos nos hagan disfrutar con su música. Pero esto será el próximo año.
Este año nos quedamos con estas letras que escribían en su Blog de Lurbai, Rubén y Leyre que este año nos acompañaron: “Desde este pequeño artículo agradecer a las personas que hicisteis posible la jornada, muchas detrás del telón, y al Ayuntamiento, porque apoyar estas iniciativas que tanto trabajo tienen por detrás es dignificar nuestros pueblos y crear redes que traerán otras cosas y recordar a los que nos anteceden”. Como nos recuerda Paco Sáenz, cultivador, disfrutante, investigador y divulgador de lo agro, en el programa Vivir para ver de Radio Euskadi y siempre que tiene ocasión: “Cultivar un huerto es un acto revolucionario” (Huertas Abiertas 2019 Alcanadre).