Así se preparan los troncos de los gancheros en Peñalén
El último sábado de agosto, las riberas del río Tajo en el término de Peñalén (este año le toca a esta localidad celebrar el ritual) se llenarán de miles de curiosos siguiendo a los gancheros en su ardua tarea de bajar río abajo los troncos de los pinos, hasta que se sacan con mulas más abajo en un vado para aprovechar la madera.
Es la Fiesta de los Gancheros, que homenajea a aquellos hombres curtidos que desde el Alto Tajo bajaban la maderada hasta Aranjuez desde el mes de marzo hasta bien entrado el otoño. Antaño era el río el medio de transporte más rápido. Son cinco los pueblos los que rememoran aquella actividad: Peñalén, Poveda de la Sierra, Peralejos de las Truchas, Taravilla y Zaorejas.
Esta tarea fue inmortalizada por José Luis Sampedro con la novela “El río que nos lleva” y años más tarde llevada al cine por Antonio del Real.
Pero para que los visitantes disfruten de un día de naturaleza inolvidable y de las maniobras de los gancheros para encauzar los movimientos caprichosos de los troncos en las corrientes del río, antes han tenido que ser cortados, desramados y pelados.
La tarea no es sencilla. Comienza con acompañar al agente medioambiental (antes forestal) a la zona del monte donde más o menos se encuentran los pinos adecuados para tirarlos. Con el visto bueno y permiso del forestal, una cuadrilla de expertos leñadores y gancheros comenzarán pronto la faena.
La diferencia con aquellos portentosos leñadores es que ahora los pinos no se talan a hachazos ni tampoco con un tronzador, una especie de sierra ancha con dos palos redondos, uno en cada extremo, para que sean dos mozos los que acompasados logren tirar el pino; se cortan con motosierras. Pero el proceso de limpiarlos no ha cambiado: hay que tirar de hacha. Por supuesto, se ha tenido mucho cuidado con orientar la caída de los árboles para que no dañen a otros más pequeños u otro tipo de vegetación.
No obstante, siempre se deja un ejemplar para el final que se tala y se corta como antiguamente.
Los pinos escogidos son derechos como velas, pinos silvestres, también conocidos como albares, de corteza mucho más fina que la mayoría de las variedades de pino y de excelente y cotizada madera. Solo tienen unas pocas ramas cerca de la copa, que se utilizarán como leña para la estufa o la lumbre.
La pela
Con el hacha en mano recién afilada y cogiendo bien el ángulo, se empieza a pelar el pino sin descanso, aprovechando la primavera, cuando más rezuma la savia. De manera que el hacha fluye muy bien por el tronco, que salpica pequeñas gotitas de resina. Cuesta un poco más pelarlo donde se tropieza con un nudo, pero se le da algo más de aire al hacha y todo solucionado.
Los expertos han tenido la precaución de no cortar todas las ramas. Han dejado un trozo de una, normalmente la más gorda que sirve para darle la vuelta al pino y poder pelarlo bien por las dos caras. Y si por algún casual se ha olvidado separar el brote, lo mejor es llamar al compañero para que juntos claven con fuerza el hacha en los dos extremos del pino, con el fin de voltearlo.
Los pinos son muy altos y una vez en el suelo se cortan en dos para un manejo más fácil. Es evidente también que no sierran los de mayor diámetro, porque sería mucho más difícil manejarlos.
Con un color blanco inconfundible, oliendo a resina que da gusto se dejan los troncos en el campo para que se vayan secando hasta que sean transportados y arrojados a las frías y cristalinas aguas montañesas del Tajo.
Las mujeres redimen
Y de qué manera. A unos 100 metros de la corta, al otro lado de la pista forestal las mujeres, ataviadas con el vestido típico de la zona (algunas se animaron a pelar los troncos) han preparado la merienda. Y aquí no se reponen fuerzas con bebidas isotónicas ni barritas energéticas. Unas fiambreras grandes de llenas de tajadas de la orza (chorizos, lomo y costillas) comienzan a mitigar el cansancio.
Creo que no hay nada tan sublime como comerse unas “tajas” en el monte sobre un cacho de pan, cortadas poco a poco con una buena navaja. Desde luego, yo no lo cambiaría por una comida en el mejor restaurante del mundo.
El olor de los pinos combinado con el aire serrano han abierto el hambre y las fiambreras se quedan peladas. Ni colesterol, ni triglicéridos ni leches. Es una vez al año y merece la pena darle al cerdo curado. Aquí de lo que se habla es de que el señor Avelino era el que mejor pelaba los pinos, el que antes terminaba. También se charla sobre el extraordinario día que nos ha regalado la naturaleza; sobre la riqueza del monte; sobre dónde es el mejor sitio del río para echar los troncos este año. En fin, de las cosas de los pueblos.
Esta primavera, el que escribe, ha tenido la suerte de participar como aprendiz en la corta y pela de los pinos. He disfrutado como nunca… incluso de las tajas.