El corzo, fuera de control
En el recorrido de 61 kilómetros que une Alcolea del Pinar con Molina de Aragón, de la carretera N-211, casi todos los días aparece una mancha en el asfalto como consecuencia de un atropello de un vehículo a un animal, generalmente un corzo.
Recomiendo a todas las personas que vayan a circular con cierta asiduidad por esta zona que contraten el seguro del automóvil para atropellos de fauna cinegética, en especial los que tienen su coche con el seguro a terceros.
Nada mejor viene a tiempo para este artículo que el comentario que hizo el paleontólogo Juan Luis Arsuaga en el programa “El placer de admirar”-sábados de 14,30 a 15 horas- de Radio Nacional de España en conversación con la bióloga Yolanda Cortés. Arsuaga, no sé por qué motivo- puesto que el corzo no era protagonista de ese programa- vino a decir que en sus viajes por la carretera de Burgos o cuando viaja en AVE a Barcelona ve muchísimos corzos, “muchos más que conejos”, afirmó. Y no le falta razón a este investigador que como a todos los que nos gusta la naturaleza prefiere mirar por la ventana en los viajes que hablar por el móvil, por ejemplo.
Leo recientemente en la revista Jara y Sedal que durante la pandemia en el año 2020 se cazaron muchas menos especies de caza mayor y menor, excepto de corzos, cuyo número aumentó y sigue en alza.
La caza de este precioso ungulado ya fue tratada en este periódico, advirtiendo de que la presión cinegética sobre el macho de este animal en busca del mejor trofeo se estaba convirtiendo en una obsesión.
En lo que quizás el cazador del citado animal no está reparando es que esa idea fija de colgar los más grandes y bonitos cuernos de los machos en la pared de casa, está acarreando graves consecuencias para el equilibrio de algunos ecosistemas al aumentar considerablemente el número de hembras a las que en general no se les dispara.
En un viaje desde Medinaceli a Soria el invierno pasado con unos amigos, había momentos que desde el coche vimos varios grupos de 20 ó 30 individuos pastando en los barbechos. Y en general eran hembras. Estas imágenes eran completamente inusuales hace solo cinco años.
Por cierto, no es verdad que al español siempre le molestó eso de tener y exhibir los cuernos en casa… y fuera de ella.
Además de los peligrosos accidentes en las carreteras, el cazador se está tirando piedras a su propio tejado dejando que aumente de forma considerable el número de hembras. Según los entendidos consultados por este periódico, para que el coto adquiera el equilibro ideal de esta especie deberían coexistir hembra y media por macho o a lo sumo dos.
De esta forma, los machos se crían más vigorosos al tener que pelear y conquistar su terreno en busca de las preciosas hembras.
En este sentido, los cazadores, que suelen tener la piel muy fina cuando se les critica, están obligados a gestionar mucho mejor sus cotos y por una vez a realizar autocrítica, pues no les vendría nada mal.
Agricultores, de uñas
Pero estos no son los únicos problemas que ocasiona el corzo. En algunas zonas, hay casi una plaga de hembras que termina con las cosechas. De manera que los agricultores llegan incluso a no abonar ni a tratar los sembrados como es debido y solo se limitan a cobrar la PAC sin recoger el grano o la pipas porque no les merece la pena. Y si a los corzos le sumamos los daños de ciervos, jabalíes y conejos, el sembrado se convierte en un solar.
Al respecto, supongo que no vendría nada mal una coordinación entre cazadores y agricultores, haciendo compatibles ambas actividades. El principal argumento de los cazadores es que se pidan daños reales del corzo o bien que los agricultores recurran al seguro, pero todos sabemos que nunca cubren lo suficiente, originando enormes pérdidas.
En varias comunidades autónomas se expiden permisos especiales en el mes de enero para que se cacen solo las hembras con el fin de equilibrar el ecosistema y la especie, pero me comentan que son muy pocos cotos los que realizan lo que se llama descaste en términos venatorios.
Guadalajara, Soria, Teruel, Cuenca y Segovia son a juzgar por los trofeos conseguidos las provincias más deseadas por los enloquecidos entusiastas de la persecución y muerte del pequeño ungulado. Y son muchos los pueblos que engordan sus penosas arcas gracias a la venta de los precintos corceros, a los que todo cazador está obligado a colocar cuando abate un animal. De lo contrario y si es cogido in fraganti puede ser castigado con importantes multas monetarias.
De hecho, son las administraciones autonómicas las que envían los precintos a los titulares de los cotos según los planes técnicos de caza y, a veces, también al arbitrio del funcionario de turno que valora el número adecuado de precintos desde su cómodo asiento. Y como suele ser a la baja casi siempre, provoca que proliferen los furtivos por el coto.
Lo cierto es que desde el día 1 de abril que se desveda su caza hasta el 31 de julio, las pistas forestales se llenas de potentes y lujosos todoterrenos de cazadores en su mayoría de posibles con el bolsillo bien apretado.
En el mes de agosto se hace un paréntesis y en septiembre se vuelve a cazar otra vez.
Control con determinación
Como creo que el hombre es el principal depredador terrestre y que gracias a las leyes y normas que se ha impuesto a lo largo de la historia existen en la actualidad numerosas especies, de él depende que se controle la población del corzo antes de que llegue a alterar de forma irreversible numerosos ecosistemas.
Sé que los animalistas se van a enfadar y lo más suave que van a llamar a los cazadores es “asesinos”, pero no hay otra solución que la de cazar muchas más hembras, pues en la actualidad en estas provincias y en otras apenas tienen enemigos naturales. Solo algunas crías, los corcinos, son devorados por las zorras cuando son pequeños, pues la madre los esconde a los dos retoños por separado en el monte y ya se preocupa de que no desprendan ningún olor que atraiga a los predadores.
¿Y qué hacer con la carne? Pues si los propios cazadores no la aprovechan, lo mejor es venderla o regalarla a ONGs que se dediquen a proporcionar alimento en comedores sociales. La carne de corzo, según los expertos, es muy sana y bastante nutritiva. Incluso muy rica si se sabe cocinar. Con ella se fabrican hamburguesas, embutidos y también se preparan guisos de excelente factura. En países como Alemania u otros países centroeuropeos es mucho más apreciada que en España.
Para tal iniciativa, el mundo de la caza debe reflexionar y ponerse el traje de faena. En la actualidad, las revistas del sector, ferias cinegéticas y exposiciones de trofeos por numerosos pueblos de España solo invitan a conseguir ese trofeo medalla de oro. Y despreciar a las hembras, pues nunca entran en el visor del rifle.
Entre los cazadores parece que no hay otra historia venatoria que no sea la relacionada con el corzo: que si el perlado de su cuerna es precioso, que si el volumen de los cuernos seguro que da para medalla de oro, que mira que animal con peluca, una rareza de esta especie, que si la cuerna es uniforme y muy larga. En fin, todo versa en torno al macho.
A la umbría: ¡Qué barbaridad!
Leo por encima un artículo en Jara y Sedal de alguien que no quiero acordarme de su nombre en el que critica a una representante del PACMA (Partido Animalista) porque está en contra de sacrificar animales y, en cambio, a favor del aborto. Y lo compara. Ante semejante aberración no se me ocurre ningún adjetivo, pero sí algo muy sustantivo en forma de pregunta: ¿Hasta dónde puede llegar el ser humano?
Foto destacada: Corzo. Por Ignacio Ferre Pérez (Creative Commons)