Cernícalo vulgar. Autor: Diego. Creative commons

La garduña okupa y el cernícalo desahucia

A pesar de la despoblación rural, en Aragoncillo (Guadalajara), donde en invierno no viven más de 9 habitantes, hay muy pocas casas en peligro de derrumbe y la que está en malas condiciones se llama a una excavadora, la hace añicos y deja un solar más o menos limpio.
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Hace dos años, demoliendo una vivienda que ya no tenía tejado, casi al terminar de sacar los escombros, saltó de las ruinas una enorme garduña lustrosa y “grande como una zorra”, dijo el constructor que acompañaba al conductor de la máquina.

La garduña, un mustélido prima hermana de la marta, pero más querenciosa a estar cercana de las personas, llevaba bastante tiempo instalada en aquella vieja casa. De tonta no tenía un pelo, porque había escogido un hogar cerca de donde dormitaban algunas palomas. De manera que la despensa estaba asegurada en los días de invierno más duros.

Garduña. Autor: Steinmarder. Creative commons
Garduña. Autor: Steinmarder. Creative commons

Raúl, un amigo del pueblo y el que escribe sabíamos que andaba una cerca de su casa, pero no teníamos localizado su aposento. Conocíamos algunas de sus andanzas por sus excrementos. En su ronda de noche hacía sus deposiciones en los sitios más limpios y si no dudábamos de que eran de una garduña es porque, a diferencia de las de los gatos, muchas veces contenían alguna baya de sabina o de enebro, que cuando están maduras son bastante parecidas. En este caso eran de sabina albar y el citado mustélido la debe de tener en su dieta para ayudar a la digestión o vaya usted a saber. Solo sé que cuando probé una por primera y única vez estaba amarga a rabiar.

Las de enebro también amargan y sirven para elaborar ginebra. Lo que también queda claro es que este mustélido en sus correrías nocturnas no se conformaba solo con las calles del pueblo, pues para comer bayas de sabina se tenía que desplazar al menos más de 800 metros de su casa.

En cambio, si caminan por algún sendero en el monte y ven excrementos con escaramujos tengan por seguro que por allí ha pasado una zorra. Les encanta este fruto silvestre rojo y relativamente abundante, utilizado también por los humanos para hacer licor casero.

El hecho de que nuestra amiga okupa escogiera esta casa tiene su explicación. Además de por lo fácil que tenía capturar palomas, su residencia y terreno de caza ha cambiado mucho en los últimos años. Antaño, me comentan algunos pastores, se las veía en el campo en especial por las chozas y parideras en busca de ratones que acudían a comerse el pienso que se le echaba al ganado. Por otra parte, otras presas como el conejo escasean por estas tierras, siendo su presencia casi testimonial. Así que la garduña se tiene que buscar la vida como puede.

Creo que fue el año 2009, el de la sequía, cuando a pleno sol de mediodía de agosto me sorprendió una hembra flaca y despeluchada bebiendo agua a escasos metros de mi presencia en una fuente en la casa rural. Estaba agotada y se notaba que tenía crías a las que alimentar.

Mal estaba el animal porque aunque he dicho que no esquiva la presencia humana, es muy arisca y escurridiza, y hay de aquel que sea capaz de capturar una, porque entre arañazos y mordiscos seguro que sale muy mal parado.

La garduña, de color marrón oscuro casi negro y con una corbata blanca es un cazador formidable para su tamaño, aproximadamente como un gato aunque más alargada. En plena naturaleza es capaz de cazar desde la ágil ardilla hasta aves de buen tamaño como cornejas, amén de ratas, ratones y cualquier bicho que se le cruce en su camino del tamaño hasta el de una liebre.

No obstante, por mucho que uno quiera saber de cualquier animal casi siempre guarda una sorpresa: dos meses o tres después de haber demolido su hogar, la okupa, no sé si por venganza, le mató a Dionisia las seis gallinas que tenía en su viejo pajar. No entiendo por qué no se limitó a cazar una solo, llevársela y devorarla luego. Esta faceta de su comportamiento no la conocía, pero lo cierto es que Dionisia dijo que ya no iba a comprar más gallinas y a mí me dejó sin comer huevos que sabían a huevo. Menuda gracia.

Desde entonces la garduña no ha dado señales de vida. Aunque se la espera o quizás ya esté “okupando” alguna otra casa del pueblo.

Mochuelo, a la calle sin contemplaciones

No solo existen personas sin escrúpulos. Entre animales rigen unas normas que en ocasiones son más crueles que entre las humanas. En especial si se trata de un enfrentamiento entre una rapaz nocturna y otra diurna.

Hace seis años, tenía su nido un precioso mochuelo en un hueco de la pared, en un respiradero de la cámara de la casa grande orientado al sur. Llegó a criar allí dos polladas que siendo casi volanderas asomaban su cabeza con curiosidad y con gestos asustadizos cuando pasabas por debajo. Si te alejabas un poco para verlas desde otro ángulo más abierto, el espectáculo era digno de ver: los cuatro pequeños te seguían con la mirada fija como si quisieran descubrir todo de ti. Y como estas aves tienen esa facultad de girar el cuello hacia donde quieren, la escena todavía era más bonita. Tenían pinta de bonachones y tontorrones. No nos olvidemos de que el mochuelo es la más diurna de las rapaces nocturnas.

Mochuelo. Autor: Diego. Creative commons
Mochuelo. Autor: Diego. Creative commons

La calle debajo del nido estaba llena de egagrópilas, ese palabro que utilizan los ornitólogos para esas pelotas no digeridas que regurgitan estas aves y que cuando están secas y las manipulas están llenas de pelos y huesecillos de pequeños animales como ratones, en el caso del mochuelo común.

Al año siguiente, los polluelos grisáceos del mochuelo habían cambiado por otros de color más rojizo y más vocingleros. Eran las crías de un cernícalo vulgar que había desahuciado al mochuelo de su excelente casa. Y por esta zona no cabe eso de que “cada mochuelo a su olivo”, porque no existe este árbol tan mediterráneo, tan nuestro, por los rigores del clima. Como el cernícalo es más casero que el mochuelo quizás se creía con el derecho de expulsarlo.

Cernícalo vulgar. Autor: Diego. Creative commons
Cernícalo vulgar. Autor: Diego. Creative commons

Lo curioso es que el mochuelo con mucha astucia y pleno conocimiento de terreno se buscó en el antiguo ayuntamiento otro hueco estupendo para anidar, también orientado al sur. Solo pudo criar un año, pues al siguiente ya se había encargado el cernícalo de echarlo. Y si me di cuenta de que la rapaz diurna había expulsado al mochuelo fue porque un día al meter el coche cerca del nido se cayó a la calle un polluelo de cernícalo que todavía no volaba. Le eché un saco encima, lo atrapé de tal forma que no me arañara con sus punzantes uñas y lo subí a un tejado enfrente del nido.

La joven rapaz cayó al suelo porque estos animales son muy limpios. Cuando ya tienen cierta edad, se ponen de culo a la calle para hacer sus deposiciones y no ensuciar el nido. Lo que sucede es que algunas veces como andan hacia atrás, calculan mal la distancia y caen al suelo. No es el primero que he cogido ni será el último.

Desde entonces ya no he visto por ningún sitio ningún nido de mochuelo en el casco urbano. Eso sí, lo oigo por la noche con su clásica llamada parecida al maullido de un gato. También lo he visto apostado en un cable esperando algún topillo o ratón cuando los empleados del ayuntamiento siegan la hierba del Parque de la Soledad una vez al año.

Foto destacada: Cernícalo vulgar. Autor: Diego. Creative commons

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