Reflexiones sobre la sequía

En los países de clima mediterráneo, como España, los ciclos de abundancia de agua y de escasez son uno de sus rasgos característicos (baste recordar el pasaje bíblico de las vacas gordas y las vacas flacas en los sueños del hebreo José).
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Ello debería incitar a los gobernantes a ser previsores y llevar a cabo una adecuada política de gestión de los recursos hídricos sin esperar a que se desencadenen situaciones graves de sequía. Si no se hace así, como es el caso de ahora (donde algunas regiones llevan varios meses sin llover y los pantanos están por debajo del 50% de su capacidad), sólo cabe poner en marcha planes de emergencia que aseguren el consumo doméstico, y compensar a los agricultores por las pérdidas que les ocasiona la escasez de agua.

¿Un problema de oferta o de demanda?

La utilización de los recursos hídricos suele dar lugar a fuertes debates, en los que se confrontan dos formas de abordar la “cuestión hídrica”.

  • Una es tratarla como un “problema de oferta”. Los que lo perciben de este modo, proponen que aumente la oferta de agua mediante la construcción de más embalses para acumular la mayor agua posible en tiempos de precipitaciones. También proponen una política de trasvases que permita trasladar agua de unas cuencas a otras. Para esta posición, el agua es riqueza económica, sobre todo en el regadío agrícola. Negar a los agricultores su “derecho al agua” es, desde su punto de vista, condenar a la pobreza a determinadas áreas rurales de nuestro país y renunciar al potencial de desarrollo que tiene la agricultura de regadío.
  • Otra forma de ver este asunto es tratarlo como un “problema de demanda”. Los que piensan así entienden que la oferta de agua es limitada (no puede llover más de lo que lo hace en países como el nuestro). Consideran que el problema no se resuelve construyendo más trasvases y pantanos, sino reduciendo la demanda de agua por parte de los distintos sectores de usuarios. Esa es la posición de la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA), para la que el agua es un patrimonio humano, ambiental, cultural, paisajístico… que, en sintonía con la Directiva europea sobre Agua, debe ser usado para el beneficio de toda la comunidad de modo sostenible.

Algunas reflexiones sobre la gestión de los recursos hídricos

Sea como fuere, es un hecho que España, por sus características geográficas, tiene un problema cíclico de gestión de sus recursos hídricos. Es un asunto que debería ser tratado como tema de Estado, dadas las múltiples dimensiones del agua como recurso fundamental para la vida, el desarrollo económico y la sostenibilidad medioambiental. Vayan algunas reflexiones.

  • Es un hecho que ha aumentado de modo exponencial el consumo de agua. A ello ha contribuido, sin duda, nuestro modelo de desarrollo y nuestro estilo de vida, basados en un consumo sin límite de los recursos hídricos y energéticos.
  • También es una realidad que nuestra capacidad de regulación y almacenamiento de agua en embalses ha aumentado de manera extraordinaria en los últimos sesenta años. Los expertos dicen que, con la actual capacidad de acumulación, España tiene condiciones para soportar cuatro años seguidos de sequía. No obstante, también señalan que extraemos de los embalses un 2% más de agua al año de la que reciben. Ello exigiría que, sin esperar a los momentos más graves de sequía, los organismos de cuenca fueran más previsores y reduzcan gradualmente las dotaciones de riego cuando se inicien los periodos de escasez de precipitaciones.
  • El consumo de agua ha alcanzado unas proporciones tales, que exige poner orden en ese aumento exponencial. Se sabe que más del 80% del agua disponible, se consume en el sector agrario, y el resto en otros sectores de actividad (industria, turismo…), además de en los hogares.
  • Sería, por tanto, necesario reducir el consumo en todos los sectores, pero especialmente en el sector agrario. Es necesario continuar modernizando los regadíos, pero también evitar que aumente de forma ilimitada la superficie de riego. No obstante, el efecto de la modernización de regadíos está llegando ya al límite en algunas regiones (en Andalucía, ya se han modernizado 350.000 has de riego, con un ahorro bruto del 25% del uso de agua) y poco se puede hacer más. Además, debido al conocido “efecto rebote”, modernizar los regadíos no siempre produce un ahorro neto de agua, ya que, paradójicamente, se provoca tanto un aumento de la superficie regable, como una intensificación de cultivos, con el consiguiente incremento global del consumo.
  • Salvo la finalización de algunas obras hidráulicas ya iniciadas en algunas cuencas, no estamos en un contexto ni socioeconómico, ni político favorable para la construcción de nuevos embalses. Ni la UE va a autorizar invertir recursos de los fondos estructurales en la ampliación de nuestra capacidad de regulación, ni la sociedad en su conjunto tiene entre sus prioridades la construcción de nuevos pantanos.
  • Por el lado de la oferta sólo cabe abordar una mejora de las actuales infraestructuras hidráulicas, reduciendo las pérdidas en las conducciones y aplicando las nuevas tecnologías para hacer más eficiente la gestión del recurso hídrico. Temas como la construcción de desaladoras no debieran descartarse por principio; pero hemos de ser lo bastante cautos a la hora de proponerla, evitando que se reciba como una panacea cuando sólo es una solución muy concreta a casos puntuales, dado su elevado coste y sus efectos negativos en el medio ambiente.
  • La política de trasvases debe centrarse en hacer más eficiente el funcionamiento de los que ya existen, evitando pérdidas y programando adecuadamente la transferencia de agua de unas cuencas a otras. No es viable la construcción de nuevos trasvases, ya que su alto coste económico no lo justifica, ni tampoco su elevado coste político en un país tan poco vertebrado como el nuestro (con 17 centros políticos de decisión).
  • Sería pertinente regular mejor de lo que está ahora, el uso y aprovechamiento de las aguas subterráneas evitando los pozos ilegales y la extracción ilimitada del recurso hídrico en esos acuíferos. Asimismo, los poderes públicos deberían ser más eficaces a la hora de perseguir la contaminación de las aguas subterráneas por nitratos u otros insumos usados en la actividad agrícola y ganadera.
  • Sería interesante explorar el tema de los “bancos de agua”. De este modo, el agua de determinados usuarios podría ser utilizada por otros de la misma cuenca, pero con mayores productividades económicas, previa compensación a los donantes del recurso hídrico.
  • Se debe seguir avanzando en el proceso de instalación de depuradoras en los municipios para hacer posible que el agua que se vierte a los ríos tras su uso doméstico o industrial, esté en condiciones de buena calidad para evitar efectos perniciosos sobre los ecosistemas fluviales y pensando siempre en su utilización por otras comunidades de usuarios aguas abajo.

En definitiva, el problema de la sequía es en España un tema recurrente, complejo y con muchas dimensiones. En este debate se reflejan aspectos no sólo relacionados con la escasez de las precipitaciones, sino también con sus efectos en la producción agrícola, la generación de energía hidroeléctrica y el desarrollo económico general.

Es por ello que, como he señalado, debería ser tratado como un asunto de Estado, cosa que lamentablemente no está siendo así al imponerse los intereses territoriales sobre los generales.

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