Literatura rural

Literatos, campesinos y rurales

¿A qué se debe el reciente resurgir de la literatura rural? ¿Qué hay detrás de la joven narrativa que enfoca su mirada al campo?
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Hoy se nace con el sino
de actuar por actuar,
la gente anda arrebatada
y no se para a pensar
que hay veces que levantarse
se lo puede uno saltar
y aunque a nadie le hagas falta,
allí te vienen a hurgar,
pues por mí que canten misa,
no me pienso levantar!!!

Hoy no me levanto yo. Chicho Sánchez Ferlosio

“Antes era periodista y ahora soy predicador” me cuenta mi amigo Bibiano que dijo en Logroño Sergio del Molino a mediados de junio. Efecto secundario del éxito editorial de “La España vacía”, pensé.

Sigo con interés todo aquello que me llega escrito o dicho por Sergio y otros escritores sobre la cultura campesina y lo rural. A veces me sorprende que algunos de ellos se presten a todo. Por ejemplo, a participar en eventos (entrevistas, mesas redondas, charlas, cursos de verano y de los otros…) muy específicos sobre agricultura y desarrollo rural donde el objetivo no es tanto perorar como aportar soluciones.

Pero me sorprende más que quienes les invitan (organizaciones agrarias, universidades, asociaciones de todo tipo, colectivos diversos, administraciones…) parecen confiar en que la solución que esperan vendrá más desde las propuestas de los literatos que desde otros ámbitos, incluido aquel en el que ellos trabajan. Efecto secundario de esta corriente editorial que ha puesto en los escaparates de las librerías lo campesino y lo rural como si novedad fuera, supongo.

Que el abanico de personas que han narrado maravillosamente bien la vida de los campesinos y en los pueblos desde hace más de dos siglos, en este país, es muy amplio, es bien sabido por quienes gestionan las editoriales, aunque algunos literatos parecen ignorarlo (no es el caso de Sergio del Molino al que agradezco que me descubrió al leerle autores que no conocía).

Por ello pienso que lo que pasa ahora no es algo nuevo, ni nos cuentan nada nuevo, simplemente lo hacen en otro contexto y de manera diferente. En los versos de Rosalía de Castro en Follas novas, se encuentra la preocupación por la emigración, además de otras muchas cosas, como lo está la preocupación por la naturaleza y el feminismo en Emilia Pardo Bazán o el saber campesino en los pageses que pueblan la literatura de Josep Pla y de los huertanos de Blasco Ibáñez y de los aldeanos en Baroja y de Don Benito Pérez Galdós, ¡qué les voy a decir!

Ninguna moda puede ignorar esto que no es otra cosa que el reflejo en la literatura de lo que acontecía en este país entre la segunda mitad del siglo XIX y la segunda mitad del XX: las dos primeras revoluciones industriales que aquí llegaron con retraso.

De la misma manera que años más tarde grandes escritores como Delibes, Carmen Martín Gaite, Ana Mª Matute, Juan Goytisolo, Félix Grande, Julio Llamazares, José Antonio Muñoz Rojas, Avelino Hernández… nos contarán maravillosamente bien el impacto sobre el territorio, la sociedad y las personas, de aquellas dos primeras revoluciones industriales cuando se estaba cociendo ya la tercera, la de la telemática en un mundo mundial (globalizado que se dice ahora).

Xuan Bello desde Asturias, Suso de Toro y Manuel Rivas desde Galicia, Abel Hernández y Fermín Herrero desde Castilla, entre otros, me ayudaron a entender mejor los daños directos y colaterales del modelo industrial de modernización de los últimos dos siglos sobre eso que ahora se debate (estérilmente en mi opinión) si es una España vacía o una España vaciada (si quiere puede mirar el mapa en el que he puesto algunas de estas personas con cuyos textos disfruté y aprendí y he subrayado aquellas que ahora se incluyen en el grupo denominado “joven narrativa rural”).

Autores de la narrativa rural

Y con ese conocimiento estaba cuando llegan a las librerías todas esas novedades que vuelven a lo rural en un momento en el que parece que ya estamos dejando atrás la tercera revolución industrial para empezar con la cuarta. Si en la primera revolución industrial el símbolo identificador fue la máquina, en la segunda el transporte y la comunicación (tren, coche, telégrafo…) y en la tercera el ordenador e internet, ahora son “las redes”.

En este contexto trato de entender esto que vengo considerando como una moda en la narrativa. ¿Por qué quiero entenderlo? Para comprender si detrás hay algo más que un negocio de marketing editorial amplificado hoy por la sociedad en red de la cuarta revolución industrial.

Quiero comprender si hay algo en esta narrativa que contribuye a lo que antes se llamaba desarrollo local y luego desarrollo rural (me gusta mucho el texto de Artemio Baigorri ¿Ruralia de nuevo?, escrito hace ya una docena de años, del que he sacado algunas ideas para escribir esto).

Dice Artemio que hay que recuperar la capacidad de pueblos y ciudades para determinar “su política económica” como siempre fue hasta la llegada de la civilización industrial que impuso la uniformización, especialización, sincronización, concentración, maximización y centralización (el código oculto de Toffler (página 207).

Con un ejemplo se entenderá mejor esto del código: el ayuntamiento de mi pueblo (643 habitantes) tiene, en bancos, depósitos por valor de 965.365 euros y al mismo tiempo algunos proyectos sin ejecutar en el cajón (alguno tan atractivo como dar nuevos usos culturales y recreativos a las viejas escuelas), porque según dice la señora secretaria lo impide “la regla de gasto” de la ley de estabilidad presupuestaria aprobada tras modificar corriendo el artículo 135 de la Constitución para que no “se enfadaran” los que cortan el bacalao en la Unión Europea.

La misma Unión Europa que se gasta 45.186,01 millones de euros al año, de los cuales 5.705,97 en España, en Política Agraria Común (PAC) de los que las tres cuartas partes son “ayudas directas”, aquí 4.260 millones de euros, el año 2019, esto es, son ayudas no finalistas es decir no están vinculadas a un fin concreto, sino que proceden de los viejos derechos de pago único.

A estas cantidades hay que sumar las ayudas al desarrollo rural, unos 700 millones más al año en España. De esto se lee muy poco entre las páginas de “la joven narrativa rural” (si quiere puede leer “Dame PAC y llámame tonto” y “La España vacía y la PAC” en el libro “Donde viven los caracoles”).

A la vista de las cifras me parece que el problema no es tanto de falta de recursos como de su asignación y toma de decisiones. Digo yo, si esta forma “industrial” de tomar las decisiones nos ha conducido al despoblamiento, al abandono rural y agrario y a un modelo de alimentación en las ciudades absolutamente dependiente de un mercado mundial “aparentemente regulado” tan solo en mínimos aspectos de higiene y de salubridad en el mejor de los casos, y gastando importantes recursos ¿Por qué se sigue utilizando?

Esta forma de decidir, propia de las primeras revoluciones industriales, empezó a hacer aguas en la tercera (telemática en tecnología, globalización y virtualización de los procesos sociales, seguro que alguien ya está tuiteando esto que lee ahora, por ejemplo) y no servirá para nada en la cuarta revolución industrial que se está configurando ahora.

Pienso que es así porque ya la tercera revolución industrial superó las barreras espaciotemporales que ninguna de las anteriores pudo superar y la cuarta está alterando los conceptos clásicos de trabajo y capital en una urbe global en la que unos y otros, vivamos donde vivamos, comemos la misma comida, nos vestimos en las mismas cadenas de ropa, leemos las mismas noticias… aunque juguemos al inocuo juego para el modelo de crecimiento, de pensar que porque vivimos en un pequeño pueblo de la serranía correspondiente somos diferentes.

A pesar de ello algunos siguen buscando todavía “el manual del perfecto gestor del desarrollo local” al estilo de los viejos catecismos agrarios del siglo XIX o del Catón, como cuando pasó la primera revolución industrial.

Quienes toman las decisiones y diseñan las estrategias de política económica y desarrollo, en este caso rural, acaso no se dan cuenta de que en la cuarta revolución industrial ya no sirve el viejo código ni la repetición mimética aquí de lo que allí funciona, y que ahora la clave quizás se encuentra en esto que escribe Artemio Baigorri:

“Pero justamente la esencia de lo local es la diferencia, la individuación. Un espacio local se diferencia de otros por su paisaje, la naturaleza de sus recursos naturales, el nivel de sus infraestructuras y equipamientos, la calidad de sus comunicaciones, el nivel de instrucción de sus habitantes, las expectativas de renta y bienestar (que no tienen por qué ser igual de ambiciosos en todos los casos) que éstos tienen, el grado de su organización política (entendida como niveles de participación), y por supuesto también por sus sistema de creencias y actitudes, y su historia.”

Ruralia, página 209

Mi adaptación a la cuarta revolución industrial en estas cosas de lo agrario y del desarrollo rural empezó el día que decidí bajar la mirada desde los grandes horizontes del mundo al surco en la huerta y al ver las diferencias entre este y aquel renque entendí que es mentira aquello de la necesidad de uniformización, especialización, sincronización, concentración, maximización y centralización, pero una mentira que a algunos les ha venido muy bien, y desde entonces cada vez que me dan la oportunidad repito aquellas palabras que una tarde en las Hoces del Duratón, me decía Mariano, mientras miraba a sus ovejas “¿Es que no hay forma de convencer al Gobierno de que esta política nos lleva al hambre?” (ver el libro “Donde viven los caracoles”, página 105 final).

Desde que la economía global resolvió el problema de la alimentación de las ciudades a través de los lineales de los supermercados, los espacios rurales del entorno de las ciudades ya no cumplen ese papel que venían desempeñando a lo largo de la historia, aun cuando queden pequeños núcleos de resistencia basados en lo ecológico, la proximidad… y es entonces cuando se le pide a los rurales que satisfagan otras necesidades, esto es, ahora no es prioritario alimentar la materia de quienes viven en las ciudades (de esto ya se encargan las cadenas de distribución) sino su espíritu, con lo que cobra interés la naturaleza, el paisaje y el patrimonio material e inmaterial.

En este contexto voy encajando lo que leo de los jóvenes que escriben sobre la vida rural desde perspectivas bien diferentes y entiendo que vienen a alimentar “el espíritu” de los habitantes de este mundo mundial en el que ya se diluyeron hace tiempo las fronteras, si alguna vez las hubo, entro lo rural y lo urbano (esto lo cuenta muy bien Marc Badal en “Vidas a la intemperie” de la editorial Pepitas de calabaza) e incluso como escribe Sergio del Molino, porque ellos tienen “la necesidad volver a las raíces míticas, a los orígenes familiares. No tanto para narrar el campo como para narrarse a sí mismos” (Wikipedia, narrativa neorural).

Mi amigo Julián (Pepitas) me ayudó a entender que los jóvenes literatos ven ahora descomponerse el mundo de sus abuelos y de sus padres, el mundo de su infancia en algunos casos, su patria (que diría Rilke) y lo narran cada uno a su manera.

Esto lo entiendo. Lo que no comprendo es el empeño de algunas personas, colectivos e instituciones en pedirles que “les muestren el camino de la salvación del mundo rural y de la cultura campesina” al mismo tiempo que ellos siguen aplicando o reivindicando los recetarios del viejo código. ¿Por qué será?

No lo sé, pero a mí que no me hurguen, que como Chicho Sánchez Ferlosio, para actuar por actuar no me pienso levantar. Para hacer otras cosas, que ya estamos haciendo en Alcanadre, en Sajazarra, en Sandurde… sí. Y lo estamos haciendo trabajando en red, cuarta revolución industrial, pero en red de personas, no de plataformas. Por supuesto.

Salud

Emilio Barco

Esperando a los duendes de la noche de San Juan

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