Residuos en La Rinconada, El Barraco (Ávila): Foto: Isma Garo. Facebook 'Yo también conozco La Rinconada'

La odisea de reciclar en el pueblo

En los pueblos pequeños no existen contenedores de papel, plástico e incluso vidrio. Reciclar otros productos es una aventura que se paga.
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Uno decide llevar un día a un punto limpio varios botes de pinturas, tintes y aguarrás, ya pasados de fecha e inservibles, porque la mayoría se han secado o bien se han solidificado. La pintura es uno de esos productos que cuando no los utilizas los vas guardando, pensando que te van a servir para toda la vida. Y como siempre hay un hueco en el pajar pues allí que se van almacenando.

Pero reciclar en el pueblo no es cualquier cosa. Cargo la “bañera” del pick up con cuatro o cinco pequeñas banastas fruteras de plástico llenas de botes y me desplazo 18 kilómetros hasta Molina de Aragón, donde se ubica el único punto limpio por la zona. Además de la pintura, llevo ropa usada, plástico y papel.

El contenedor de la ropa, enano para encontrarse en un punto limpio, está lleno y tengo que dejar los suéter y el chaquetón fuera del recipiente. Y aquí comienza la odisea. Me dirijo a la garita donde se encuentra una mujer joven que es la que controla la entrada y salida del recinto y la que orienta dónde tienes que depositar los productos, según del material de que estén compuestos. Antes, he movido el automóvil cerca de un contenedor enorme lleno de palabras, símbolos y de dibujitos, donde, entre otros, se lee: pintura.

Cuando le pregunto a la joven dónde puedo dejar la pintura, me responde que “aquí no se puede porque ese contenedor no se usa. Y me insta a que me desplace a Castellar de la Muela, un pueblo dirección Teruel, a unos 12 kms de Molina, donde según ella reciclan de todo.

Llegando a Castellar, veo en la N-211 un control de la Guardia Civil de Tráfico y me doy cuenta de que me he dejado la cartera en casa con toda la documentación. Menos mal que mi mujer la lleva; nos escondemos en una callejuela del pueblo, cambiamos de sitio, y de ir de copiloto pasa a ser la conductora. Pasamos cerca de los de Tráfico, entramos al pueblo por la calle principal, nos paramos en la plaza, bajamos del coche para preguntar dónde está el lugar del reciclaje y no se ve ni un alma. A los cinco minutos, salen unos paisanos en un 4×4, los paramos, nos indican dónde está el punto limpio, porque por allí no hay ninguna indicación, pasamos otra vez cerca de los guardias y tras recorrer unos 4 ó 5 kms por una carretera plagada de baches llegamos a un cerro polvoriento. Más que un punto de reciclaje parece la típica gasolinera norteamericana abandonada en pleno desierto y llena de cacharros de todo tipo.

Al llegar, nos recibe un operario marroquí y nos comenta que tenemos que pesar el contenido. Al minuto aparece al lado de nosotros un tipo fornido, amable, pero algo rudo. Y nos comenta que esta empresa de reciclaje es privada y que tenemos que pagar por dejar la pintura. Se nota que no está acostumbrado a recibir este tipo de desecho. Nos comenta el precio de lo que habría que pagar si lleváramos una tonelada, calculamos a ojo y me pide dos euros, descargo las cajas, le doy el dinero y cuando quiero dejar también un paraguas estropeado me dice que eso no se recicla allí. Así que hasta la vista.

Cuando llegamos al pueblo. Nos damos cuenta que hemos recorrido más de 70 kms ida y vuelta y hemos perdido media mañana.

¿Y qué pasa con el plástico y el papel?

En el pueblo solo tenemos un contenedor de vidrio y varios de orgánico y si queremos reciclar el plástico y el papel hay que bajar a Molina. Nosotros lo bajamos todas las semanas aprovechando que vamos a la compra. Lo dejamos en unos contenedores a la entrada del pueblo -la mayoría de las veces llenos a reventar- y nos hemos dado cuenta de que los vecinos de Molina no nos miran con buenos ojos. Así que muchos días los llevamos al punto limpio.

Pero lo que me resulta penoso es que cuando vamos a echar la bolsa de orgánico en el pueblo, el contenedor está lleno de botellas de plástico, cartones enormes de electrodomésticos nuevos, latas y otros objetos que nada tienen que ver con lo orgánico. Y cuando le pregunto a algún vecino qué es lo que hacen con la basura en Barcelona, Zaragoza, Madrid… me contestan que allí sí la echan a los contenedores correspondientes. Y que si en el pueblo hubiera sí reciclarían. Bueno, me lo creo, aunque con dudas. Pero no estaría mal que, al menos, los tres meses de verano que el pueblo se llena de gente colocaran contenedores para el cartón y el plástico. Algunos vecinos son mayores y no bajan a Molina ni a comprar.

A estas alturas y aunque hemos mejorado bastante en materia de reciclaje en los últimos años, según Ecoembes, creo que necesitamos todavía mentalizarnos y concienciarnos de lo que tarda en borrarse el rastro de una botella de plástico y lo que contamina. De manera que si ahora el Gobierno está por mejorar el medio ambiente no estaría mal que recordara la situación del mundo rural en este sentido.

Hace tiempo se “cerraron” los vertederos municipales, situados en pleno campo, pero en absoluto se han arreglado ni limpiado. Todavía se ven frigoríficos, televisores y productos muy contaminantes que se utilizan en la construcción moderna.

¿Y los animales muertos?

Los que se dedican a arreglar las carreteras de ámbito estatal, como la N-211, han encontrado en Aragoncillo el sitio ideal para tirar a un barranco todo tipo de animales atropellados en la carretera. Desde corzos, ciervos, jabalíes, pasando por perros, etcétera. El caso es que cuando uno pasa cerca del cementerio de animales el olor es vomitivo. Y lo peor es que los arrojan a un barranco que cuando llueve bastante, lleva caudal suficiente para arrastrar todo tipo de residuos, que luego se filtran.

Creo que los únicos que han dado las gracias a estos señores de Fomento son los buitres, pero no siempre acaban con todos los animales. Y uno se pregunta si han pedido permiso al municipio o a Medio Ambiente de Castilla-La Mancha para sembrar el barranco de cadáveres. Seguro que no lo han hecho y si por un casual tuvieran licencia para tirar los animales no dejaría de ser una temeridad y una indecencia.

Y no pueden negar que son ellos, porque cuando se produce un atropello llegan con un vehículo preparado para tal función; cargan el “bicho, y derechos a contaminar al pequeño barranco.

Foto destacada: Residuos desperdigados por el suelo en La Rinconada, El Barraco (Ávila): Foto: Isma Garo. Facebook ‘Yo también conozco La Rinconada’

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