Nieve en Orea

La nieve ha llegado a Orea

Parece que nunca llegará y cuando lo hace no avisa. Bueno, en el pueblo siempre hay quien entiende los vientos y el cielo, y avisa: Va a nevar.
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La primera nieve siempre te sorprende.

En esta ocasión lo ha hecho con autoridad. Cayendo en forma de menchajos, que sólo se dejan ver a quienes vivimos aquí y que una cámara no es capaz de capturar. Son copos de nieve tan grandes que parecen retales de una sábana blanca.

Se para el tiempo viéndolos caer. Todos a la vez y cada uno diferente. Pausados, sin prisa por llegar.

“Año de nieves, año de bienes”. Repetimos con la esperanza de que sea cierto.

Pero estas nieves tempranas, a nuestros ganados, algunos de los cuales no tardarán en bajar a Andalucía, no les vienen tan bien.

La quietud que invade las calles y los campos cuando nieva; ese silencio del bosque, cuando cae esta nieve calmada; ese manto blanco que te obliga a mirar tus pasos, porque parece que corrompes un espacio; ese crujir inconfundible y familiar… forma parte de nosotros, es algo que forma parte de la vida de quienes habitamos las montañas.

Hace años, yo lo viví, nos abrían caminos entre la nieve para ir al cole. Y también se sabía que cuando nevaba mucho, había que abrir las puertas orientadas al Este, sobre todo las de la calle ancha, donde el viento sumaba más fuerza, creando montañas de nieve que preñaban las fachadas y prolongaban los tejados.

Ahora la nieve nos asusta.

El turismo mira hacia otro lado y los alojamientos que están deseosos de mostrar un espectáculo único, se vacían a más velocidad que la de los copos cayendo, mientras, paradójicamente, a la vez, los pocos pueblos que cuentan con pistas de esquí se frotan las manos. Pero lo dicho. Los menos.

En las ciudades, aún, no se entiende la nieve libre; esta que se disfruta con un trineo, con un paseo, con tranquilidad, con paz, con conversaciones, con castañas… ésta que sólo contemplarla te colma. Sin largas colas, sin forfaits

La realidad es que la nieve que era preludio de un gran año, ahora, nos hace ir de cabeza. Muy poca agricultura nos queda y en invierno lo único que es capaz de dar ambiente al pueblo es la caza. Esa que no se para por un poco de nieve, que llena el pueblo de gente dispuesta a vaciar su bolsillo y dar un poquito de alivio a estos pueblos de montaña, en la época más dura; esa que se critica desde las ciudades y que molesta a quienes vienen a pasar un domingo con el bocadillo de casa y les resulta un fastidio no poder contar por la noche, cuando lleguen de vuelta, el bucólico paseo que han dado por un espacio, del que no saben nada, pero creen conocerlo todo.

Y el día después de la nieve, cuando se abra un cielo azul celeste, intenso como no se ve otro, desde el pueblo lo viviremos con normalidad, respirando este aire puro, mirando sin, a veces, ver los bosques que nos rodean, sabiendo que el sol no derrite nada, sino que lo congela todo y adaptando nuestro ritmo de vida a los ciclos del tiempo y de la montaña.

Mientras, puede que ese caminante despistado sabelotodo, aún siga cabreado en la ciudad, respirando ese aire gris y contándole a sus compas lo mala que es la caza, lo ignorantes que somos y lo que nos queda por aprender.

No nos faltan consejos, buenas intenciones y necesarios vínculos. Todo ello lo agradecemos, aunque en ocasiones nos frustre no poder trasladar nuestra realidad “real” y nos abrume tanta conmiseración innecesaria.

La nieve ha llegado y lo hace para quedarse hasta mayo. De forma permanente o intermitente, ha llegado.

En Orea, como pueblo de montaña que es, siempre lo hace. Y cuando en el tiempo avisan de que nevará, siempre me pregunto: ¿Por qué en un país tan montañoso, no se obliga a llevar cadenas a todos los coches, en lugar de aconsejar que no salgan de casa, sin pensar en quienes ya estamos aquí, esperando a que el fin de semana sea una nueva oportunidad para pasar un invierno digno?

Aunque no deja de sorprendernos y maravillarnos la estampa de nuestros bosques nevados, que son postales perfectas de navidad, la nieve viene a recordarnos que los inviernos son sólo de unos pocos.

Que las ventanas se cierran y las puertas se tapan. Y que sólo las chimeneas son chivatas de la vida que hay dentro.

Que habrá días en los que no se podrá trabajar, porque tocará ayudar y porque también habrá que intentar la proeza de llegar a San Cristóbal a ver cuánto cubre la nieve en lo alto del cerro, sin que se nos pase por la cabeza llamar al 112 si atascamos, sabiendo que nos tocará tirar de pala y manos tiesas de frío para salir y en última instancia, llamar a quien sabemos puede venir a tirar de nuestro 4×4.

Y es que, en Orea, vivimos gente resiliente, que no triste ni apática. Que luchamos por mantener las chimeneas vivas y que somos conscientes de que tenemos unos veranos tan cortos, como largos son los inviernos… y por eso  resulta chocante y difícil de entender, para quien no vive aquí,  que en ocasiones y de forma furtiva, en pleno mes de agosto, se escuche en las casas cuyas chimeneas no pierden el humo en invierno: bendito enero…

Marta Corella es alcaldesa de su pueblo, Orea (Guadalajara), situado a 1.502 metros sobre el nivel del mar. También es mujer rural, emprendedora, ingeniera técnica forestal y, como ella misma se define, aldeana indígena de montaña.

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