Perdiz roja. Oscar Valencoso - Salomé Planas. Creative commons.

La extraordinaria perdiz roja (y III)

En este último capítulo de la patirroja vamos a tratar de las que habitan en la montaña, en altitudes que van desde los 1.300 a los 1.500 metros, aguantando temperaturas de hasta -20º C.
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El paraje donde campea la perdiz roja se identifica en general con las llanuras manchegas, extremeñas, andaluzas y de Castilla y León. Unas altiplanicies jalonadas de vez en cuando por lomas suaves de monte bajo. En la montaña solemos pensar en sus primas, la perdiz pardilla y en mayor altitud la perdiz nival.

Sin embargo, nuestra protagonista es capaz de conquistar también sierras y altas parameras con unas temperaturas invernales casi insoportables para el ser humano. Eso sí la puesta de huevos y cría de sus polluelos se retrasa casi dos meses más que la de las llanuras.

Sin ir más lejos, hace dos años subí desde el pueblo con mis sobrinos a saludar a una joven que trabajaba en la torreta del cerro más alto del pueblo, controlando los incendios. Además de sacarla un rato del tedio de la vigilancia, también quería enseñar a los niños todos los pueblos que se ven desde el picacho situado a 1.518 metros exactamente. Pues bien, al bajar y a unos 30 metros de nosotros y del cerro cruzaba por la pista una perdiz con su pollada. Por la dirección, seguro que la familia venía de beber agua de una fuente que mana en la umbría y se dirigía a la solana donde las crías estarían más refugiadas y calentitas. Además, el monte es algo menos cerrado y los pollos pueden moverse con algo más de soltura.

Los sobrinos no la vieron y tampoco les dije nada hasta que llegamos al pueblo, pues seguro que hubieran alborotado y no hay cosa que más me moleste en el campo e imagino que a la perdiz todavía más. De hecho, ralentice la marcha para dar tiempo a los pequeños a alejarse del camino.

Los polluelos todavía no eran volanderos, pero al vernos desde la pista ya estiraron el cuello como para asegurarse de que éramos unos vecinos que quizás no habían visto nunca, unos intrusos. Este gesto de estirar el cuello es muy típico de sus padres antes de agacharse y correr por el campo a toda velocidad o salir volando.

¿De qué se alimentan?

Les aseguro que en esta altitud en la montaña domina una enorme espesura plagada de gayubas, marojos, estepas, alguna sabina, enebro, cantueso, tomillo, aliaga y poco más en abundancia. Y ninguno de estos arbustos y árboles proporciona comida a los pequeños y no sé siquiera si en invierno la perdiz adulta se comerá los frutos rojos de las gayubas.

De manera que no entiendo qué pueden comer los polluelos, puesto que cazar saltamontes en ese bosque tan cerrado debe de ser una odisea. Quizás se alimenten de gusanos, orugas y algo de verde en las zonas más húmedas hasta que sean un poco más grandotes y bajen a los 1.300 metros, donde hay muchos más pastizales y monte más abierto, además de siembras de trigo y pipas de girasol.

Lo cierto es que por esta zona de Guadalajara, la perdiz mantiene una población estable los últimos años. Y si la primavera viene lluviosa los bandos de otoño e invierno los componen más ejemplares. Y esto a pesar de la enorme presión de los predadores terrestres y alados.

Estable no quiere decir que nade en la abundancia, pero al menos se ven suficientes ejemplares sanos y con un vigor excepcional. Frente a la perdiz manchega, la de sierra tiene un color rojizo más vivo en patas y pico. Su cola es algo más alargada que le sirve de timón para ayudarla a esquivar y escabullirse mejor entre las sabinas y melojos de la zona y supongo que como sucede con las personas que se crían en la montaña al haber menos oxígeno en el aire su sangre es más rica en glóbulos rojos y el corazón más fuerte al tener que volar de cerro a cerro en apariencia casi sin esfuerzo. Tranquilamente se podría considerar una subespecie.

La caza de la perdiz de montaña es para expertos

Algunos cazadores de jabalíes me han comentado cómo las perdices les salen a toda velocidad de la sierra o cómo les pasan por los puestos espantadas por los ladridos de las rehalas tras los jabalíes. Lo que quiere decir que se ha adaptado perfectamente en invierno a estas altitudes. Quizás se sienta más segura entre el espesor, habitado sobre todo por jabalíes, corzos y algún ciervo.

Al menos en este término municipal, la presión de los cazadores es casi simbólica. Creo que se puede cazar solo 10 días al año y por lo que sé en las últimas 20 temporadas no se han abatido más de 15 ejemplares, la que mejor se ha dado. Y es que no hay más que ver la sabiduría que han adquirido para “chulear” al cazador.

Si se encuentran en un cerro de monte bajo y ante la presencia humana salen volando como demonios hacía el sabinar donde solo se oye el poderoso batir de sus alas, pero verlas, ni una. Y así vuelo tras vuelo hasta que aburren al cazador más pintado. Al atardecer se escucha el canto de reclamo del macho dominante reuniendo a la familia por si acaso alguna se ha despistado entre las sabinas, porque eso de dormir hechas un ovillo los días más fríos de otoño e invierno lo lleva muy en serio esta especie tan viva.

Creo que era Miguel Delibes el que decía que la caza de la codorniz era para aprendices y para jubilados. Pues bien, la perdiz y más la de sierra es para auténticos expertos que deben gozar de una forma física excepcional, pues pasan de cerro a cerro en línea recta o bien bajando o subiendo en un instante, mientras que su perseguidor tiene que sortear maleza por todas partes y los desniveles de los barrancos. En la montaña la perdiz vuela dos kilómetros y se queda tan tranquila.

No me dirán, entonces, que no somos unos afortunados el tener una especie tan formidable, sana, fuerte, astuta y bella que nos obliga a conservarla como sea… La de llanura y la de montaña.

Lee aquí los anteriores capítulos de esta serie:

Foto destacada: Perdiz roja. Oscar Valencoso - Salomé Planas. Creative commons.

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