Felicidad. Por Emilio Barco - Donde viven los caracoles

Felicidad

Nueve de septiembre. Ya llevaron a la Virgen a la ermita el sábado y ayer marcharon la mayor parte de los veraneantes. Se cortan ya las primeras uvas blancas, viura, (la vendimia viene temprana) y para mañana Brasero ha predicado temporal en las noticias de las tres. Antes de que llueva aprovecho para dar un paseo por el regadío.
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En Alcanadre llamamos «el regadío» a las tierras que se riegan con el agua del Ebro que entra por la presa del molino. Es uno de los pocos paisajes de huerta tradicional que quedan por estos lares. Aunque algo deteriorado por plantaciones de viñas con alambres, tendidos eléctricos, invernaderos y casillas de recreo, todavía conserva buena parte de sus rasgos fundamentales: acequias de riego encementadas y bien integradas en el paisaje, caminos que permiten acceder cómodamente a pequeñas parcelas, unas llecas y otras con cultivos hortícolas diversos, árboles frutales variopintos en producción y abandonados, huertas tapiadas con adobe y piedra, cabañas y árboles centenarios…

Unas ciento treinta hectáreas, incluidos los sotos y el río Madre, que baja el agua desde Sierra la Hez, encerradas en un romboide —un rectángulo un poco escachado de 1,5 kilómetros de lado grande y 0,9 de pequeño— que dibuja por el oeste y el norte el río Ebro y por el sur y el este, la vía del tren Miranda de Ebro-Castejón de Ebro desde El Morato hasta la curva de Los Arenales, para terminar en la presa de la que se nutre el canal de Lodosa, que aquí nace. Unos quinientos propietarios y más de mil parcelas.

Sigo el camino de Cascajo que me lleva hasta el Ebro y por El Morato entro en el regadío. Un viejo nogal junto al río me recuerda el refrán “por San Justo la nuez en gusto” (creo que se celebra algún santo con este nombre el 20 de septiembre) y me acerco a coger alguna nuez con el cocón ya abierto. El trabajo de un pájaro que ha picado la cáscara y comido la nuez, me confirma lo de la vendimia adelantada y casco con una piedra media docena de nueces que están frescas pero en sazón.

Con el paladar áspero camino entre parcelas llecas y en un zarzal me entretengo con las moras que están como las uvas, a punto. Se me va la aspereza de la boca y ahora es el dulzor lo que la llena. El dulzor y las molestas pepitas de las moras que se meten entre los dientes.

Sigo el camino que paralelo al Ebro me lleva hasta el plantío donde hay algunas viñas, como antiguamente, pocas huertas y muchas parcelas sin cultivar, llecas. En una de estas unos viejos árboles de peras blanquillas abandonados desde hace más de 30 años siguen dando fruto. Muchas ya se cayeron y alimentan caracoles, babosas… cojo una del árbol y camino mientras la muerdo. Vuelven recuerdos, sensaciones, sabores… esta jugosa, esta dulce, esta muy buena.

Mientras camino pienso que estos sabores que estoy probando no se encuentran en los lineales de los supermercados. Ni a lo mejor tampoco en las mesas de los restaurantes con estrellas michelín. No lo sé porque no los frecuento. Estas frutas que nacen y crecen libres, sin que nosotros las contaminemos con nuestros cuidados y tratamientos, tienen un dulzor que yo no encuentro en las frutas de los árboles cultivados y protegidos contra plagas y enfermedades con ayuda de la química. Creo no equivocarme si digo que en una cata ciega yo sí las distinguiría.

Por el camino de las viñas de abajo llego al plantado de Carlos donde en un ribazo hay unas higueras. Unas tienen ahora higos y otras tienen brevas. Los higos son de esos pequeños de piel amarilla áspera, más a la vista que al tacto. De secano. De esas higueras que aquí antes abundaban en las viñas y ahora pocas quedan. Decir que en la boca estos higos son miel es decir un tópico, una chorrada, vamos. Saben al dulce de higo que preparaba mi madre. Saben a esos higos confitados que hace Paula, la de mi amigo Salva, saben a gloria bendita.

Con ese sabor en la boca y en el alma me iría ya para casa pero no me resisto a dejar las brevas sin catar. Me como media docena y otros tantos higos para empatar. Y con todo incorporado, nueces, moras, pera, higos y brevas, me voy para casa por el camino que me lleva hasta el puente de la madre primero y a la estación del tren después. Me Cruzo con mi primo José Carlos que me pregunta por Soraya que está en cama con dolor de hernia discal y no me ha podido acompañar. Hablamos y me dice que se me ve cara de contento. Le digo que es por lo que he comido y se ríe.

Marcho para casa con cara de felicidad, a pesar de todo. ¿Qué es la felicidad? Para Usted no tengo ni idea. Para mí lo tengo muy claro: que las personas a las que quiero estén bien de salud, poder caminar acompañado de Soraya por el olivar, por los plantados, por el regadío… y poder disfrutar de estos regalos de la naturaleza que están en las tierras llecas como esta tarde en este paseo: brevas, higos, pera, moras y nueces. Solo faltaba Soraya. Espero que pronto venga,

Salud.

Emilio Barco
En Alcanadre, el día después de marcharse los veraneantes

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