
En los tribunales de TFG
Acabo de leer uno sobre “alfabetización financiera” y hace un rato otro sobre “engagement marketing”. Leyendo este me he dado cuenta que con Hortensio y Maite, los de la tienda de mi pueblo, aún tengo algo de “engagement”, pero que no he conseguido tenerlo con Jeff Bezos, y eso que compro cosas a través de su empresa.
Al leer el que versa sobre la alfabetización financiera he aprendido que saber o no saber de finanzas condiciona el bienestar financiero durante toda la vida y que las personas con niveles bajos de alfabetización son más propensas a tener problemas con la deuda, participan menos en el mercado de valores, acumulan menos riqueza, manejan peor la que tienen y son menos propensos a tener contratado un fondo de pensiones. No dice nada acerca de su felicidad.
Hasta ahora me consideraba analfabeto enológico y resistente a la alfabetización (así se lo digo a los alumnos de enología en la primera clase, para que no haya confusiones). A partir del conocimiento adquirido hoy leyendo los TFG, me considero también analfabeto financiero y con poco “engagement” con el comercio en general.
Les dejo y sigo leyendo trabajos. Si aprendo algo nuevo, luego se lo cuento. ¡Hasta el siguiente párrafo!
He leído un trabajo sobre contabilidad de gestión aplicada a una empresa de menaje de cocina de acero esmaltado en el que se recoge el coste unitario de 251 productos. Me ha llamado la atención que, por ejemplo, el coste de una paellera valenciana de 50 centímetros jaspeado es de 2,9871 euros. El de una olla recta 30 centímetros fuego, 4,0905. El primero de estos artículos en la empresa del señor que he citado al comienzo, 17,23 euros, eso sí, te la envían gratis a casa siempre que seas “prime”.
He decidido parar para comer.
El primer trabajo que he leído a la tarde versaba sobre cómo “desarrollar tu propia startup”. Cada año hay más trabajos que tienen que ver con el emprendimiento, sea con o sin un alto grado de innovación y tecnología. Es como si los alumnos que ahora terminan sus estudios estuvieran mentalizándose para lo que les aguarda en el mercado laboral (sobre esto también hay TFG).
Copio una definición de startup: organización temporal que tiene el objetivo de buscar un modelo de negocio repetible y escalable con recursos escasos. Leo que escalable no tiene nada que ver con la montaña sino que es “la posibilidad de crecer rápidamente y también la posibilidad de desacoplar los ingresos de los gastos de una manera radical”, es decir que los ingresos crezcan a un ritmo muy superior al de los gastos.
He leído (aunque no he aprendido) los pasos que hay que dar para montar una startup, desde la descripción del negocio hasta la media docena de planes necesarios antes de que arranque (estratégico, de marketing, operativo…). Me he fijado en que, igual que cuando mi hijo Juan se va a escalar no se olvida de las cuerdas y sujeciones, aquí es imprescindible controlar la “Bur Rate” que es un indicador que mide “la velocidad a la que la startup quema el dinero que tiene” y también el “Cash Runway” que permite “al emprendedor medir el tiempo en el que la startup quema el dinero”. Estos dos indicadores me los voy a aprender porque los que somos analfabetos financieros tenemos cierta tendencia a quemar el dinero rápidamente. Y en mi caso si suben el precio del vino, ni le cuento.
Eric Ries, emprendedor de Silicon Valley, considera la startup como “una institución humana diseñada para crear un nuevo producto o servicio bajo condiciones de incertidumbre extrema”. Esta definición se adapta muy bien a mi abuela Tomasa con cinco hijos en los años del hambre. Yo siempre la he considerado una institución, a mi abuela, pero nunca pensé que fuera una startup. Por ignorancia.
El siguiente trabajo que me ha entretenido parte de la tarde comienza explicando que “entendemos por e-WOM (Electronic Word of Mouth o traducido al castellano como Boca a Boca Electrónico) a la acción de intercambiar de manera no comercial e informal, una información, opinión o valoración sobre un producto o servicio entre un receptor y un comunicador”. En los párrafos siguientes se analiza el poder de los OL (Opinion Leaders) para influir en nuestras decisiones ahora que los compradores hemos evolucionado hacia dos nuevos comportamientos de compra: “Webrooming” (consiste en buscar un producto online y comprarlo en la tienda física y “Showrrooming” (hacerlo al revés).
La vecina de mi abuela Tomasa era una OL. Ahora me doy cuenta. Por la noche cuando estábamos sentados en la calle tomando la fresca (el oreo, lo llamaba la Felisa) decía, por ejemplo, “la Manuela varea mal la lana de los colchones, no la deja bien hueca” (e-WOM pero sin enchufes) y esta mujer, la Manuela, no volvía a ahuecar un colchón en aquella calle en su vida. Y si decía que las rosquillas que hacia la Jose eran las mejores del pueblo, mi abuela Tomasa al día siguiente iba a la tienda de la Jose a ver si tenía rosquillas (Webroomimg).
Pensaba terminar la tarde con un trabajo sobre la presencia de mujeres en los consejos de administración, pero no lo he podido terminar porque no conseguía quitarme de la cabeza esta frase “el promedio de participación de las mujeres en los consejos de administración de las empresas cotizadas es de 2,1 frente a 7,73 de hombres”
Menos mal que la casa de mis abuelos no era empresa cotizada, que mi abuela Tomasa era, sin saberlo, una startup y que en el río cotilleaba con las vecinas mientras lavaban la ropa (e-WOM, sin la e) porque si no, no sé yo cómo se las hubiera apañado mi abuelo Facundo con cinco hijos, un rebaño de ovejas y teniendo de bajar a lavar todos los días al río (el caballón), porque no había lavadoras. Menos mal que había startup, aunque entonces, en castellano se llamaran Tomasa, Teresa, Juana…
Emilio Barco Royo
En Alcanadre, el día de San Juan, leyendo TFG
A los alumnos de GADE de la Universidad de La Rioja.
Gracias por todo lo que me habéis enseñado este año. ¡Aúpa!
Foto destacada: Ciudadanos de Alcanadre (La Rioja) conversan en la huerta de Práxedes. Foto: EDR.