Joven pasea por una zona rural.

“…y, sin dejar de maldecir al gringo inaugurador de la tragedia, al alcalde, a los buscadores de oro, a todos los que emputecían la virginidad de su amazonia, cortó de un machetazo una gruesa rama, y apoyado en ella se echó a andar en pos de El Idilio, de su choza, y de sus novelas que hablaban del amor con palabras tan hermosas que a veces le hacían olvidar la barbarie humana”.

Luis Sepúlveda. El viejo que leía novelas de amor (final)

Así tituló Iñaki Gabilondo una de sus crónicas de la última semana de abril. Contaba que con la llegada del bicho, se observa cómo a nivel mundial las gentes retornan a sus países de origen y dentro de cada país se van de las grandes concentraciones urbanas hacia los pueblos. Ponía el ejemplo de los miles de ciudadanos chinos que están regresando a su país y de otros tantos parisinos que dejan la gran ciudad.

Tengo la suerte de dar clases de historia económica y desde el año 2008 el relato que les cuento a los alumnos es el de las crisis desde la antigüedad hasta ahora. Solo pretendo aportarles información y reflexión para entender las causas y las consecuencias de la última crisis a la luz de las anteriores.

Mi trabajo comienza planteándoles preguntas simples: por qué se produce el colapso en el crecimiento demográfico y económico y se entra en crisis, qué pasa entonces, cómo se sale de la crisis…  Buscamos respuestas en tiempos de la caída del imperio romano, durante el siglo XIV y la peste negra o en la corta crisis del siglo XVII… crisis de la historia que conocemos por los archivos y por los libros y así, de crisis en crisis, siguiendo los ciclos de abundancia y de escasez, llegamos a la del 2008 que bien conocemos porque la estamos todos viviendo.

Al escuchar la crónica de Gabilondo recordé una de las ideas que trabajamos en clase: hasta el inicio de la primera revolución industrial, siglo XVIII, durante las épocas de crecimiento demográfico y económico la población tendía a concentrarse en las ciudades, se urbanizaba la sociedad. Cuando llegaba la crisis ocurría lo contrario, se ruralizaba, los que podían buscaban refugio en sus villas, haciendas, aldeas… Con las revoluciones industriales cambiaron tantas cosas que el mundo, a partir del siglo XIX, es ya otro mundo y sus sociedades otras sociedades. Las tres revoluciones industriales que, en el mundo rico, ya hemos vivido, desde la perspectiva territorial, generaron las condiciones para que la población pudiera vivir confortablemente en grandes concentraciones humanas. Y la inmensa mayoría lo aceptó, supongo que porque lo consideró “normal y natural”. Al hacerlo asumieron que aquello solo era posible si por la vía del comercio, se resolvía la logística para el abastecimiento de esas grandes concentraciones.

Hace unos meses, escribiendo sobre el despoblamiento rural, recordaba las palabras de mi amigo Luisvi explicándome que la razón con la que algunos de sus vecinos del pueblo justificaban su marcha a una ciudad, era sencillamente porque allí había “más ambiente”. Supuse entonces que, en ese aspecto cuantitativo del ambiente, se incluía más gente, más bares, más tiendas, más cines, más teatros…

Es evidente que, desde que llegó el bicho, y con él, el cierre de bares, tiendas, cines… “el ambiente” ha menguado considerablemente en todos los sitios, y más allí donde más había, por supuesto. También lo es la restricción que afecta al movimiento y al comercio, lo que se traduce en la merma del plus de atractivo que las ciudades tienen sobre los pueblos. Otra evidencia, aunque a algunos les cueste verla, es que el riesgo de contagio es muy superior en las grandes concentraciones urbanas que en los pueblos y en los modelos de consumo dependientes del mercado más que en aquellos basados en el autoabastecimiento, que, normalmente, son más frecuente en los pueblos que en las ciudades.

Planteado en términos económicos, sería más o menos así: con el bicho han aumentado los costes de vivir en una ciudad y han disminuido sus beneficios. En los pueblos ha ocurrido lo contrario. Por eso se produce el éxodo. Exactamente igual que ocurrió en el siglo tercero, en el catorce, en el diecisiete… y cuando algunos ya habían matado a la Historia y pensaban que con la tecnología de la tercera revolución industrial habían conseguido incluso traer el futuro al presente y hacer que todo fuera actual, va y resulta que, encerrados en casa, nos volvemos a encontrar con el tiempo.

Unos porque revolviendo cajones, como mi amigo Carlos Muntión, se encuentran con aquella vieja foto de cuando era hipi o yupi o lo que Usted fuera. Otros porque la otra tarde empezaron a pensar en esos vinos que se iban a tomar algún mañana con sus amigos en la terraza del parque. Y de repente se nos presentó el tiempo con todas sus dimensiones. Esas que conocen bien los campesinos y que les lleva a vivir el tiempo de los acontecimientos y no el tiempo del reloj. El tiempo circular y no lineal que les lleva a sembrar hoy, como ayer, para comer mañana. Y a esperar después de la siembra. Esos campesinos, que no agricultores, que sin su experiencia no son nada y por eso mantienen viva la historia.

Mira por dónde ahora que no hay clases presenciales, ahora que me comunico con los alumnos solo virtualmente, ahora que están viviendo esta experiencia a sus dieciocho años, a lo mejor ahora va y brota el conocimiento, como están brotando las flores y entienden, por fin, aquello que hace unos meses les contaba de los ciclos de crecimiento y crisis y de la importancia de echar atrás una mirada larga para entender lo que hoy nos pasa y encontrar respuestas a la pregunta ¿Cómo vamos a salir de esta? Pues como se salió siempre, chavales, con innovaciones transcendentales e igual que siempre las habrá técnicas, organizativas, sociales, políticas, culturales… Lo importante es la orientación de su aplicación, más que otras cosas.

Recién que habíamos empezado a instalarnos en la cuarta revolución industrial, llegó el bicho y “mandó parar”. Uno puede ver esto como un problema o como una solución. En clase cuando llego a la crisis del siglo XIV y tengo que explicar la peste negra de 1348 siempre planteo esta pregunta, ¿La peste fue un problema o una solución? No soy inhumano y comprenderán en los términos que la planteo. Ahora me estoy haciendo la misma pregunta por encima del dolor que toda muerte me produce. Lo planteo de otra manera: ¿la reflexión que anime esta crisis será de tal magnitud como para cuestionar y reorientar la trayectoria de esa cuarta revolución industrial en la que muchas empresas, gobiernos, personas, llevan años trabajando y otros soñando? O cuando nos quitemos las mascarillas se acabó lo del éxodo al revés.

Emilio Barco
Alcanadre 21 de abril del año del bicho que nos dejó, entre muchos, sin Luis Sepúlveda

Los comentarios están cerrados.