Digitalización en el sector agrario: De qué estamos hablando

Al referirnos a la digitalización, hay que precisar de qué estamos hablando. Lo digital no es sólo acceder a internet para informarse, ni utilizar las TIC para mejorar la gestión de un negocio (sea una explotación agraria, una cooperativa o una industria alimentaria).
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Un moderno vivero en el sur de la Comunidad de Madrid.

Es mucho más que eso. La digitalización en el sector agrario es saber posicionarse en las redes sociales para aumentar la presencia en el mercado y ampliar el campo de actividad; es saber utilizar la big data para trabajar en tiempo real; es aplicar tecnología blockchain en determinadas áreas (trazabilidad, seguros…)

Un sector heterogéneo

Como sabemos, el sector agrario es muy heterogéneo. Coexisten explotaciones de tipo familiar y otras de mayor dimensión que poco tienen que ver con aquéllas en cuanto al modelo de gestión o estrategia de mercado. El desafío digital es, por tanto, diferente según de qué explotaciones y empresas estemos hablando.

En general, la digitalización en la agricultura consiste en usar las nuevas tecnologías para diversos fines. Por ejemplo, para conocer la evolución del mercado y mejorar la estrategia comercial. Pero también para utilizar de modo más eficiente los insumos (saber cuándo es el mejor momento para hacer un tratamiento fitosanitario en una parcela, qué cantidad es la adecuada, qué parte de la explotación debe ser tratada…). Asimismo, permite ordenar el uso del agua en el regadío o programar la alimentación del ganado en una explotación de vacuno, porcino o avícola.

Es evidente que muchas de las oportunidades que ofrece la tecnología digital no pueden ser aprovechadas por todos los agricultores, ya que es diferente su formación y los recursos de que disponen. En muchos casos, necesitarán contratar empresas especializadas (por ejemplo, una empresa de drones en el caso de querer programar los tratamientos fitosanitarios o los riegos…). En otros casos, los agricultores tendrán que ir a modelos de cooperación que les permitan afrontar el desafío digital de forma asociada.

Todo ello exige formación, pero siempre adaptada a las características singulares de cada explotación y subsector. No sirven los paquetes uniformes de formación, ya que ello puede agrandar la “brecha digital” en la agricultura.

La brecha digital

La “brecha digital” hay que entenderla en su doble dimensión: territorial y social. Desde el punto de vista territorial, existe esa brecha en la medida en que hay territorios sin acceso a la banda ancha. Pero desde el punto de vista social, es un hecho las diferencias entre los agricultores respecto a su actitud y capacidad para incorporar la digitalización en su actividad.

Por ejemplo, en sectores de agricultura extensiva, los pequeños agricultores tienen más dificultades para emprender el camino de la digitalización en el sector agrario, y tampoco disponen de incentivos para ello. Las ayudas directas de la PAC (primer pilar) les aseguran un porcentaje importante de su renta (en torno al 30%), pero es un hecho que les desincentivan a realizar acciones de innovación. Por eso quizá sea necesario introducir en las condicionalidades algún criterio asociado a la adopción de innovaciones (entre ellas las relativas a la digitalización) para tener acceso a los pagos directos.

El papel de las OPFH como impulsoras de la digitalización

Por el contrario, en la agricultura intensiva (horticultura y fruticultura), los productores suelen tener una actitud más favorable a la innovación, al no existir las ayudas directas de la PAC. Pero es una realidad que, en este sector, los pequeños productores tienen pocos recursos para adoptar por sí solos proyectos innovadores. Es aquí donde el modelo asociativo de las Organizaciones de Productores (OPFH) y sus programas operativos pueden desempeñar un relevante papel.

Las OPFH son un buen ejemplo de la importancia que tienen las estructuras asociativas y los agentes intermedios para facilitar la adopción de innovaciones en la agricultura. Los “servicios de asesoramiento” de los que habla la PAC post-2020 son otro ejemplo; pueden ayudar a los pequeños agricultores a introducir y asimilar en sus explotaciones las tecnologías digitales, al igual que ya lo hacen los Grupos de Acción Local en otras áreas de innovación.

Estos “servicios de asesoramiento” serían una forma de nuevo extensionismo para avanzar en el reto de la digitalización, un reto de magnitud similar al de la modernización productiva de los años 1960 y en el que los Servicios de Extensión Agraria jugaron un papel fundamental.

En ese mismo sentido cabe señalar el papel a desempeñar por los “grupos operativos” de la AEI (Asociación Europea para la Innovación). Estos Grupos pueden ser el marco adecuado para que interaccionen el sector productor y los agentes del sistema del conocimiento (organismos de investigación científica y de transferencia) en pro de adoptar las innovaciones necesarias para afrontar el reto de la digitalización.

2 comments

  1.  

  2. jose 13 junio, 2019 at 18:09

    para que digitalizar si luego no va a haber nadie que te lo compre!!
    robots por personas…
    los robots no comen, no gastan en ningún negocio.

    digitalicen, si.. y luego sus hijos q coman cables!! porque después de 30años, no habrá nadie q te compre un clavijo

  3. Eduardo Moyano Entrada 14 junio, 2019 at 10:22

    Gracias José por leer el texto y por tu comentario. Lo que intento decir es que la digitalización es un proceso que pone a disposición de los agricultores tecnologías con usos muy diferentes según las necesidades y características de su explotación. Además, está el problema de la brecha digital, que debe tratarse mediante políticas públicas adecuadas. No hay que demonizar la digitalización pero tampoco ensalzarla como si fuera el bálsamo que lo cura todo, ya que, descontrolada, puede generar los efectos perversos que bien señalas.

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