Golondrina. Ángel Hernansáez. Creative commons.

Así destruimos nuestra biodiversidad

Todavía permanece la costumbre en algunos pueblos de romper nidos de aviones y golondrinas porque ensucian. Otros animales también son víctimas de prácticas poco ejemplares de las personas.
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No hace tanto tiempo, cuando la gente jubilada del pueblo dejaba la gran ciudad para pasar unos meses de vacaciones, lo que primero hacía al llegar a su casa era coger una escalera y un palo largo y romper todos los nidos de golondrina y avión. Mayormente de este último que en esta zona siempre se ha confundido con el vencejo que nunca construye el nido de barro, si no en los huecos de los aleros y rendijas de las paredes.

Destrozaban los hogares de tan beneficiosas aves porque les manchaban el suelo de los alrededores de la casa de excrementos. Quizás si supieran que una golondrina o un avión son capaces de capturar al día mil insectos cada uno para alimentarse ellos y también a su prole, se lo pensarían antes de semejante despropósito. Quizás si conocieran que la brutalidad de romper un nido con huevos o pajarillos dentro les puede costar una multa de hasta 200.000 euros, todavía tendrían más reparos, pues ya sabemos que al parecer lo que más escuece es el bolsillo.

Antes he comentado que esta práctica cruel que parecía tan normal entre los pueblerinos todavía no se ha perdido en algunos lugares, ocasionando daños irreparables, pues según los estudios y trabajos de campo de los ornitólogos la población de aviones, golondrinas y vencejos está descendiendo de forma alarmante. Aunque esto no significa que sea la única causa de su declive. Las nuevas construcciones y una menor cantidad de mosquitos debido a los insecticidas contribuyen, de forma notable, a la bajada de la población de tan eficaces insectívoros.

Estoy convencido de que si estas aves desaparecieran por el día al igual que los murciélagos por la noche quizás no pudiéramos salir a la calle porque los mosquitos nos comerían vivos.

Nosotros hemos tenido este año otra vez un nido de golondrinas en el alero del patio y sí, son bastante cochinas, pero el hecho de observar su belleza y el tesón por sacar a su prole adelante merece la pena. Y eso que amaneciendo sus gorjeos a modo de despertador no son precisamente los más armoniosos de entre los pájaros que habitan o veranean en España. Nada comparables, por ejemplo, con las potentes melodías vespertinas del mirlo común, mucho más agradables que el persistente “cu-uuu” cu-uuu” de la cada vez más urbana y repetitiva tórtola turca.

Vencejo, ave del año 2021

De hecho, la SEO (Sociedad Española de Ornitología), como ya se sabe, ha declarado al vencejo como ave del año 2021 por su acusado descenso y para que tomemos conciencia de tan beneficioso pájaro, que como ya comentábamos en este periódico en un artículo titulado “El monarca de los cielos”, es capaz de dormir y copular volando y de recorrer 1.000 kilómetros en un solo día. Y a poco que uno tenga cierta capacidad de observar su comportamiento, se dará cuenta que en días de tormenta mientras esté surcando los cielos por encima de nuestras cabezas no hay que alarmarse, pero si desaparece en un abrir y cerrar de ojos, la mejor alternativa es el paraguas o meterse en casa.

Recuerdo este año que a finales de primavera me encontraba en el pueblo con unos amigos que construían una nave agrícola. Comenté lo de la tormenta y los vencejos y no estaban muy convencidos, pero pronto claudicaron a la sabiduría de este excepcional volador, pues contemplaron cómo nada más perderse por los cielos de encima del pueblo, descargó un chaparrón considerable.

Los “perrigalgos” y el corzo

Y es que en lo que se refiere a ayudar y proteger a los animales, todavía nos queda camino por recorrer. Un ejemplo, el verano pasado caminaban dos personas por una pista de un pueblo lindando con Aragoncillo y oyeron muy cerca los quejidos de un corzo; se acercaron y vieron como dos perrigalgos le estaban dando una muerte agónica. Pues no solo no espantaron a los perros, esperaron a que lo mataran y entonces sí, los asustaron, cogieron el corzo joven y prepararon una merendola en el campo con la carne del animal y otras viandas. No entiendo cómo les pudo sentar bien la comida campestre.

Cuando los dos “cazadores” del corzo describieron cómo eran los perros, algunos dijeron que podrían ser de un cabrero del pueblo de al lado. Lo que no entiendo es cómo pueden ir con las cabras perros agalgados en lugar de mastines y careas. ¡Allá cada cual!, pero este tipo de canes devoran demasiada biodiversidad.

Las liebres por la noche

No he visto animal más tontorrón por la noche ante las luces de los automóviles en las carreteras que estas magníficas velocistas. Pues todavía sigue siendo práctica común de algunos conductores los intentos de atropellarlas para más tarde darse un festín de liebre con judías o con arroz. La técnica para cazarlas al volante es muy sencilla: se acelera un poco más el coche y se cambian con rapidez las luces de cortas a largas y al revés hasta que la liebre se aturde y pasa el coche por encima. En ocasiones se amaga tanto que los bajos del vehículo ni la tocan, pero en otras basta con un golpe en la cabeza. En algunos casos la corredora es aplastada por una rueda y en otros se zafa del acoso y se sale del asfalto buscando el monte.

Lo peor es que esta costumbre todavía sigue arraigada entre las personas de cierta edad de los pueblos y de más de un joven desaprensivo que acude además a su localidad presumiendo de “trofeo”.

Los conejos también suelen ser presa de tan voraces “alimañas” al volante, pero son más espabilados que las liebres y, además, se prodigan menos por los asfaltos. No obstante, en los lugares de mucha densidad de éstos, los más jóvenes son también fáciles de aplastar de forma involuntaria.

Ranas y nidos de perdiz y codorniz

Antaño, cuando escaseaba el pan en casa era costumbre salir al campo en busca de los nidos de perdiz y si la puesta era reciente bien valía una buena tortilla. Los de codorniz se solían encontrar entre el cereal cuando se segaba con hoz, aunque casi siempre se trataba de la segunda nidada, porque por estas zonas de montaña se comenzaba a cosechar muy tarde, alrededor del 25 de julio. En cualquier caso, eran muy pocos los huevos que se encontraban en comparación con los que se comen los jabalíes en la actualidad.

Sin embargo, las ranas sí que eran un bocado apetecible por sus sabrosas ancas, pero eran pocas las personas que las apreciaban por estas localidades serranas. Los batracios estaban reservados a los hijos del pueblo que habían emigrado a Francia, donde sí era tradición su captura y consumo. En la actualidad, está prohibido cazarlas y de su decadencia son más culpables las largas sequías con la consiguiente escasez de charcas grandes y lagunas.

Foto destacada: Golondrina. Ángel Hernansáez. Creative commons.

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